Sergio Pardo: «La mejor manera de olvidar a alguien es ponerlo en bronce sobre un pedestal»

Montse Carneiro A CORUÑA / LA VOZ

ESTADOS UNIDOS

EDUARDO PEREZ

El arquitecto coruñés, al frente del programa de arte público del Ayuntamiento de Nueva York, invita a repensar la integración del arte contemporáneo en la ciudad para convertirlo en un catalizador del diálogo y el cambio social

30 dic 2019 . Actualizado a las 19:32 h.

El arquitecto Sergio Pardo (A Coruña, 1984) está de vuelta. Experto en políticas culturales de larga trayectoria en comisariado y gestión cultural, dirige el programa de arte público del Ayuntamiento de Nueva York y cada Navidad llega a su ciudad con experiencias extraordinarias. «Nos han dado 10 millones de dólares para nuevos monumentos», dice.

-¿Qué nos trae este año?

-Me invitó la galería Vilaseco a cerrar el ciclo de conferencias 12 Miradas. No había asistido nunca, pero había visto las grabaciones por Internet de las ediciones anteriores. Han participado 24 creadores en activo, arquitectos, artistas plásticos, cineastas, coreógrafos, diseñadores, paisajistas, que han hablado de su propia obra. Me pareció interesante que mi charla fuera la primera de alguien que no es creador sino que se dedica a facilitar el trabajo de los creadores y a fomentar las políticas culturales. Intenté reflexionar sobre el papel de la cultura como catalizador del diálogo, el compromiso social y el desarrollo económico. La cultura ha de tener beneficios.

-¿Cómo?

-Bueno, en el 2005 Christo y Jeanne-Claude hicieron un recorrido por Central Park mediante la instalación de mil arcos que reportó 250 millones de dólares a la ciudad en 15 días. Es como un buen festival de cine, una buena programación. Es economía cultural, tan en boga. El summit de Abu Dhabi se centrará solo en eso. La cultura debe ser parte esencial del motor económico.

-El año pasado habló de cómo se redefine el concepto de monumento contemporáneo. Las estatutas ecuestres ya no sirven.

-Hay muchas líneas a abordar en el tema de los monumentos. En primer lugar, en el espacio público no hay equidad en lo que se representa. Lo mismo pasa en los museos. Al fin y al cabo ha sido un grupo de gente el que ha decidido quiénes tienen que estar en nuestras calles y nuestras plazas. En Nueva York nos dimos cuenta de que en 140 años solo se hicieron piezas de hombres caucásicos. No ha habido diversidad, ni en lo que se representa ni en cómo se representa. Durante muchos años pensamos que la mejor manera de honrar a un individuo era poniéndolo en bronce sobre un pedestal, y yo siempre comento que cuando les pido a personas que van con asiduidad a Central Park o al Retiro que me digan cinco monumentos, de las decenas que hay, no son capaces. Es un claro ejemplo de que la mejor manera de olvidar a alguien es ponerlo en bronce encima de un pedestal.

-¿Qué iniciativas tomaron en Nueva York?

-En la charla hablé de tres piezas. La primera es un reloj, el Peace Clock, de Lina Viste Grønli, muy interesante porque redefine lo que es el monumento contemporáneo. Rinde tributo al primer secretario general de Naciones Unidas, está justo enfrente de la sede de Naciones Unidas, y de manera muy inteligente honra a la persona, y en vez de hacerla figurativa la artista habla del legado de tal manera que consigue hacer una pieza muchísimo más transversal, que envejecerá mejor y hablará de conceptos más universales. La segunda pieza, de un artista que se llama Hank Willis Thomas, es un gran brazo de un hombre afroamericano, de ocho metros, en bronce, saliendo de la tierra en la mediana de un viario principal de Brooklyn, un barrio creado en gran parte por esclavos e inmigrantes. Y que curiosamente encierra otro gesto interesante porque con esta pieza los dos únicos brazos que apuntan al cielo en Nueva York son de una mujer, la Estatua de la Libertad, y de un hombre afroamericano.

-¿Cómo gestionan las piezas polémicas?

-En el 2017 recibimos una petición en la concejalía, a raíz de la controversia en el sur de Estados Unidos por la existencia de monumentos a líderes confederados, para que hiciéramos una auditoría de las piezas que teníamos con el fin de evaluar posibles controversias presentes y futuras. Para escuchar el mayor número de matices y puntos de vista posibles, se generaron dos comisiones de expertos en estudios de la mujer, de género, afroamericanos, de la comunidad italoamericana, LGTB, sociólogos...A su vez se pidió a una fundación privada que hiciera lo mismo para poder cotejar las conclusiones, públicas y privadas. Se hicieron cinco audiencias públicas en las que cualquier ciudadano podía durante tres minutos comentar y compartir cómo creía que se debían hacer las cosas o cuáles eran los problemas, y además se pusieron en marcha plataformas virtuales para que desde fuera de Nueva York también se pudiera opinar o sugerir cómo se estaba haciendo en otras latitudes.  

«En Nueva York nos dimos cuenta de que en 140 años solo se hicieron esculturas públicas de hombres caucásicos»

Al final en lugar de las opciones tradicionales, que son mantener las cosas como están alegando que son parte de la historia o eliminar todo lo que desde la moralidad del momento no interesa, sugerimos a la alcaldía que era una oportunidad magnífica para recontextualizar. Algunas piezas que generan controversia hay que analizarlas de manera aislada y a lo mejor reubicarlas, pero en la mayoría de los casos consideramos cambiar las placas para que hablasen de las luces, pero también de las sombras, y que el peatón tuviese ese punto de vista. Y después, añadir piezas de todos esos individuos, movimientos y colectivos de la historia que nunca han tenido cabida en el espacio común. Nos dan 10 millones de dólares para crear los nuevos monumentos de Nueva York. Se abre un proceso de comisiones y audiencias públicas para analizar a quien hay que honrar. Pero resulta que de los centenares de monumentos figurativos que hay en el espacio público de la ciudad solo hay cinco dedicados a mujeres. Hay más piezas sobre animales que sobre mujeres. Así que lo primero fue crear una iniciativa que se llama She Built NYC para honrar a colectivos femeninos o mujeres.

«En Nueva York hay más monumento dedicados a animales que a mujeres»

Una de las piezas que nos han dado más guerra y también más satisfacción poder presentarla ha sido el primer memorial del mundo que rinde tributo a dos personas transgénero, una mujer negra y otra hispana, Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera, activistas de Stonewall, el origen del movimiento LGTB. Conseguimos 750.000 dólares, va a estar a una manzana de Stonewall. Cuando la anunciamos, en junio, al poco tiempo, a las horas, el eco había llegado a The New York Times, The Washington Post, The Guardian, la revista Time, y todos hablaban de cómo un gesto aparentemente tan pequeño podía tener una importancia tan relevante para un colectivo entero. Es la primera vez que de alguna manera se reescribe la historia no solo del colectivo, sino de sus primeros activistas.

-Esas otras piezas controvertidas, ¿se destruyen?

-Hay una pieza que estaba en la Quinta avenida, delante de la Academia Nacional de Medicina, dedicada a un médico considerado el padre de la ginecología moderna, J. Marion Sims, del que se ha descubierto que gran parte de los experimentos que realizó fueron con hombres y mujeres afroamericanos a los que no suministraba anestesia porque consideraba que la raza negra tenía mayor tolerancia al dolor. Tres mujeres fallecieron y tenemos los nombres y apellidos. Ese señor no puede estar allí.

-¿Se fundirá?

-Pensamos que la pieza no debe ser destruida. Tiene un creador y una virtuosidad. A veces hay que distinguir lo que representa de la valía artística. Será reubicada en un contexto educativo, donde se explique la figura de ese señor. El pedestal ha quedado limpio y hemos hecho una convocatoria de artistas para repensar qué se hace: un tributo a las víctimas de los experimentos, a las médicas afroamericanas que han aportado grandes hallazgos, o simplemente nada, dejarlo vacío. Lo que es seguro es que allí habrá un contramonumento. Todas las iniciativas que hacemos, desde lo público y lo privado, a nivel estatal o local; esa idea de repensar cómo integramos y fomentamos el arte contemporáneo en la sociedad es lo que va a permitir a las generaciones presentes, a nosotros mismos, pero también a los que van a venir detrás, cuestionar la manera en que vemos, escuchamos, pensamos y nos comportamos. .

«Que uno fuese a un barrio limítrofe y pudiese encontrar la misma pieza que en Belas Artes»

Descentralizar la cultura, sacarla de las dos manzanas a las que se reduce en todas las ciudades, «también en A Coruña, y que uno pudiese ir a un barrio limítrofe y tener la misma pieza que puede encontrar en el Museo de Belas Artes, intentar buscar la equidad», invita Sergio Pardo con la certeza de que el arte redime «más allá de la estética -el título de su charla-, porque promueve el cambio social, el sentimiento de comunidad, de igualdad y de lucha contra la exclusión».

-Con 16 años me fui a Italia y durante dos años todos los miércoles iba a trabajar a un campo de refugiados en Eslovenia. Mi labor era de profesor de inglés de los niños y de manualidades de las señoras mayores. Ese era el origen. Pero al final uno se da cuenta de que lo que tiene que hacer es conseguir que durante unas pocas horas las 55 personas que viven en el campo lo pasen lo mejor posible. Encontramos que todos añoraban sus países, sus plazas, sus calles, sus casas, y les pedimos que nos describiesen cómo eran para intentar buscar fotografías; a los niños, les pedimos que imaginaran cómo les gustaría que fuese el campo. Y nos dedicamos todos a pintar los barracones. De manera muy intuitiva y muy naif en aquel momento conseguimos alinear la vida de aquellas 55 personas. Y me doy cuenta de que a día de hoy no me dedico a algo muy diferente.

-Se fue a Italia y ya no volvió.

-Vuelvo en Navidad y en verano. A Italia volví en la Bienal de Venecia del 2006 como asistente del comisario español, Manuel Blanco. La temática era la ciudad y presentamos un pabellón muy interesante sobre hacia dónde va la ciudad a día de hoy y qué significa, a través de la mirada de cien mujeres, en una disciplina, como la arquitectura, que de por sí es tradicionalmente machista. Y ahí ves el poder de cambiar las narrativas a través de los discursos en los comisariados.