«Azucre», el amargo viaje de la emigración gallega a Cuba

CUBA

Bibiana Candia, en el castillo de San Antón, de A Coruña.
Bibiana Candia, en el castillo de San Antón, de A Coruña. ANGEL MANSO

Bibiana Candia firma una de las sensaciones literarias del año en su primera novela, un contrapunto al relato de éxito de la diáspora

10 dic 2021 . Actualizado a las 09:28 h.

A veces solo se necesitan pequeñas cosas para hacer algo grande. Basta el comentario inesperado de alguien para que una luz ilumine una zona de penumbra. Y zas, de repente, una diminuta chispa es capaz de desatar una llama. Así, lo que es en apariencia un embrión, algo insignificante, toma forma hasta convertirse en un poderoso cuerpo literario de múltiples voces, que nos hablan y nos interpelan, que nos sacuden, que nos zarandean... Sin embargo, para que de lo casual o lo azaroso salga algo de valor hacen falta atrevimiento y talento, el mismo que exhibe Bibiana Candia (A Coruña, 1977) en su debut como novelista. Azucre rescata del olvido la epopeya de los gallegos que emigraron a Cuba en 1853 para trabajar en las plantaciones de caña y acabaron convertidos en esclavos. Un libro conmovedor y que se ha situado, por derecho propio, entre las sensaciones literarias del año.

A ello ha contribuido, sin duda, la poderosísima fuerza de la historia, pero también la forma de contarla: una narración en la que se superponen los puntos de vista sin alterar el ritmo ni la música, hasta componer una melodía perfecta que no desafina nunca. En cierto modo, hay una especie de técnica de encaje, como si la autora se hubiese sentado a escribir su novela con las palilleiras de Camariñas. Una elección arriesgada, que supone adentrarse en un camino sinuoso y laberíntico, en el que resultaría sencillo perderse, y del que sale bien parada. Gracias a eso, la escritora logra dar protagonismo y voz propia a unos personajes de cuya desdicha apenas dan fe unas cartas enviadas a sus familiares. Y aquí es donde la ficción complementa una historia real de un modo minucioso, palabra a palabra, detalle a detalle, para construir los testimonios, sin que apenas se note, igual que hace la restauradora de un museo que trata de recuperar un viejo y valioso cuadro deteriorado por el paso del tiempo. En este caso, la escritura serviría como una paleta de colores para tapar grietas o para rellenar huecos, alejada de toda pretenciosidad, de palabras sobrantes, sin que el relato pierda un ápice de su fuerza. Algo que puede parecer sencillo, pero que es dificilísimo.

Aunque con un estilo bien diferente, esto es lo que ha encumbrado también al escritor afroamericano Colson Withehead, que noveló la odisea de los esclavos de los campos del algodón para huir hacia el norte (El ferrocarril subterráneo) o el racismo de los correccionales (Los chicos de la Nickel), ambas historias reales, magistralmente narradas con personajes de ficción. Rescatar para la literatura un hecho del pasado no significa necesariamente que haya que encuadrar una obra en el género de la novela histórica, aunque algunos se afanen en lo contrario. Nos invade una cierta obsesión por encasillarlo todo, por clasificarlo, aunque haya que hacerlo a la fuerza, con calzador. Azucre no se parece en nada a lo que canónicamente se denomina novela histórica: ni en su estructura, ni en su extensión, ni en el tipo de personajes.

Porque, en cierto modo, esta es también una novela del presente, una historia del pasado que bien podría trasladarse a nuestro días, y que nos recuerda que la infamia persigue a la condición humana a todas partes como una pegajosa sombra de la que no es capaz de desprenderse. Los gallegos engañados y esclavizados en Cuba, que huyeron de la miseria y del cólera a mediados del XIX, también son las mujeres que hoy en día caen presa de las mafias para la explotación sexual, los inmigrantes que se embarcan en ataúdes de madera para cruzar el Estrecho en busca de una prosperidad que nunca llega o la mano de obra extranjera que trabaja para la industria occidental en condiciones deplorables, tal y como se descubrió hace meses en un complejo cárnico en el norte de Renania.

Azucre es también el contrapunto al relato de éxito que ha dominado recientemente la percepción social sobre la emigración gallega: la figura del indiano que se marchó arruinado y se hizo rico o aquellos adolescentes medio analfabetos que huyeron del pueblo en busca de fortuna y lograron levantar un emporio empresarial en Brasil o México. Azucre es el relato del viaje más amargo, la narración de una cruel desventura, el rescate de una epopeya injustamente olvidada y la constatación de algo más feliz en medio de tanto horror: la irrupción de una buena escritora que ha venido para quedarse.