El talento universal de Ángeles Gulín

Cuando se cumplen los quince años de su fallecimiento Santiago Vela publica un libro acompañado de un cedé sobre la gran cantante gallega

26 de marzo de 2018. Actualizado a las 05:00 h. 0

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A Ángeles Gulín (Ribadavia, 1939-Madrid, 2002) le faltaba un libro que glosara su historia, la de una joven gallega que emigró a América con sus padres y regresó solo unos años más tarde para convertirse en una de las sopranos más destacadas de la segunda mitad del siglo XX, dotada de «una voz que solo aparece una vez cada generación», en palabras del recién fallecido director de orquesta Jesús López Cobos. Ahora, Santiago Vela, amigo de la cantante y de su familia, gran aficionado a la lírica y testigo de los numerosos triunfos de la artista ourensana en el Gran Teatro de Liceu, acaba de saldar parcialmente esa deuda con la publicación de Ángeles Gulín (Témenos Edicións).

Con López Cobos, en 1979, la Gulín cantó el Nabucco de Verdi en el teatro romano de Cesarea, en Israel. Aquella niña que había jugado en el barrio judío de Ribadavia era una de las protagonistas del primer viaje que uno de los más importantes teatros alemanes, la compañía de la Deutscheoper de Berlín, realizaba a ese país después de la Segunda Guerra Mundial.

Tres años más tarde, en 1982, Emilio Sagi, exdirector del Teatro Real, asistió como público a la presentación de la soprano en el Metropolitan de Nueva York. Cantaba la Elena de Vísperas sicilianas, otro Verdi, con los diseños de Josef Svoboda, una producción célebre que también han protagonizado otras divas como Renata Scotto o Montserrat Caballé. «En el entreacto -recuerda Sagi-, en las salas de descanso todo el mundo comentaba aquella voz torrencial. ‘¿De dónde ha salido esa cantante?’, se preguntaban».

Pavarotti, despavorido

Precisamente algo similar le había ocurrido al tenor Luciano Pavarotti, unos años antes, cuando el Teatro de la Zarzuela de Madrid los reunió en 1974 para cantar juntos, por primera vez, Un ballo in maschera. Un testigo de aquel momento recuerda cómo en los ensayos el célebre tenor «miró despavorido al resto del elenco cuando escuchó la primera frase de la Gulín, diciendo: ‘¿pero de dónde ha salido? Menudo trabajo tengo ahora’».

Ángeles Gulín «salió» de Ribadavia, con breve pero esencial parada en Montevideo. «Su padre, aquel loco autodidacta que enseñaba música por las aldeas de Galicia en aquellos lejanos y austeros años 30 y 40», tuvo que emigrar porque «la hambre era mucha y cruel». La familia se instaló en Uruguay, adonde en 1951 llegó desde Vigo en el buque francés L’année, y allí Ángeles recibió sus primeras clases en el Conservatorio de Montevideo.

Con 20 años ya había debutado en el Ateneo de la capital uruguaya como la reina de la noche de La flauta mágica y de ahí al Teatro Solís, donde protagonizó unas funciones de Maruxa y Marina en las que conoció a su futuro marido, el barítono español Antonio Blancas. Juntos actuaron varias veces en el Festival de Ópera de A Coruña, la última con Macbeth, en 1982. Aquí, por ejemplo, cantó su única Tosca, y por todo ello el año pasado recibió un homenaje en el 15 aniversario de su fallecimiento.

Retiro prematuro

Pero la carrera de Gulín, lastrada por la enfermedad que la apartaría prematuramente de su gran pasión, transcurrió sobre todo por los grandes teatros internacionales: desde el Royal Albert Hall londinense, donde cantó la Octava de Mahler, al Festival de Edimburgo; Covent Garden, la Fenice veneciana, el San Carlo de Nápoles, la Arena de Verona… Si algo bueno tiene el libro de Santiago Vela es que permite seguir, día a día, las actuaciones de la artista gallega, desde 1959 hasta 1987, cuando hubo de retirarse de unas funciones de Mefistófeles en el Teatro de la Zarzuela madrileño por un derrame cerebral.

«La mejor soprano dramática de España en el siglo XX»

El autor de la biografía de la cantante gallega reúne además su dispersa, pero aquí bien reseñada, discografía. Para López Cobos, «desgraciadamente no nos han quedado muchos testimonios fonográficos» de la Gulín, «pues su voz no era ‘apta’ para micrófonos que se ponían ‘al rojo vivo’ con gran facilidad. Hoy seguramente la técnica hubiera podido domeñar esa voz y habría dejado para la posterioridad no solamente su voz sino lo que había detrás de ella: una mujer de una generosidad y un temperamento sin límites». El libro viene acompañado precisamente de un cedé que recoge algunas de sus roles legendarios y alguna rareza, como su Senta de El holandés errante de Wagner en italiano, de una representación en Catania. Siempre deseó haber podido cantar más al compositor alemán.

Eso y los testimonios de algunos de los artistas con los que compartió gloria, como los tenores José Carreras («fue siempre una colega atenta, preocupada y afectuosa, con una voz privilegiada») y Pedro Lavirgen («ha sido la mejor soprano dramática de España en el siglo XX»), las abundantes fotografías o las elogiosas críticas de sus actuaciones a cargo de grandes especialistas como el británico Alan Blyth conforman una obra que seguramente será de obligada consulta a partir de ahora para quienes deseen aproximarse a una artista y mujer excepcional, una gallega universal que quizá nunca tuvo en su tierra todo el reconocimiento que debería, a pesar de que jamás olvidó a los suyos y actuó aquí siempre que pudo.

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