El emotivo abrazo de dos hermanos de Pontevedra tras 42 años sin verse

Carmen se fue a la emigración con 18 años y solo volvió dos veces al principio a Galicia. Tras más de cuatro décadas, se plantó en A Lama para sorprender a Manolo. Tienen 84 y 80 años

Pontevedra / La Voz, 15 de junio de 2023. Actualizado a las 12:56 h. 0

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Manolo González Peón, natural de Lérez (Pontevedra) pero residente en el lugar de CortegadaA Lama), tiene 80 años, un cuerpo que todavía da la talla sobradamente para segar hierba y una mente capaz de recordar al milímetro una escena durísima que vivió en Vigo en aquellos años sesenta del siglo pasado en los que en Galicia lo único que sobraba era el hambre. Allí, a pie de muelle, con solo 12 años, en un día cualquiera que se convirtió en uno de los más amargos de su vida, Manolo se agarraba a las faldas de su mamá para tratar de consolarla ante la desesperación de ver partir a su hija Carmen en un barco de la Mala Real Inglesa con destino a Uruguay. La mujer no quería que su hija emigrase. «Dicía que seguro que non volvía», recuerda Manolo con la voz entrecortada. Y su sabiduría e intuición de madre no le fallaban. Carmen solo regresó dos veces a Galicia y lo hizo de paso. Ahora llevaba 42 años sin pisar su tierra y sin ver a Manolo, el único hermano que le queda vivo a esta mujer, que peina 84 primaveras. Esa distancia de más de cuatro décadas (que era solo física, porque los dos se pusieron al día con la tecnología para hacer videollamadas) al fin se terminó este lunes. Carmen vino a ver a su hermano Manolo por sorpresa. Y, aunque no estuvieron juntos ni 48 horas antes de que ella volviese a partir, los dos lo tienen claro: ya pueden morir tranquilos tras haberse abrazado

La vida de los González Peón nunca fue fácil. Carmen y Manolo, los pequeños de cinco hermanos, ni siquiera conocieron a su padre, que falleció precozmente de un infarto. Se quedaron con su madre, también llamada Carmen, que se apañó para sacarlos adelante: «Pobriña, facía de todo, andaba á chatarra, andaba buscando vida aquí e alí... foi ben duro», dice Manolo. La progenitora, pese a las penurias de la época, no quería que sus hijos formasen parte de aquel pelotón infinito de gallegos que se iban a la emigración. Pero los dos pequeños tuvieron que hacerlo. A Carmen, unos vecinos la animaron a irse a Uruguay y la muchacha, a los 18 años, hizo la maleta. Manolo, el más pequeño, esperó también a tener la mayoría de edad para irse a reparar trenes a Alemania. Él llegó a buscarse bien el pan allí. Lo recuerda con orgullo, porque dice que así podía ayudar a su madre: «Ata o mes da miña voda, ata ese mes incluso, lle dei cartos a mamá. Había que axudala», cuenta. Pero su voz se entrecorta cuando recuerda cómo, a los cinco años de estar emigrado, se vino corriendo a Galicia. Su madre le mandó un telegrama diciéndole que su hermana Lola, todavía muy joven, estaba muy enferma. Él apuró todo lo que pudo, pero cuando llegó Lola ya tenía tierra sobre su ataúd: «Collín tanta pena que non quixen volver a Alemaña. Pensei que se nin sequera podía estar aquí para enterrar á miñá irmanciña aquelo non pagaba a pena», dice este hombre. Se quedó en su tierra y acabó casándose en A Lama, formando allí una familia y labrándose porvenir trabajando como gruista. 

Manolo enterró a sus tres hermanos mayores y también a su madre mientras Carmen permanecía en Uruguay. Hasta este lunes, la había visto solo dos veces desde su partida, la última hace 42 años. Al principio, se escribían cartas de puño y letra. Él le contaba que se había casado en A Lama y que tenía dos hijas, más un niño que falleció al nacer. Ella que había encontrado a un buen hombre en Argentina, con negocios de loterías y que iba a cuidar de su suegra. 

Con el paso del tiempo la correspondencia dio paso a alguna que otra conferencia telefónica. Costaban caras, pero valía la pena. Por suerte, las nuevas tecnologías se lo pusieron más fácil a estos hermanos. Los dos, aunque son octogenarios, se manejan a la perfección con los móviles para hacer continuamente videoconferencias. Antes del covid, Carmen, que estuvo muy triste tras enviudar, quería viajar a Galicia. Pero la pandemia lo trastocó todo. Con el virus ya arrinconado, las hijas y nietas de Carmen empezaron a pensar que era hora de que ella cumpliese su sueño: «Es que era lo que me quedaba por hacer en la vida, lo que tenía pendiente», señala ella. Decidieron que era mejor no decirle nada a Manolo. Avisaron a su hija, pero le señalaron que Carmen quería sorprenderlo y viajar a Galicia sin que él supiese nada. 

El lunes, a media tarde, Manolo vio aparecer a su hija con unas mujeres. Pensó que traerían hasta A Lama a unas amigas. Pero, conforme se acercaban a él, dice que sintió como un rayo que le atravesaba el cuerpo: «Vina e vin á miña mamá. Son igualiñas. Sentín unha cousa rarísima no corpo e despois xa non podía parar de chorar. Levo chorado máis desde este luns que en toda a miña vida». Se abrazaron infinitamente. Lloraron. Rieron. Volvieron a abrazarse. A tocarse. A besarse una y mil veces. «Es que eran muchísimas sensaciones a la vez», señala Carmen.

Manolo se enteró entonces de que Carmen solo iba a estar en Pontevedra un día y medio, que luego partía con su familia hacia Valencia, donde también verá a unos familiares. Entonces, se propuso enseñárselo todo. La llevó a Lérez, al sitio donde nacieron y donde ya no está la casa matriz de la familia. Fueron luego al barrio de A Seca, donde sí conservan la vivienda donde ellos vivieron con su madre y sus otros hermanos. Allí, el llanto de Carmen fue inmenso: «Viu a casiña, que agora está cerrada, e non podía parar de chorar. É que son tantas lembrazas», señala Manolo. 

Estuvieron juntos hasta la noche y volvieron a verse el martes. Fueron a Marín, compartieron una comida, los dos dicen que «es como si estuviésemos como antes, como si llevásemos viéndonos siempre, porque como éramos los pequeños siempre estábamos el uno con el otro», recuerdan, y luego... luego vino lo más duro. Tuvieron que volver a despedirse. Los dos reconocen que les costó mucho ese abrazo de adiós. Estaban a la vez infinitamente tristes y felices. Reían y lloraban a partes iguales. Esa noche, los dos se metieron en la cama pensando en que ya pueden morirse tranquilos. Pero que no lo van a hacer. Porque Manolo irá en el 2023 a Uruguay a ver a Carmen. Se lo prometió. Ella le garantizó que seguirá viva y coleando para recibirle con los brazos abiertos. Y las promesas entre hermanos no están para romperse, sobre todo cuando se peinan los 84 y los 80 años.

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