El lugués que conquistó La Habana y murió de pena en un manicomio

M. Fernández / X. Carreira LUGO / LA VOZ

CUBA

Cuba recuerda a El Caballero de París 33 años después de su muerte

18 jul 2018 . Actualizado a las 07:47 h.

La Habana rinde estos días cariñosos y emotivos homenajes a un hombre que está en el corazón de muchos cubanos. Se trata de El Caballero de París, un personaje singular nacido en Vilaseca (Negueira de Muñiz) que llegó muy joven a la capital cubana a bordo de un vapor alemán. Ese hombre que tanto dio que hablar y escribir en la isla, se llamaba José María López Lledín. El pasado jueves se cumplieron 33 años de su desaparición. Murió de pena en un manicomio llamado Mazorra, para muchos cubanos con muy mala prensa, situado no muy lejos de la capital del país de los Castro, también de origen lucense, al igual que El Caballero.

En los últimos días algunas emisoras de televisión, periódicos y páginas web dedicaron reportajes a este hombre bohemio del que existen varias biografías y puede que ninguna exacta. Sí se saben muchas cosas de cómo fue su final y que aún tres décadas después de su fallecimiento existe una fuerte controversia, especialmente entre aquellos que no comulgan con el régimen de los Castro, sobre lo que fue Mazorra. Para algunos era un psiquiátrico con una excelente atención para las épocas en la que funcionó. Para otros, un verdadero centro de tortura.

López Lledín acabó en ese hospital controvertido al que llegó muchos años después de vivir en la calle en el centro de La Habana y de haber conseguido una gran reputación y prestigio social a pesar de vivir como un mendigo. Mendigo sí, pero con clase, dicen algunos que lo conocieron.

El destino quiso que un hombre de calle, un hombre libre acabase en los pabellones de un psiquiátrico porque, dicen los especialistas que lo atendían, padecía parafrenia, una forma de esquizofrenia. Sobrepasando ampliamente los ochenta años, y en unas condiciones precarias, ingresó en el centro de internamiento. No aguantó mucho. Cuentan en La Habana que su camino hacia el final comenzó cuando en el manicomio le cortaron la larga blanca que lucía.

En la red circulan versiones más terribles de sus últimos días, aunque sin contrastar. Se refieren a las condiciones de ese centro infernal para algunos. El Caballero de París sufrió en Mazorra una fractura de cadera y, a partir de ahí, apenas pudo valerse por si mismo.

Algunas de las biografías cuentan que en el manicomio recibió en abundancia la comida que quizás en muchos tramos de su vida no tuvo, aunque los habaneros nunca dejaron de prestarle ayuda. Esa versión dulce contrasta con otra más amarga. Algunas personas que estuvieron en Mazorra dicen que supuestamente lo alimentaron a base de sopas asquerosas, que hubo enfermeras que se negaron a bañarlo o a cambiarle la ropa de la cama porque se orinaba todos los días. Apuntan esas mismas versiones que pasó días enteros sin ser movido de la silla de ruedas que le asignaron.

Cuentan también que estaba rodeado de pacientes peligrosos y que, en ocasiones, lo agredieron. Añaden esas versiones, no contrastadas, que para ducharlo lo metían debajo de la ducha de agua fría y le restregaban el cuerpo con una escobilla de plástico. Algunos lograron escapar; el Caballero de París, no.

Controversia sobre el trato que recibió este popular personaje en un psiquiátrico

«Siempre vivirá en nuestros corazones»

Estos días afloran en las webs y en las redes sociales grandes muestras de simpatía por parte de los habaneros hacia este hombre que decía ser muy «parisién, mosquetero, corsario y caballero de Lagardere». Vistiendo una gran capa negra, circuló por las calles habaneras haciéndose llamar en ocasiones Conde de Montecristo, Archiduque del Continente Americano y Caballero de París. «Soy el rey del mundo y el mundo está a mis pies», decía.

«A pesar de sus problemas mentales era muy querido porque era una persona muy respetuosa. Siempre vivirá en los corazones de los cubanos. Tuve el placer de verlo de niña», escribió una mujer en una de las páginas web que destacan al hombre de Negueira de Muñiz al que el fonsagradino Manuel Curiel Fernández, director de la Semana Internacional de Cine, le dedico un libro que fue distribuido en el año 2008.

Algunos autores cuentan en sus publicaciones que Lledín le contó a uno de los médicos que lo atendió en el psiquiátrico que nunca se había casado pero que tenía un hijo y una hija, con una mujer que era secretaria de una compañía azucarera cubana.

Dudas sobre la causa de su locura: ¿Amor o un crimen no cometido?

Si no hay manera de poner de acuerdo a quienes siguieron la pista de este caballero de Negueira de Muñiz (dicen que en su vida pisó París) sobre aspectos destacados de su vida y su llegada a la isla caribeña, menos coincidencia hay a la hora de apuntar la posible causa de su locura. Quizás sea una mezcla de todos los factores que ahora se detallan.

Dicen que siendo adolescente amó a Mercedes, una guapísima joven hija de un médico de la parroquia. Soñaban con casarse (aquí ya no coinciden las fechas porque se dice que Lledín llegó a La Habana con 12 años) y buscar un futuro mejor en la emigración. Cuentan algunos autores cubanos que la joven tuvo una enfermedad incurable y falleció. Entonces su amado, desesperado y abatido, embarcó rumbo a la Habana. Eso para algunos ocurrió cuando tenía 21 años, con lo cual esta versión sería correcta.

En La Habana tuvo multitud de oficios. Cualquier habanero entrado en años contará a los visitantes interesados que este lucense fue vendedor de flores. Realmente no ganaba todo lo que debiera porque, dicen, regalaba rosas a las mujeres más guapas. Después trabajó en una librería donde, cuentan, leyó todo lo que cayo en sus manos. También tuvo trabajo en un bufete de abogados. Lo compaginó con estudios que realizaba en el Centro Gallego. Además, desempeñó como camarero en varios establecimientos.

Lotería

Otra de las causas de sus padecimientos mentales fue un crimen que, dicen no cometió. Algunos autores hablan de un robo de unos billetes de lotería. Parece que ese incidente lo condujo directamente a la cárcel y sería allí donde su cabeza comenzaría a dar muchas vuelta.