Durán, el cura de Viveiro preceptor de Franco y otros clérigos emigrantes

La Voz

CUBA

ARCHIVO MARTÍN FERNÁNDEZ

El sacerdote impartió clase al futuro dictador en el colegio de Marcos Leal de Ferrol cuando tenía 5 años

26 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Con los curas que marcharon a la emigración pasó lo mismo que con los seglares. Unos lograron fortunas y mejoraron socialmente, otros hicieron donaciones, algunos vivieron aventuras, muchos fueron ideologizados militantes y los más volvieron como se fueron… El muestrario, como la vida, es diverso. Una historia singular fue la del sacerdote Eugenio Durán López. Nació en Viveiro en 1869, hijo de Feliciano Durán y de Presentación López. Estudió en el Seminario de Mondoñedo y, tras ordenarse, fue coadjutor de la iglesia de San Julián, en Ferrol, al tiempo que impartía clases en el colegio de Marcos Leal.

A esa escuela llegó un día de 1897 un Capitán de la Armada alcohólico, mujeriego y violento con un niño de pequeña estatura y voz débil, ceceante y atiplada, al que los niños del barrio llamaban Cerillito… El niño tenía cinco años y durante dos más, antes de pasar al colegio Sagrado Corazón, tuvo como preceptor al sacerdote viveirense.

El capitán alcohólico, que pronto abandonaría a la familia para irse con una amante llamada Agustina, se llamaba Nicolás Franco Salgado-Araujo. Y el niño, Francisco Franco Bahamonde, el Dictador que luego gobernaría España sobre un cementerio. La historia la cuenta José María Zavala en su libro sobre la niñez de Franco en El Ferrol.

Eugenio Durán era un hombre de carácter. En 1900, al ser destinado como cura ecónomo a Landrove y no habérsele concedido un curato de más nivel, disgustado y molesto, decidió emigrar a México. Allí ejerció en una parroquia y se relacionó con altas instancias de la nación como el presidente, Francisco León, o el Arzobispo de México, José Mora y del Río. 

Derechista y generoso

Permaneció en el país veinte años y regresó a Viveiro enriquecido. Según Donapetry, era un notable orador al que llamaban de villas y ciudades de Galicia para dar prédicas en fiestas señaladas. La prensa de la época relata que formó parte del Patronato del Homenaje a la Vejez del Marino que tuvo lugar el 10 de octubre de 1929. En él, se concedieron pensiones vitalicias a los ancianos Tomás Baltar y Ramón Alonso y se repartieron donativos de 150 y 50 pesetas a diez viejos marineros. El Ayudante de Marina, Carlos Morris, y él fueron los oradores.

El 26 de abril de 1936, pasó algunos días en la cárcel y otros más detenido en su domicilio «por haberse significado como derechista», según un informe del Obispado de Mondoñedo sobre sucesos acaecidos en la diócesis los días previos a la guerra civil.

Murió en Viveiro en 1944. Pero antes repartió su herencia entre entidades benéficas como la Cocina Económica, el Ropero de San Vicente, las escuelas gratuitas de Ferrol y las Hermanas de la Caridad y los Ancianos Desamparados de Viveiro. Dejó también una pensión vitalicia a su sirvienta y donó el órgano de la iglesia de San Julián.

Un vicario de Nois, Ramón Rodríguez, y el promotor del mayor templo de Cuba, Fray Aniceto de Mondoñedo

Cuba fue otro destino de sacerdotes mariñanos. Ramón Rodríguez, de Nois (Foz) emigró muy joven por razones económicas en el siglo XIX y contactó pronto con el círculo del Arzobispo de Guatemala y Administrador de la Diócesis de La Habana, Ramón Casaus. Había nacido en 1817 y se ordenó sacerdote ya en Cuba, en 1840.

Primero fue capellán castrense del Morro, luego secretario del Cabildo de La Habana, en 1860 párroco y vicario de Matanzas y cinco años después examinador sinodal del Obispado de La Habana, poco antes de morir en Galicia. Este eclesiástico llamó a su sobrino Basilio Rodríguez Vilarmea que, con su apoyo, reunió una fortuna en Cuba, se casó con Ascensión Pillado Pedrosa y regresó a su pazo de Cobas (Nois) incluso antes de morir su tío.

Tal vez el más destacado religioso de A Mariña en la isla fue el capuchino José Cabaneiro Anllo, Fray Aniceto de Mondoñedo (Mondoñedo 1896). Era licenciado en Letras y en Ciencias Exactas. Al estallar la guerra civil marchó a Francia y fue delegado del Comité Pro Ayuda a los Exiliados. Desde ahí facilitó documentación y medios a los españoles que huían a América.

Él marchó a Cuba en 1939 y emprendió una intensa labor evangelizadora. Construyó iglesias por el país y en La Habana edificó el templo del Salvador y, sobre todo, la basílica de Jesús de Miramar, la más grande de Cuba. El templo tiene 14 murales pintados por el español César Hombrados y un órgano de 5.000 tubos y tres consolas. El Padre Mondoñedo es, aún hoy, todo un referente ético y moral de los cubanos por su altruismo y solidaridad.

Otro mindoniense, Venancio Méndez García (1884), fue párroco de San Nicolás de Bari y Sabanilla del Comendador y capellán de la colonia española de Cárdenas en 1918. Colaboró en varios medios y escribió en 1911 un libro titulado Solo la religión católica es la verdadera.

En Santiago de Cuba estuvo también, como se publicó en estas páginas, el Obispo de Mondoñedo Cos y Macho, así como el viveirense José Mª Yáñez, párroco de Boyeros.

Un presbítero de Mondoñedo escaló el Aconcagua y otro colaboró en «Lar», revista galleguista de Uruguay

José Ramón Veiga Blanco (Argomoso 1906) emigró a la Argentina tras estudiar en el Seminario de Mondoñedo, según el historiador Andrés G. Doural. En 1926 era dependiente de almacén pero concluyó sus estudios y se ordenó sacerdote en Buenos Aires en 1932. Fue destinado a una parroquia de Guymallén, en Mendoza. En 1954 fue el jefe de una expedición mariana que, con el apoyo del Ministro del Ejército, general Franklin Lucero, y de la Agrupación de Montaña Cuyo, ascendió a la cima del Aconcagua ?el monte más alto de América con 6.970 metros- para dejar en la cumbre una imagen de la Virgen de Fátima el 28 de febrero de 1954. El religioso escribió obras doctrinales y murió en Buenos Aires en 1976.

Doural señala también que otro mindoniense, José Antonio González Rivas, marchó a Buenos Aires en 1875 ?donde residían dos hermanos- y fue párroco 14 años de San Cipriano del Diamante (Entrerríos). Regresó a Mondoñedo por motivos de salud e hizo donaciones a la ermita de San Roque y, sobre todo, a la parroquia del Carmen, entre otras, el altar, el retablo, varias imágenes, el armonio y el altar y la imagen de la Virgen de los Dolores. Murió en 1911.

Por su parte, José Moirón Paz fue párroco de 1925 a 1929 en Alvear (Corrientes, Argentina). De ahí pasó, hasta su muerte, al Arzobispado de Montevideo. Era hermano de Generosa Moirón Paz, esposa del fotógrafo mindoniense -nacido en Viveiro- Santiago Pernas Salazar. Tuvo compromiso con el galleguismo y la colonia emigrante y colaboró en la revista «Lar Galicián» en la que escribían Castelao, Cabanillas, Leiras o el viveirense García Dóriga.

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