La escritora de Argentina que suspira con Boiro

Carlos Portolés
Carlos Portolés RIBEIRA / LA VOZ

ARGENTINA

Hija de un gallego, María Rosa Lojo siempre se sintió muy unida a su tierra, parte fundamental de su identidad

16 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Que en todos los sitios donde merece la pena estar hay un gallego. Esa es la teoría de la escritora María Rosa Lojo. Ella misma es una boirense de Buenos Aires. Su padre, natural de Comoxo, en Boiro, fue uno de los miles de republicanos que tuvieron que recurrir al exilio tras la Guerra Civil. «Crecí escuchando relatos de esta zona de Galicia. Para mí siempre fue un lugar familiar. La primera vez que estuve fue como volver sin haber estado nunca», cuenta.

Su obra está atravesada por estos conflictos sentimentales. El ser de dos sitios a la vez. Hija de españoles, pero nacida y criada en Buenos Aires. Por ser de todas partes, a veces se creyó de ninguna. La literatura es lo que le permitió hacer las paces con sus laberínticas raíces. «Durante todo mi período de crianza sentí que tenía una patria doble. O que la patria en la que había nacido no lo era del todo, y que la verdadera estaba del otro lado del mar. Es una situación conflictiva y angustiante. Pero con los años conseguí darle la vuelta y convertirlo en una fuente de riqueza».

La historia de María Rosa es la de gente que se mueve. No se sabe muy bien si es una argentina retranqueira o una gallega che. Tampoco importa demasiado. Al fin y al cabo, las banderas de Argentina y de Galicia tienen los mismos colores ordenados de forma distinta.

Su nombramiento como miembro honorífico de la Real Academia Galega es la culminación de una incansable búsqueda de los orígenes y la identidad remota. «Galicia es la tierra de mis mayores, pero también es la mía. Y lo es también de mi hija». Cada mañana brumosa, cada risco y cada ola rompiendo contra los acantilados. Cada verde hoja y cada calzada de piedra. Todo lo que hay dentro de esta tierra forma parte de María Rosa. Y por eso, su inclusión en la institución lingüística era casi el paso más natural en su trayectoria. Cuenta emocionada que la institución tuvo la generosidad de contratar un bus para que todos sus parientes gallegos pudieran acudir al acto. Incluso aquellos que son hoy muy ancianos. Ha publicado obras en gallego.

Obras en gallego

Con la editorial Galaxia, editó en 2010 O libro das seniguais e do único senigual. Hablando con ella es imposible no percibir el hálito de pasión que envuelve su voz cuando evoca los lugares que pisaron sus antepasados. «Una de las motivaciones fundamentales de mi obra es España como territorio de la memoria y de la herencia. Mis libros se ocupan tanto de la historia de allí como de la de aquí», reflexiona.                                                          

Cuando era todavía una niña, su padre plantó un castaño en el jardín de su casita de Buenos Aires, «uno pequeñito, más bien flaco», narra. Durante décadas y décadas, aquel castaño enjuto pero recio se mantuvo erguido sin dar señal alguna de agotamiento. Fue siempre como un recuerdo. Una semilla que su padre plantó para tener cerca de él un pedacito de su antiguo hogar. Cuando María Rosa volvió de su último viaje a Galicia, habiéndose reencontrado con sus remotas raíces, observó que el castaño comenzó a morir de repente. Como si su misión se hubiera cumplido y ya pudiera descansar en paz. Porque, como ella misma reflexiona, «ya había cumplido esa promesa tácita de mi vida que era regresar aquí». La prueba de que no hay que nacer en una tierra para sentirla tuya

Idas y venidas

Su familia tiene un historial de idas y venidas que se remonta, al menos, cuatro generaciones. Su abuelo, Ramón, emigró de Comoxo a Buenos Aires en su juventud. Pero la morriña fue más fuerte, y tras unos años decidió volver a su aldea. Mucho después, la hiel de un país belicoso obligó a su padre a escapar de Galicia. El destino elegido tenía que ser aquella Buenos Aires que tan hospitalaria había sido con su familia. Que tan buenos aires trajo siempre.

Él ya no volvería jamás a ver su hogar. Por eso, la misión de María Rosa era doble. Dar paz a los ecos inconclusos de sus orígenes y llevar, una última vez, la memoria de su padre a aquel rincón del mundo tan especial. A ese pequeñito, casi mítico, que había abrigado las fantasías de su niñez. Con sus hórreos de sólida roca moteada de musgo por el paso de cientos de años y cientos de familias, cada una a su vez con cientos de historias. Y esta es, para María Rosa, la gran particularidad de la identidad gallega. «Yo creo que el gallego es, por definición, un ser migrante. Hay más gallegos fuera de Galicia que dentro. Pero lo increíble de los gallegos es que, aunque se vayan de su tierra, nunca dejan de ser quienes fueron. No pierden su radical sentido de pertenencia. Los gallegos son árboles que viajan, como barcas. Con las raíces al aire siempre. Por eso, se van adaptando pero sin dejar de estar conectados por los hilos de la memoria y por las imágenes que les remiten a sus orígenes».

Ya lo decía la canción. «Hay un gallego en la luna». Y la experiencia apunta a que, ese gallego selenita, de vez en cuando señala con el dedo a un pedacito de la tierra que se ve, muy a lo lejos, y recuerda los olores de su casa.