Manuel Fernández Quintana, un emigrante de Lourenzá en la Irmandade Nazonalista de Cuba

MARTÍN FERNÁNDEZ

CUBA

REVISTA ECO DE GALICIA

Maferquin era el seudónimo que usaba como colaborador en «Eco de Galicia»

06 abr 2019 . Actualizado a las 21:50 h.

El 20 de mayo de 1923, Eco de Galicia, una de las más importantes revistas gallegas en Cuba, publicaba en la portada de su número 191 la foto de una mujer, ataviada con el traje tradicional gallego, con este pie: «Señorita Mercedes Fernández Quintana, gentilísima hija de Lorenzana (Lugo), hermana de nuestro distinguido amigo Manuel (Maferquin), colaborador de esta revista a quien ella dedicó este cariñoso recuerdo».

Maferquin era el seudónimo -y el acrónimo- que Manuel Fernández Quintana empleó, en los años 20, en sus colaboraciones en Eco de Galicia. Escribía habitualmente en esa publicación que, fundada y dirigida por Manuel Fernández Doallo, gozaba de gran éxito entre el colectivo emigrante en Cuba pues sus contenidos recogían las preocupaciones gallegas de entonces.

Por aquellos años, en A Coruña se acababan de fundar las Irmandades da Fala y en La Habana se radicalizó el ideal de afirmación galleguista. Eco tenía una «páxina nazonalista» en la que, entre otros, escribían Vicente Risco, Peña Novo, Vicente Rebollar, Basilio Alvarez, Viqueira o el propio Maferquin. Los artículos giraban sobre la defensa del idioma, la crítica del centralismo y del caciquismo, semblanzas de personalidades, acercamiento a Portugal y temas históricos, económicos, geográficos…

Crisis en la Dictadura

El emigrante de Lourenzá militó en la Irmandade Nazonalista Galega de Cuba desde su fundación en 1920 por Fuco Gómez, Sinesio Fraga, Manuel Blanco y el viveirense César Parapar Sueiras, entre otros. En la organización, el ortigueirés Vicente Rebollar era el Conselleiro Maior, Cándido Navarro, el contador, Jesús Varela, el secretario, y Manuel Fernández Quintana, vicesecretario. En 1923, cuando la sociedad contaba con 77 militantes, se produjeron desavenencias en su seno por causas de ortodoxia ideológica y porque la Irmandade no apoyó a Fuco Gómez en su querella contra Fernández Doallo a quién acusaba de fomentar desde su revista la prostitución de mujeres emigrantes.

La crisis llevó a la dimisión de varios dirigentes y coincidió con la crisis general del nacionalismo en Galicia tras la llegada de la Dictadura de Primo de Rivera que congeló las relaciones de la Irmandade Galega con sus delegaciones de América. Las propias relaciones del nacionalismo con la Dictadura fueron ambiguas pues algunos de sus militantes apoyaron ideas del cirujano de hierro como como la Mancomunidad Gallega (el «sano regionalismo» de Álvarez Insua) o la Federación Nacional de Regiones, de Núñez de Couto.

En 1924, pese a todo, la Irmandade de La Habana seguía teniendo actividad, sobre todo cultural. Pero en torno a 1927 sólo quedaba del galleguismo en Cuba la incansable y frenética actividad de Fuco Gómez en defensa de su arredismo, la idea de separar Galicia de España.

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Los clérigos daban la espalda al féretro de Leiras

Manuel Fernández Quintana fue amigo de Leiras Pulpeiro. En enero de 1923 publicó en Eco de Galicia un artículo en el que lo tilda de Santo Laico y Moderno. Leiras había muerto en 1912. Su galleguismo y su republicanismo lo convirtieron en un símbolo de la causa gallega. Y aunque él se consideraba cristiano, su anticlericalismo le provocó situaciones incómodas y asfixiantes, enfrentado al poder del «cregaxe opresor».

Homenaje en 1921

Nueve años después de su muerte, el 30 de octubre de 1921, republicanos y socialistas le rindieron un homenaje al inaugurar, en el cementerio civil, su mausoleo costeado por Hijos de Mondoñedo en la Argentina. En el acto, intervinieron Vilar Ponte, Risco, Peña Novo y otros.

El artículo de Maferquin se inserta en esos honores para glorificar la figura de Leiras. Dice que «no fue un Jesús, un San Francisco o un Ignacio de Loyola. Aunque en vida fue santo, jamás tuvo adoradores. Fue santo, pero no de esos que hacen milagros. Fue el Santo Moderno de aquel poema que años ha escribiera Richard Burton».

Destaca que «nunca vistió el hábito de monje, ni rezó el rosario, ni se encerró entre paredes, lejos del combate. Al contrario, recorrió las puertas de las desgracias dejando en todas ellas un pedazo de su corazón que manaba misericordia y remedio para pobres y enfermos. Caminó siempre en compañía del desgraciado y del débil. Y apeló siempre a la justicia».

«Fue un santo moderno»

Por eso Fernández Quintana dice que «fue un santo moderno que socorrió a las gentes con su ciencia y su bolsillo». Y evoca, con dolor, su entierro: «¡Con qué tristeza recuerdo ese dia!. ¡Y qué odioso ejemplo el de aquellos ‘edecanes de la farsa’ que, al pasar el cadáver por delante de ellos, hubo que gritarles que se descubrieran!. ?Es un ateo, decían y le daban la espalda. ¡Así está nuestra humilde Galicia, casi dirigida por esos feudos que visten de negro para inspirar más respeto al ingente rebaño que los circunda!. Así progresamos ?creanlo- dejando que la ‘farsa’ impere con sus absurdas doctrinas…».

El Gobierno, los curas, los caciques y las sociedades agrarias eran los males de Galicia, según él

Manuel Fernández Quintana confiaba en el poder de la cultura y de la educación para cambiar el mundo. En el artículo «¿Por qué estamos atrasados?», publicado el 15 de octubre de 1922 en Eco de Galicia, dice que los gallegos emigran «por culpa de esos que nos gobiernan que, al aumentar sus despilfarros, aumentan nuestro ‘sudor’ haciéndonos pagar más por nuestro trabajo».

Para él «hay en contra del progreso de Galicia lo siguiente: el gobierno de Madrid, los frailes y curas, los caciques (en esta categoría entran el médico, el juez, el secretario y la mayor parte de esas sociedades disfrazadas con el seudónimo de Agrarias)».

Hecho el diagnóstico, ofrece la receta: «Para combatir esto hay que hacer algo muy sencillo. Los caciques se combaten ilustrando no sólo a nuestros hijos sino también a esos padres ignorantes… Es aquello del filósofo, luz más luz. A esos retrógados hay que calentarlos con nuevas ideas y así poder formar la pieza que se llamará Progreso Gallego».

Según Maferquin, «para estirar el hierro, hay que calentarlo. Y se calienta fundando una sociedad ‘Pro Propaganda Gallega’, con una cuota de 40 centavos mensuales, y cuando haya algunos fondos, editar periódicos y folletos y enviarlos a Galicia para distribuirlos gratis entre esos retrógados. Alguno se fijará en lo bueno que contendrán. Y así conseguiremos la Autonomía Regional. Pero hay que luchar incansablemente hasta hacerles ‘ver con claridad’…».

El emigrante nacionalista de Lourenzá tenía buenas intenciones, era noble y un tanto ingenuo. Y tenía cosas del despotismo ilustrado: todo para el pueblo pero sin el pueblo…