Francisco Sabín: «Mi abuelo salió de Narón en alpargatas y en Cuba hizo fortuna»

Ana F. Cuba NARÓN

CUBA

CESAR TOIMIL

El nieto del filántropo que donó el edificio de Freixido para crear un colegio de niñas narró la historia familiar en su reciente visita a la escuela de Sedes

17 oct 2019 . Actualizado a las 09:31 h.

«Nací en 1940 y mi abuelo había muerto en 1936. Salió, supongo que de Sedes [Narón], en alpargatas, un hombre pobre, e hizo fortuna en Cuba como comerciante», contó Francisco Sabín en su reciente visita a la escuela de Sedes, el edificio de Freixido que donó su abuelo, Francisco Sabín Teijeiro, en 1921, para crear un colegio de niñas. «Mi padre nunca me había dicho en qué pueblo había nacido mi abuelo. Mi señora descubrió, por medio de La Voz de Galicia, con un artículo de 2016 sobre los 95 años de la escuela, una fotografía de mi abuelo». Aquel hallazgo les condujo al centro, mixto desde hace años y que este curso cuenta con 12 alumnos de tres a cinco años. Y en septiembre viajaron a Narón para conocerlo.

«Mi abuelo prosperó en Cuba y se casó con una gallega, una señora educada, que tocaba el piano [...]. Venía a Galicia una vez al año, llevaba jamón, queso, lomo, embutidos... Murió en Cuba, cuando mi padre era joven», explica. De su padre recuerda su inteligencia: «Era una enciclopedia ambulante, hablaba seis idiomas, sabía de arte, de historia, de literatura... No trabajó un día en su vida. Hasta que en 1959 le robaron todas las propiedades, tenía edificios y solares urbanos [heredados] y se lo confiscaron todo. ‘No va a quedar ni donde amarrar la chiva’, se decía entonces».

La Revolución acabó con aquella vida de «dolce far niente». «Tuvo que ganarse la vida con casi 60 años, llegó a Estados Unidos sin nada y gracias a su formación se hizo profesor universitario. Su primer trabajo fue en un college de monjas en Montana, luego estuvo en Texas y en Towson, en Baltimore, donde se retiró y se murió a los 69 años. Mi madre llegó a los 93. Espero que mis genes sean más de mi madre que de mi padre [risas]». El nieto del filántropo que donó la escuela de Sedes tenía previsto celebrar en Marruecos su 79 cumpleaños, en octubre. Su trayectoria se parece poco a la de su abuelo o a la de su padre. Estudió en la Universidad de Boston y se empleó en una empresa química, DuPont, en la central de Wilmington, en Delaware, donde conoció a su esposa. «Ella había nacido en La Habana, en seis meses nos casamos. Tenemos dos hijas, un hijo y seis nietos, y cruzo los dedos para poner tener unos cuantos bisnietos», detalla. Mientras trabajaba en la planta de DuPont estudiaba por las noches, se graduó en la Universidad de Delaware y acabó en la compañía General Electric. «Empecé en Washington y de ahí me mandaron a Ginebra y desde allí tenía que ir una o dos veces a Madrid y a Bilbao», rememora.

En Suiza nació su primogénito y la familia decidió regresar a Estados Unidos, «para que los hijos tengan un sentimiento de nacionalidad». Y le destinaron a California. Su situación laboral se complicó, acabó trabajando en Milán -«un expatriado que vive como un millonario sin serlo», bromea-, hasta que le enviaron a New Hampshire, al norte de Boston, donde se retiró hace 25 años y donde continúa viviendo.

«Venir aquí es la felicidad»

«Mi padre nunca trabajó, hasta viejo, y yo trabajé de joven hasta los 54», resume. «En este punto de mi vida, lo que quiero es salud... La nutrición es muy importante, como espinacas, ese es el secreto [risas]. Bueno, en Galicia, con el jamón y la tortilla de papas, maravillosa... Esto seguro que me cuesta unos días de vida [más risas]», comentó tras conocer a los escolares de Sedes, «una belleza de niños». «Venir aquí es algo que... No tengo palabras para decirte, es la felicidad, me acerca a mi abuelo, a ver su obra».