Argentina es el país extranjero en el que residen más personas de Galicia, que avanza en Alemania y hace patria en un barrio de Nueva Jersey. En Europa, la favorita sigue siendo la misma que hace décadas...
20 jun 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Más de 529.000 gallegos viven hoy repartidos por el mundo, según los últimos datos sobre población española residente en otros países que aporta el Instituto Nacional de Estadística. Si hacemos un dibujo a modo de retrato robot con los datos del INE, el gallego que vive hoy fuera es mujer y tiene entre 16 y 64 años (de ese más de medio millón de gallegos repartidos por el mundo, 312.612 tienen entre 16 y 64 años y 166.912 cuentan 65 o más), aunque las diferencias en el perfil de quien se muda hoy de Galicia y España a vivir a otro país y el que lo hacía años atrás son notables en formación y tipo de empleo.
Un alto porcentaje de expatriados que proceden de Galicia suelen tener un alto nivel adquisitivo en los países de acogida, según permite concluir una encuesta elaborada por este periódico hace tres años. Quien emigra ahora tiene, en general, un nivel de estudios alto, habitualmente formación universitaria. Y a los países que aglutinan la mayor parte de la emigración gallega (Argentina, Brasil, Cuba, Uruguay) se va imponiendo la preferencia por otras latitudes. Los que se van, se van más a Asia (aunque menos que hace un año), al norte de Europa o a Australia, destino atractivo para el viajero joven con ventajas como el Work and Holiday Visa (firmado en el 2014 entre España y Australia), que permite irse a las antíopodas de vacaciones, a trabajar y estudiar durante 12 meses.
De ese medio millón de gallegos que están repartidos por el mundo, un total de 410.591 viven en América. Y en Europa, que sube entre las preferencias de los españoles para emigrar, están sobre todo en Francia (19.514) y Alemania (17.717), después, por supuesto, de Suiza, que se lleva la palma en Europa con más de 40.000 gallegos en su territorio, que suponen el 60 % del total de los españoles presentes en el país y está entre los lugares del mundo que más gallegos de segundas y terceras generaciones suman. Atrás quedan esos años que retrata la película Un franco, catorce pesetas, y atrás la España de 1960, aunque en oportunidades laborales vayamos a la zaga de los vecinos del norte, pero entre las embajadas populares que cuidan el sentimiento de galleguidad en el mundo resiste como pocas A Irmandade Galega na Suiza.
«TERRIÑA» NORTEAMERICANA
Nueva York, Nueva Jersey, Florida y Miami son los cuatro estados norteamericanos que concentran mayor cantidad de gallegos en el país. Galicia tiene Casa en Nueva York desde 1940, pero como colonia gallega en Estados Unidos arrasa Ironbound, barrio gallego bautizado como «Little Galicia», donde puedes comer pulpo á feira y disfrutar de romerías y foliadas. El Centro Orensano de Nueva Jersey es punto de encuentro entre gallegos en América.
Pero los lazos se estrechan cada vez más en internet. A través de las redes se refuerza desde el extranjero el orgullo gallego, con grupos de Facebook que ofrecen información de utilidad en lo laboral y lo social, para situarse y no perderse. Gallegos y Descendientes de Gallegos en Argentina, Gallegos en Suiza, Gallegos en Holanda y Galegos en Escocia son algunos de estos grupos de Facebook que tejen las Galicias del mundo.
Gallegos por el mundo: «A mis 46, he conseguido en Alemania el trabajo de mis sueños»
«Este es un país que recomiendo, hay muchas oportunidades laborales, pero es duro, es de pico y pala. No es un lugar para todo el mundo», señala Maruxaina Bóveda, que se mudó de Vigo a Brandemburgo durante la pandemia
Ana Abelenda
Si hace años América brilló como el destino donde todo el mundo tenía una oportunidad, «hoy ese lugar es Alemania», dice Maruxaina Bóveda (Vigo, 1976), viajera, hoy profesora de instituto a 2.500 kilómetros de su hogar. Su familia lo lleva como puede, pero les compensa que ella está «feliz, cansada de la burocracia, pero feliz», y lo que no puede es todavía procesar la cantidad de cosas buenas que le han pasado en Alemania, adonde llegó en la pandemia. «Pasé catorce días y quinientas noches confinada», dice Maruxaina al modo Sabina sobre su llegada a Brandemburgo en el 2021. En este estado del este de Alemania sigue esta viguesa junto a su pareja, Raúl, dos años después.
Echa mucho de menos a su sobrina, Gala, a su familia. Y, estando en Alemania, perdió a dos de sus tías. «Eso es lo peor, gestionar el luto a distancia. Estar duro en momentos así es lo peor que he pasado», dice quien, si mira atrás, y se ve de recién llegada al país, se percibe «muy ingenua». «En dos años han pasado mil cosas. Y el resumen es que con esfuerzo, porque cuesta y cuesta mucho, puedes mejorar. Esto no es Italia ni Escocia, donde también viví, pero aquí, a mis 46, he conseguido el trabajo de mis sueños».
Ella, uno de los más de 17.700 gallegos que viven actualmente en Galicia, se acaba de estrenar como profesora de instituto, de chicos de 12 a 14 años, que compagina con las clases de español que da a adultos.
Al aterrizar en Brandemburgo, quedó vacante un puesto en control de calidad en la empresa española donde trabajaba su pareja: «Llegué el 12 de febrero y el 15 ya estaba trabajando. No era el trabajo de mi vida, pero me sirvió para empezar». Al principio, advierte, puedes llegar a sentirte muy desamparada. «Muchos vuelven a su país y otros se quedan en el gueto, en el círculo conocido», apunta. Al cumplir año y medio en Alemania, esta gallega no renovó su contrato temporal, pero siguió adelante y un mes después ya tenía una oferta como profe de español.
Maruxaina y Raúl terminaron su relación laboral con la empresa en la que comenzaron a trabajar en Alemania y en agosto del 2022 se enfocaron en un objetivo: aprender alemán. «El Estado alemán te ofrece cursos para aprender el idioma. Nosotros empezamos los dos a hacer el curso intensivo de alemán (cuatro días a la semana, cuatro horas al día) con mucha gente de otros países (gente de Ucrania, Eritrea, Guinea, Pakistán, Siria...). Y, además de aprender el idioma, hicimos un grupo majo de auslander (‘extranjeros´ en alemán)». Aprobaron el B1 en febrero: «Fue a dolor, ¡estaba más nerviosa que cuando hice selectividad!», cuenta. Pero el esfuerzo tuvo recompensa. El alemán les abrió puertas y les ayudó a tejer una red multicultural.
«Entender a la cajera del súper, a tu vecino o al señor que te habla en el tranvía te da seguridad, es una satisfacción», dice Maruxaina, que habla seis idiomas.
La gente de Brandemburgo, admite, es cerrada. Y ella no olvida el día que fue a urgencias por una caída de la bici y en recepción la recibieron con un «extranjera de mierda». Fue algo puntual.
La burocracia es uno de los huesos de Alemania. Ella lleva dos años arreglando papeles. Alemania «tiene muchas cosas buenas [hay ayudas para todo: familia, calefacción, transporte, vivienda...], pero diría que es un país para todo el mundo. Es todo pico y pala, pico y pala...», recalca.
Su hogar hoy es un pueblo «muy verde, con mucho bosque. A nivel de naturaleza está muy bien, pero en comida no hay color con Galicia, claro...». Las comidas y las ferias y fiestas gallegas son de lo que más extraña esta pareja en Brandemburgo.
La cesta de la compra es allí más asequible, afirma Maruxaina, hay muchas oportunidades laborales y ayudas a la conciliación laboral y familiar.
«Aquí el tema de la titulitis importa menos. Lo que cuenta es que tengas ganas y que sepas hacerlo. Yo mandé un mail y a los cuatro días me pidieron empezar. Empecé con dos cursos de español. Y ahora tengo seis», detalla.
Esta profe de español en Brandemburgo avanza haciendo patria entre sus alumnos, que ya saben qué se celebra el 17 de mayo y quiénes son Rosalía, Carlos Núñez y Manuel Rivas.
Eva, de Ferrolterra a los Países Bajos: «No ha sido un camino fácil, pero en Ámsterdam me siento muy valorada profesionalmente»
Más de un holandés sabe situar Galicia en el mapa gracias a esta organizadora de eventos en Ámsterdam. Allí Eva descubrió que el paro es exportable en la UE y logró crecer profesionalmente tras vivir en Italia, Barcelona y hacer dos voluntariados en Kenia y la India
Ana Abelenda
Eva es uno de los 3.296 gallegos (de ellos, 1.565 son mujeres) que viven actualmente en los Países Bajos, según el dato del INE correspondiente a enero del año anterior. El de Eva Vilachá (Ferrol, 1995) es un caso excepcional (es millennial, la generación del cambio, dispuesta a moverse y cambiar), y la suya, una maleta sin fondo, en la que no pesan experiencias ni destinos, ni las incomodidades del mudarse de lugar. Esta ferrolana de pro, graduada en Publicidad en Pontevedra, se fue a hacer un Erasmus a Italia y justo al terminar la carrera se enfocó en la búsqueda de un empleo en Barcelona. Le surgió como ejecutiva de cuentas en una agencia de publicidad puntera y, al cabo de tres años, con el parón de la pandemia, reseteó y lo dejó. Tuvieron que ver unos voluntariados que hizo en Kenia y la India en dos veranos, que cambiaron su modo de ver la vida y la empujaron a dar un giro de lo comercial hacia lo social.
En verano del 2020, Eva volvió a casa, se vino a Galicia «a pensar el siguiente paso que dar» y decidió aventurarse a vivir en Holanda, que conocía ya por un viaje en noviembre del 2019. Un día, quedó a comer con una amiga y entre bocado y bocado descartaron sitios y redondearon Ámsterdam como un destino con «posibilidades de trabajo». A esa ciudad cómoda, accesible, grande pero familiar, llegaron las dos juntas, Eva y Bety, en noviembre del 2020. Desde entonces, Eva se va haciendo al lugar. «No ha sido un camino fácil. Llegar a un país nuevo, durante una pandemia y sin trabajo, ha sido difícil, pero mirándolo ahora, con la perspectiva de llevar dos años y medio viviendo en Ámsterdam, me siento orgullosa», dice. Todo ha ido mejorando con el tiempo, cuenta esta gallega que no cede a la morriña y que no se arrepiente de haber salido «de la zona de confort», aunque su experiencia real haya pinchado la burbuja de fantasía que suele rodear el modo en que uno imagina cómo sería darle al stop, hacer la maleta e irse a vivir a otro país.
El coste de la vida en Ámsterdam es alto, hasta un 44 % más alto que en Madrid. El alquiler, indica Eva, puede superar los 1.300 euros al mes si vives solo y rondar los 800 o 900 si compartes piso. La sanidad también se paga mensualmente y el ocio «es caro».
El tranvía y la bici son los medios de transporte más habituales, pero también se usan el metro, el taxi o el autobús.
Un punto a favor son los salarios, que suelen ser altos, «pero si quieres tener una vida cómoda no es fácil ahorrar». Entre las dificultades que ha tenido Eva para aclimatarse, menciona en especial «los inviernos en Ámsterdam, que son largos y difíciles, sobre todo para las personas que vienen de lugares más cálidos». «Yo venía de vivir tres años en Barcelona y se nota... Se nota el hecho de no ver el sol durante semanas seguidas; el frío, que sea tan largo», dice.
Este año, continúa, el mal tiempo se prolongó de octubre a abril. Ella rebajó la larga sombra invernal con dos semanas de escapada a Río de Janeiro en el mes de marzo y «con otras dos semanas trabajando en remoto en Barcelona en abril». Esos dos respiros le dieron energía. «Esa energía me ha ayudado mucho este año. El sol y los amigos han sido mi salvavidas», destaca.
Si el mal tiempo aprieta, Eva saca a modo de paraguas el privilegio que es «amar» aquello a lo que una se dedica. Ella adora su trabajo. Desde enero del 2022, está produciendo en la capital holandesa el festival LGBTQIA+ Tropikali, que el año pasado contó con la presencia del músico de Catoira Alejandro Guillán, conocido como Baiuca.
«LA GENTE ES ABIERTA»
El laboral ha sido para Eva «un camino duro también, era la primera vez que hacía algo así», explica. Hoy, valora la experiencia de llevar tres ediciones del festival a las espaldas, de haber llegado hasta aquí. «Esto es lo que me hace sentir más orgullosa de mí misma. A nivel profesional, me siento valorada y soy feliz en este momento. Organizar algo en que la gente baila, ríe, y celebra su identidad de manera libre y segura es algo precioso. Y quiero seguir creciendo en esta industria», no duda.
En Ámsterdam descubrió que el paro se puede exportar en la UE, «tres meses, ampliables», detalla. Encontró la información en la web oficial de la UE.
Le gusta en especial «lo cómoda que es la ciudad para moverse y lo abierta que es la mayoría de la gente» con la que ha tratado desde que llegó. El holandés, confronta, es «complicado de aprender y, sin saber el idioma, al final, vives en una pequeña burbuja de expatriados, con lo que es difícil seguir la actualidad política y social del país».
Aunque la ciudad y la gente la acogen, Eva sigue sin sentir que «Ámsterdam es casa, o al menos la ‘casa’ que fue Barcelona» cuando llegó a la ciudad condal terminada la carrera. ¿Por qué? «Influyen muchos factores, como el hecho de que los inviernos sean largos, estar lejos del sol y el mar (el mar de aquí no es lo mismo), y también hay razones personales, pero todo lo que he aprendido a nivel personal y profesional estos dos años y medio ha sido increíble. No me arrepiento en absoluto», asegura.
«Si puedes permitirte moverte de ciudad y te apetece, hazlo», aconseja Eva. Lo peor que puede pasar es que no te encaje y vuelvas. Lo digo desde una posición muy privilegiada; sé que no todo el mundo puede hacer algo así porque no tiene un lugar y una familia a la que volver si todo va mal».
En Ámsterdam, cuenta con tres buenas amigas gallegas y su relación con Galicia es fuerte. «Yo me considero una embajadora de Galicia: allá donde voy, cuento de donde vengo y recomiendo visitarlo. Puedo decir que, a día de hoy, unos cuantos holandeses y holandesas saben dónde está Galicia gracias a mí. Intento volver una vez al año, y si puedo, más. Las Navidades en Galicia para mí son importantes», revela.
¿Seguirá viviendo en Ámsterdam mucho tiempo o prevé un cambio de rumbo? «Es algo que todavía no sé. Me siento bien hoy, pero estoy abierta a otras posibilidades y combinaciones».
La duda siempre tiene futuro.