Los Cao, de Foz, millonarios por la dote de un hermano emigrante del que no sabían nada

Martín Fernández

CUBA

Historias curiosas sobre herencias millonarias de emigrantes; algunas nadie las reclamó, los dos casos conocidos de A Mariña; otras solo acumulaban deudas

09 may 2023 . Actualizado a las 19:29 h.

Tiempos hubo en que recibir una herencia era un salvavidas ante tiempos inciertos. Las de los emigrantes abrían expectativas que a veces no se cumplían. En ocasiones, el legado caía como un maná y convertía en millonaria a una familia, como los Cao Freire, de Foz. Pero lo más frecuente fue que o no había dote o nadie la reclamaba: eso pasó con dos emigrantes de Lourenzá y Viveiro...

El caso de los Cao Freire fue curioso. Uno de los hermanos, Eleuterio, nacido en 1889, emigró a Cuba para huir del servicio militar. Tras un tiempo en la isla, fue uno de los 500 primeros gallegos que, en vista de los altos sueldos que se ofrecían, marcharon a Panamá en 1906 para trabajar en las obras del canal. Los gallegos estaba bien vistos. El ingeniero jefe de la obra, Jhon Stevens, decía que «cada gallego vale por tres» y Roosevelt, presidente de los Estados Unidos, pedía expresamente gallegos para la gran vía interoceánica de 82 kilómetros. Llegaron a ser 8.489 los paisanos contratados por la firma americana Isthmian Canal Convention hasta que el gobierno de Maura prohibió emplear más. Tras inaugurarse el canal en 1914, muchos se quedaron en Panamá y formaron la mayor colonia española, otros marcharon a Brasil a trabajar en obras del ferrocarril y a algunos les ofrecieron ser capataces en Estados Unidos. Ese fue el caso de Eleuterio Cao. Su familia no supo de él ni durante su estancia en Panamá ni cuando se nacionalizó americano. Pero en 1966 la historia dio otra vuelta de tuerca. Una emisora de televisión informó que un hombre -que llamaban Aureliano Cao Freire- nacido en la provincia de Lugo (España), soltero y sin descendientes, falleciera en Pittsburgh dejando una gran herencia de 600.000 dólares (36 millones de pesetas). La noticia corrió como el rayo y pronto aparecieron herederos en Foz, Barcelona, Canadá, México y los Estados Unidos.

Entonces fue cuando el alcalde de Foz, José María Beltrán Veiga, puso -según Xosé de Cora- las cosas en su sitio. Fue al Registro y aclaró que no se llamaba Aureliano sino Eleuterio. Y concretó que los hermanos con derecho a heredar eran cuatro: Francisco, emigrado en Australia; Manuel, fallecido, con dos hijos: Angélica, ama de casa, y Manuel Cao López, empleado en una conservera; Ramón, armador y presidente de la Mutua de Accidentes del Mar de Foz, fallecido, con dos hijos: Mercedes, ama de casa, y Francisco Cao Villar, pescador; y Francisca, fallecida, con tres hijos: Marina, sus labores, Germán y Elisardo López Cao, empleados de una firma americana que operaba en Monrovia (Liberia). Fue tambien Beltrán el que realizó las gestiones para que todos ellos pudiesen cobrar la dote: 3,2 millones de pesetas cada parte tras pagar tasas, impuestos, etc. Un maná inesperado, un alivio y un salvaconducto...

El fiasco del viveirense Antonio V. Fernández, que marchó a Cuba para cobrar una herencia

Pero no todas las herencias de emigrantes tuvieron siempre un final feliz. A mediados del XIX, el viveirense Antonio Vicente Fernández Banga pidió permiso para pasar a La Habana y América «a seguir la carrera del comercio» y para ir a Puerto Rico a recoger la herencia que le correspondía a su padre por la muerte de su tío, José de Banga y Feijoo, que desde San Juan mantenía relaciones comerciales con diversos lugares de Centroamérica. Antonio Vicente era soltero, natural y vecino de Viveiro, e hijo de Vicente Fernández y Manuela R. Banga.

Según datos del Portal de los Archivos Españoles (PARES), Antonio Vicente se encontró con que su tío disponía de una gran fortuna. Pero las circunstancias en las que la había hecho y la dispersión de su capital fueron insuperables impedimentos para que él pudiera hacerse cargo de un patrimonio que quedó, al final, en una cuantía muy inferior a la que le empujara a dejar su tierra y cruzar los mares...

José de Banga había sido demandado por Miguel de la Fuente por impagos en Hidalgo de Parral (México) cuando su sobrino llegó. Y había sufrido el embargo de sus bienes a causa de una fuga de Este Real que fue denunciada por el propio Obispo de la localidad.

Esas circunstancias, desconocidas para él, hicieron que el viveirense tuviera que cambiar de planes y comenzar desde abajo su carrera en el mundo de los negocios.

Se instaló en La Habana y se dedicó al comercio y al transporte de mercancías por mar entre ciudades costeras. Comenzó con rudimentarias embarcaciones, hechas por él, y llegó a tener una flotilla de pequeños barcos con los que distribuía carbón, alimentos y otros productos.

Una motivación similar llevó tambien a otro viveirense, Manuel M. Coira y Fernández, a pedir permiso en 1834 para que dos de sus hijos -Francisco y José Ma Coira Montenegro, de 19 y 17 años, solteros- pudieran pasar «a Puerto Rico y La Habana» para recoger «acciones y derechos» que le correspondían y «establecerse en el comercio de La Habana». Historias curiosas de nuestros emigrantes.

Nadie recogió el legado de dos migrantes de Lourenzá y Viveiro en Cuba que murieron en la travesía

No siempre los legados de quienes se fueron levantaron expectativas. Al contrario, tenía que ser el juez el que llamase la atención sobre la existencia de un patrimonio del que nadie se acordaba ni demandaba ni esperaba. En mayo de 1896, un juez de A Coruña envió un Edicto al Gobierno Civil de Lugo en el que otorgaba quince días de plazo a quienes se creyeran con derecho en la herencia de Manuel Rodríguez Villarino, «natural que fue de Santa María de Valdeflores de Villanueva de Lorenzana (Mondoñedo)». Había fallecido el 31 de marzo de ese año a bordo del vapor correo Santo Domingo que hacía la travesía La Habana-A Coruña. Y nadie había reclamado derecho alguno en el juicio abintestato que se estaba instruyendo.

Una situación parecida había sucedido dos años antes. El 30 de noviembre de 1894, otro juzgado coruñés tambien publicó un edicto en el que reiteraba que, a pesar de los diversos requerimientos publicados, ningún pariente de Manuel Riveira Vázquez ? fallecido en julio a bordo del vapor Pio IX durante el viaje de regreso de La Habana- se había personado para verificar su muerte y reclamar su herencia. El juez indicaba que se habían practicado diversas diligencias para averiguar el paradero de alguien de la familia de Manuel Riveira -que era natural de Viveiro (Lugo), tenía 36 años en el momento de su muerte y estaba casado con Rosa Franco López- pero todas ellas habían resultado infructuosas. Por lo que el propio juzgado anunciaba de nuevo su defunción en el barco y advertía que, en caso de no presentar nadie reclamación alguna, finalmente sus pertenencias pasarían al patrimonio público.