Luis Facal: «Los gallegos nos explotábamos los unos a los otros cuanto podíamos»

Personas con historia | Tenía solo 18 años cuando se marchó a Uruguay porque era lo que hacía casi todo el mundo en su parroquia natal, en Pazos. Allí se casó y se dedicó a conducir autobuses, una labor que continuó en Muros. Antes fue panadero. «Lo más bonito que te llamaban era gallego de mierda», dice sobre sus tiempos de cobrador de bus

Carballo / la voz, 23 de mayo de 2024. Actualizado a las 05:00 h. 0

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Luis Facal Rodríguez nació «el mismo día que acabó la guerra, el 30 de marzo de 1939». Vino al mundo en la parroquia de Pazos, en el municipio de Ponteceso, y en 1957 se marchó a Uruguay. «Era la costumbre en aquel momento en las aldeas, no había otras posibilidades y se manchaban familias enteras», cuenta. La suya estaba dividida. Allí tenía un tía que se había casado por poderes. Esos parientes, que tenían una panadería, fueron los que lo acogieron y para los que trabajó durante once años.

Aquel trabajo no tenía mucho futuro porque su familia tenía dos hijas y otros tantos yernos que también formaban parte del negocio y él, después de todo, no era más que un sobrino. «No estaba cómodo, me trataban como a un hijo de la casa, pero mayormente para trabajar», explica. «Los gallegos en el exterior no eran como los judíos, que cuando podían montaban una empresa. Nos explotábamos los unos a los otros lo que podíamos».

En la panadería ya se dedicaba al reparto en la furgoneta del negocio. Se había sacado el carné de conducir en 1959 y decidió que lo mejor era dedicarse al transporte de viajeros. Supo entonces que la que había sido la mayor empresa del sector en Montevideo era de «un tan Plácido Añón, que incluso pensaba que era de Xornes».

Cuando él se quiso incorporar, a principios de los años 60, todo el negocio estaba repartido entre tres cooperativas, la mayor con casi un centenar de vehículos. La que lo contrató a él tenía la mitad y luego estaba la que reunía a todos los empleados que había tenido la empresa municipal del sector.

Pocos candidatos

No fue fácil entrar. «Para ser conductor de autobús había que pasar un examen psiquiátrico», explica. No se trataba de un psicotécnico normal. «Lo hacían cuatro o cinco psiquiatras. A la mayoría los rechazaban porque siempre había uno que no estaba de acuerdo. Pasaban muy pocos candidatos», explica. Debido a esta dificultad tuvo que trabajar durante dos años de cobrador. No es que ganara mucho menos que los que guiaban el autobús, pero era una labor más pesada porque el público se quejaba cuando iba demasiado lleno y había que dejar a la gente en las paradas. «De vez en cuando te llegaba un insulto y lo más bonito que te llamaban era gallego de mierda», explica.

No recuerda haber sufrido ningún otro incidente en sus años de conductor en Montevideo y su entorno. De hecho, el único susto que se llevó al volante fue con la furgoneta de reparto de la panadería cuando se le cruzó un caballo tras el que corría un niño de unos doce años. «Te queda el recuerdo, la impresión», dice. Se pasaba horas conduciendo por una zona rural próxima a Montevideo. «Salía a las seis de la mañana de la panadería y me daban las ocho de la noche y todavía estaba repartiendo», explica. Evidentemente, en esas zonas el pan no se servía a diario.

Volvió a Galicia a principios de los años 80 y continuó con su oficio. Lo contrataron para llevar el transporte de varios colegios públicos en el municipio de Muros. «Quisimos vivir en Carballo, pero no había alquileres baratos que pudiera pagar con mi sueldo», explica. Era el año 1982 y tuvo que buscarse un piso en Coristanco, a cuya renta si podía llegar. Estuvo 23 años viviendo allí hasta la jubilación, cuando volvió a su Ponteceso natal. Para entonces ya había conseguido un trabajo en ese municipio. Los últimos años de su vida laboral se los pasó en la cantera para de López Cao, conduciendo esta vez un camión por el interior de las instalaciones. Era septiembre del 2005 cuando dejó de ser conductor profesional.

«Una de mis hermanas cayó al pozo y se ahogó. Tenía 13 años»

Luis Facal era el penúltimo de seis hermanos y el único varón. Se marchó con apenas 18 años a Uruguay y regresó en 1981, con muy pocas visitas por medio. Ese año viajó hasta Madrid y decidió a ir a Portugal con su esposa, una uruguaya que había conocido cuando realizaba el reparto de pan por el entorno más rural de Montevideo. «Mis padres estaban vivos e insistieron mucho para que nos quedáramos», explica. Además, su mujer tampoco tenía ningunas ganas de regresar, según explica. Reconoce que precisamente ella fue la que se encontró más a gusto en Galicia.

Uno de los recuerdos más vividos de la infancia de Luis tienen precisamente que ver con una tragedia. «Una de mis hermanas cayó al pozo y se ahogó. Tenía 13 años». Por entonces, él era un niño de solo diez y recuerda perfectamente la tristeza en la que se sumió la familia, que se dedicaba a la labranza en la parroquia de Pazos, que se convertiría años después en una de las más pujantes a nivel agrícola gracias a la concentración.

Trámites

Sus padres terminaron convenciéndole de que no se marchara de nuevo a Montevideo y tuvo que hacer todos los trámites necesarios para poder seguir ganándose la vida como había hecho hasta el momento, por lo que renovó sus permisos y encontró trabajo en una empresa de transporte de viajeros de Arteixo.

Nada que ver tenía esa labor, con escolares muradanos, con la que llevó a cabo durante muchos años en la capital uruguaya. Trabajaba para la UCOT (Unión Cooperativa de Transporte), una de las tres que movían todos los viajeros de Montevideo y su entorno. Tenía unos 50 vehículos.

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