Agosto repuebla la montaña lucense

Lorena García Calvo
lorena garcía calvo MURIAS / LA VOZ

ESPAÑA EMIGRACIÓN

Carlos Castro

Murias, en Navia de Suarna, multiplica su población en verano con los que emigraron a Barcelona

03 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En una esquina del concello de Navia de Suarna, rayando con León, se esconde Murias, una aldea tan bonita como lejana, que cada año florece a la vida en el mes de agosto. En el invierno apenas queda un puñado de vecinos; pero en el verano todos los que en su momento emigraron a Barcelona o sus descendientes regresan al lugar. Las viviendas se repueblan por unos días, con los acentos gallegos y catalanes conviviendo en armonía.

En la semana que despide julio y da la bienvenida a agosto, en la aldea se percibe movimiento. Los bancos y sillas que rodean la plaza de la aldea tienen ocupantes. Aparcan coches. Los recién llegados se bajan y empiezan a saludar con besos y abrazos. De esos que se dan de año en año. De los que rezuman recuerdos.

Las casas de piedra, con sus tejados de pizarra, componen una instantánea preciosa, casi de postal. Hay obras en varias viviendas. Las están poniendo bonitas. Algunas pertenecen a familias que en su momento emigraron a Barcelona, pero que cada año llegan puntuales para su cita de agosto. La próxima semana serán las fiestas de la localidad, y todos los vecinos se sentarán a la mesa común en la plaza del pueblo. Pueden juntarse más de un centenar. Es un día especial.

Marina Lombardía tiene 26 años y nació en la ciudad condal. Su madre es de Murias, y su padre, de Suárbol; y desde pequeña, cada verano, cruzaba la península para pasar las vacaciones en la aldea de Navia. Su caso no es la excepción, sino la regla.

«Me acuerdo de venir a Murias desde bebé. Me traían mis padres, y luego, cuando ellos trabajaban, una tía de mi madre. Venía cada verano aquí, y encantada», relata Marina. A lo largo de los años fue creando su grupo de amigos en la aldea, donde se reencontraba también con sus primas y tíos. «Yo no he hecho prácticamente viajes a otros lados porque mis vacaciones eran aquí. Esto me gusta muchísimo, es sentirte como en casa. Desde pequeñita yo escuchaba gallego en casa, y es algo que asocio a hogar. Mis amigos ya saben que aunque haya nacido en Barcelona, soy la gallega del grupo».

En Murias se suceden los corrillos. Delante de cada casa se amontonan sillas y conversaciones. La emigración a Cataluña de las gentes de la aldea fue tal, que allí también es habitual que se encuentren. «Al volver la sensación es de regresar a casa, esto es tuyo, no se puede desprender de uno», dice Daniel, el padre de Marina.

Cuando los emigrantes retornan en agosto, tienen la agenda completa. Las fiestas se suceden y se compaginan con ratos de descanso difíciles de encontrar en otro lado. Murias es un remanso de paz que se agita durante unos días de estío, cuando los que una vez se marcharon regresan a las raíces.

Los que se quedaron en la aldea esperan con ansia la llegada estival de sus emigrantes

En la aldea de Murias en cada casa se puede contar una historia de emigración. Prácticamente todas siguen el mismo patrón, sucediéndose en los años, incluso en las décadas, pero compartiendo Barcelona como destino. Manolo Queipo es uno de los que en su día marcharon rumbo a Cataluña, y aunque estos días ha regresado al hogar paterno, su vida está allí, donde es conductor de autobuses.

«Aquí en Murias están mis padres y tiran mucho, es mi obligación», comenta. Manolo hace el camino de vuelta a Navia tres veces al año y lo disfruta, aunque reconoce que no se ve en el futuro volviendo de forma definitiva. Faltan médicos, farmacias y comodidades. «Eso lo complica todo», añade. Pero sí se ve en su tiempo de vacaciones.

«Vén aquí por seus pais e por non perder a patria», dice María Mayo sobre Manolo. Ella no emigró, pero sí lo hicieron sus hijas. En su caso, cada poco tiempo coge el autobús o el tren y cruza la península para estar con su familia, aunque en Navia es donde tiene su hogar y donde más cómoda se siente. En verano está especialmente feliz junto a los suyos. La aldea se llena de vida. «Pasamos de ser uns 30 veciños a xuntarse ata 150 no verán. O 7 e o 8 é a festa e hai xente en todas as casas, nalgunhas hai ata 20 persoas», desvela.

María tiene muy claro que el retorno de los emigrados en los meses del verano es media vida en Murias. «Se deixan de vir, acábase todo», sentencia. Para ella, al igual que para Segundo Fernández, las tardes de verano sentados al lado del hórreo compartiendo historias con los que regresan es un tiempo precioso. Vida pura en un pequeño lugar de la montaña lucense que sigue muy presente en los que un día tuvieron que emigrar.