La pandemia fuera de casa, contada por 17 gallegos en el exterior

LA VOZ REDACCIÓN

ACTUALIDAD

combo galegos 1

Desde Italia a China, reunimos las palabras en primera persona de testigos que están conviviendo con el coronavirus en todo el mundo. Catedráticos, deportistas, guías turísticos, escritores, artistas... profesionales de distintos ámbitos en Europa, Asia y América relatan sus vivencias

18 may 2020 . Actualizado a las 15:23 h.

Diecisete gallegos reunidos por La Voz en un suplemento monográfico que hoy puedes encontrar en tu quiosco o leer a continuación. El testimonio en primera persona, con nombres y apellidos de María Pérez, Paula Domínguez, Alejandra Plaza, Marina Cancela, Damián Pereira, Niki de la Isla, Carmen Parafita, Carla Ramos, Alberto Muñiz, Pedro Muíño, Octavio Vázquez,  José Fernández, Álvaro Gómez, José Luis Pardo Veiras, Juan Juncal Pérez, Ruy Farías y Ramón Girón. Son catedráticos, deportistas, periodistas, escritores, filólogos, artistas, médicos e incluso un alcalde que dejan su visión del virus que ha propagado la incertidumbre.

«Lugares invadidos de turistas están vacíos, en silencio, muertos»

Damián Domínguez, periodista, dejó Vilagarcía hace cinco años para buscarse la vida en Londres, donde trabaja como guía turístico

Damián Pereira

Llevo casi cinco años residiendo en el Reino Unido y ahora, por culpa de esta maldita cuarentena vírica, casi me siento como en casa. Cuando vivía en Vilagarcía, poder tener un empleo más o menos estable y dignamente remunerado era la mayor de mis preocupaciones. A veces se hacía insoportable: presión económica, desmotivación, pérdida de perspectiva. En este lustro en Inglaterra he podido cambiar de trabajo voluntariamente en varias ocasiones y siempre para mejor. De hecho, llevo tres años haciendo algo que me apasiona: ser guía turístico. Y ahora, claro está, el futuro no es demasiado halagüeño. Llevamos dos meses encerrados en casa y nadie sabe cuándo se volverá a poder viajar con normalidad.

Por suerte, las medidas de soporte social del Gobierno han sido bastante más consistentes que las sanitarias. A los trabajadores cuyas empresas hayan parado su actividad por el virus les pagan el 80 %, como en España. A los autónomos, como es mi caso, y gente desempleada nos ofrecen una ayuda llamada universal credit que nos permite pagar lo esencial, incluyendo un alquiler, que es la gran tortura en este país. Este subsidio se mantendrá al menos hasta otoño, según han anunciado esta semana. Además, los autónomos hacemos un único pago con plazo hasta el 31 de enero, nada de cuotas mensuales. Así que, en lo que se refiere a la economía, el alivio es importante.

Aliviado en lo económico, el problema ahora es afrontar un indefinido encierro rutinario. Las visitas al Big Ben en obras, la catedral de San Pablo y la torre de Londres han sido sustituidas por maratones de Vikings y Star Wars, vicios en la Play y un regreso forzado a la escritura, colaborando para un blog sobre tours en Londres. Como ya había experimentado esta situación, no la veo tan dramática, aunque las semanas pasan y se van sucediendo atardeceres de días que nunca recuperaremos. Y, teniendo en cuenta la poca luz del sol de que disfrutamos en Londres, eso duele mucho. Aunque, a decir verdad, me parece exagerado comparar la crisis del covid-19 con una guerra o con pandemias como las de la peste negra, la viruela o la gripe de 1918: ni es tan mortífera ni los medios son los mismos. Y eso se nota ya en las terrazas de A Baldosa y el paseo de Carril, lo mismo que en Hyde Park o Clapham. Con todo, el balance de problemas psicológicos que vendrá después será digno de estudio.

He hablado antes de trabajo que de enfermedad porque soy de los afortunados que no pertenecen a la población de riesgo, mi contacto con otras personas es mínimo fuera de casa y no creo haber experimentado ningún síntoma. Nadie está libre hasta que la ciencia pruebe lo contrario, por supuesto.

En lo referente a la sanidad, poco que decir que no se haya comentado ya en España sobre el plan de Boris Johnson, partidario de priorizar la economía sobre la prevención y apoyando la tesis de que, cuanto antes nos contagiásemos todos, más rápido nos recuperaríamos. Pocos días después fue forzado a rectificar por los expertos. Aunque, a decir verdad, creo que fue un movimiento de cara a la galería, pues en este momento Reino Unido ya es el país europeo con más fallecidos por coronavirus y, a su vez, el propio primer ministro ya ha hablado de una inminente desescalada.

Aquí siempre ha habido mucha manga ancha para salir de casa, con permiso oficial de dar paseos de una hora desde el primer día de cuarentena y sin tener la obligación de llevar material de protección. De hecho, yo era de esos obedientes que solo iban a la calle para hacer la compra, hasta que hace unos días me decidí a volver al centro y pasear un poco por mi barrio: es increíble la racha de buen tiempo que estamos teniendo desde mediados de marzo. En el centro, la estampa parece sacada de Abre los ojos o 28 días después: Trafalgar, Piccadilly, Covent Garden, lugares habitualmente invadidos de turistas, están vacíos, en silencio, como muertos. En el barrio la cosa cambia. Mucha gente paseando, haciendo deporte, reunida, haciendo compras, conversando e incluso tomándose un trago. Vamos, la fase 1 adelantada.

Y viendo cómo se están tomando eso de la desescalada en Galicia, tengo la sensación de que son muchos más los que están preocupados por recuperar su vida normal que por evitar la propagación del covid-19. Es la naturaleza humana, para bien o para mal. En realidad, la cuarentena en España, al menos visto desde lejos, ha sido mucho más estricta que en Inglaterra. Es cierto que aquí no tenemos a Protección Civil felicitando el cumpleaños a los niños, pero, como decía, el aislarte más o menos es cosa tuya.

La mayoría de los británicos no aceptarían de buena gana que controlen su rutina diariaY es que la mayoría de los británicos no aceptarían de buena gana que el Gobierno dicte normas que le permitan controlar su rutina diaria. Va en su naturaleza. Son un país liberal y orgulloso, que no recuerda guerras entre hermanos ni dictaduras, por más que a muchos les guste seguir siendo súbditos de una reina. Gracias a eso tienen una democracia estable desde el siglo XVII y se impusieron al totalitarismo nazi en la Segunda Guerra Mundial. Pero por culpa de eso también se hundió el Titanic y se convirtieron en la mayor potencia esclavista de la historia.

Para terminar, resultan curiosas las similitudes entre la situación política en Westminster y en Madrid, con tres bandos muy diferenciados: unos, de derechas, apoyan el regreso a la normalidad; otros, de izquierdas, critican que Johnson permitiese tantos contagios mientras apenas se hacían test; y unos terceros, los nacionalistas escoceses, haciendo lo contrario de lo que haga Londres. Parece que hasta ahora les ha ido mejor de ese modo, pues actuaron más rápido. No sé cómo saldremos de esta crisis, pero se intuye que, ya sea en España o en el Reino Unido, lo haremos ideológicamente más polarizados que cuando éramos felices.

«Creo que nunca en mi vida fui tan feliz. No existía el tiempo, tenía de sobra»

La artista Niki de la Isla ha pasado el confinamiento en su barco a tres kilómetros de París y, pese a la incredulidad inicial, dice que ha sido feliz

Soy Niki de La Isla, una artista de A Illa de Arousa. Vivo en un barco en la isla de Saint-Denis, a tres kilómetros de París, así que se puede decir que soy tres veces de isleña. No tengo tele, y al principio no entendi lo que era la  codiv-19. Empieza el barullo. Primero fue en el WhatsApp de la escuela de vela tradicional de A Illa de Arousa: dicen que cierran todo en A Arousa. Y yo sin entender. ¿Por qué cerrar todo? ¿Hay coronavirus en A Illa ¿Por qué flipar si es una gripe? Pero nadie contesta.

 Tengo un taller en un inmueble lleno de artistas. Cuando me entero que hay que cerrar todo, al principio no me lo creo, pienso que es una broma. Y digo: «Haz esa broma a otra persona, conmigo no cuela». «¡Que no es una broma, que es verdad, que todo va a cerrar, que habrá que quedarse en casa a partir de mañana a las doce, que lo dijo el primer ministro». Yo convencida: «Jajajajaja, yo no me voy a tragar que hoy en día un ministro pueda obligar una empresa privada a cerrar, como si eso fuera posible en una democracia». « Ay, Niki, qué desilusion vas a llevar cuando te enteres que no es broma».

 Pues desilusión no, indignación. Tardé tres dias, por supuesto preguntando a mis amigos de confianza. Uno me explicó que el confinamiento es solo para evitar demasiada gente en los hospitales, para frenar los contagios, que si nos quedamos en casa es para ayudar a la sanidad. Pobre sanidad, la que recortan desde hace años.

 Empiezo el paréntesis encantada, si es para ayudar la sanidad, pues me quedo en casa. Aprendimos a aplaudir a la hora de los informativos para borrar los recortes, darle las gracias a los que van a salvar el país, pero nunca para denunciar sus condiciones, sus salarios mínimos, los riesgos con esos medios inexistentes.

Pues como tenía tiempo de sobra, me propuse hacer todo lo que tenía que hacer: reparar y pegar cosas, limpiar el barco para la primavera, aprender a cocinar y lo que es un pangolín. Recuerdo a mi maestro chino de Qi Gong, que gracias a él estoy viva porque me dio los medios para no morir de debilidad y de frío, una noche, sola en mi casa de la isla, sin crédito en mi teléfono y sin fuerzas para llamar a un vecino. Asi que sí, se lo voy a devolver ahora. Cuando lo cuento escucho todos los estereotipos racistas. Y corto relaciones, esos no los había notado, pero ahora sí. Van a acabar esos 15 dias mágicos y yo sin descansar.

Y otros 15 días más. Se me rompe el ordenador, ya tenía la cámara de fotos para reparar cuando todo cerró, pues me queda el estudio de grabación solo para mí: los demas viven más lejos que el kilómetro permitido. Y así empecé de nuevo a componer y a grabar mi música. Quince días de escritura, de melodías, de grabación. Y otros quince días más, nos dicen. Grabé una cancion sobre el confinamiento. Se llama C-Blues.

 Pues me voy a tomar cinco días de vacaciones, al sol, en el barco, tranquila. No veo a nadie, ni en las calles, ni en el immueble vacío de artistas, pero está el portero. Si se me acerca, mi perra Nube se me pega. Como si hubiese entendido lo de la distancia social. Como si ahora solo estuviésemos ella y yo. 

Hablo con mis amigos de América, Inglaterra, Austria, Finlandia, Suecia, Francia y por supuesto España. A veces voy con el coche por París y esta vacío. No quiero sacar fotos, quiero solo disfrutar. Creo que nunca en mi vida fui tan feliz, no existía el tiempo, tenía de sobra. Podía disfrutar creando arte sin tener que pensar en cuánto voy a ganar, que si deberia salir, que tengo que ir a comprar, que no sé si me va a dar tiempo. Pues sí, tuve tiempo para todo y más.

  Y así, suspendida en un momento de felicidad absoluta, con todo el tiempo del mundo, fue cuando explotó un secreto de familia, por casualidad. Alguien dijo algo que no quería decir, y toda la luz vino de un golpe. Y se lo conté a mi hijo, a su padre, y mi hijo me dijo cosas y su padre también, y así fue como me enteré de los fundamentos de los últimos 22 años. Y me sentí aún más ligera.

Segui disfrutando de ese tiempo regalado. Estoy orgullosa de España. Aquí en Francia te ponen extractos de lo que dijeron los políticos y parece una broma. Y mientras se burlan de Italia o España, no hacen nada. No se lo pueden creer que en Francia ni haya mascarillas, ni gel, ni información. Y al final hay más muertos que en España.

Cuando los artistas fueron a pedir ayuda al presidente Macron, ni siquiera se puso traje, les habló como a niños y les dijo que tenían que ir a la bodega a buscar queso y jamón para sobrevivir y así poder montar el tigre. Aún estamos todos buscando el significado. 

«La pandemia agrava las carencias de la deteriorada sanidad»

Álvaro Gómez Rodríguez, hijo de lucense y ourensano, compagina su trabajo de cirujano oncólogo en un hospital público venezolano con la asistencia al colectivo español en la Hermanda Gallega y en la Fundación España Salud

Álvaro Gómez Rodríguez, médico especialiado en cirugía oncológica en Venezuela
Álvaro Gómez Rodríguez, médico especialiado en cirugía oncológica en Venezuela

La pandemia por el  covid-19 ha venido a profundizar la crisis que ya vivía Venezuela en cuanto a alimentación, seguridad personal y sobre todo en la sanidad. Como médico especializado en cirugía oncológica, a la carencia de medicamentos y material en el hospital público donde trabajo,he constatado que el coronavirus ha agravado la situación de los pacientes oncológicos, que sufren retrasos en el inicio de los tratamientos contra el cáncer o interrupciones, lo cual tendrá un impacto negativo en poco tiempo en la población venezolana.

Como a todos mis colegas sanitarios, la escasez del combustible, en un país que navega en un mar de petróleo -como suelen decir los gobernantes- no permite transitar libremente por las calles de nuestras ciudades, un motivo más que pone cuesta arriba nuestra labor de atender a los enfermos .

El ser hijo de Nora y Francisco Álvaro, emigrantes gallegos, de Lugo y Ourense respectivamente, implica tener en nuestro ADN un claro sentido de solidaridad y apoyo para el que más lo necesita superior a lo habitual, y eso definitivamente lo marca a uno como persona.

Ese claro sentido de la solidaridad, lo he canalizado como miembro de la junta directiva de instituciones como la Hermandad Gallega de Venezuela y la Fundación España Salud.. En este momento de necesidad a través de ellas asistimos al colectivo español, siempre con el soporte de mis compañeros, canalizando de manera rápida y los más eficiente posible las contribuciones de la Xunta de Galicia, el Gobierno central y los Gobiernos de diferentes autonomías, para desarrollar programas de asistencia social, planes de medicamentos, entre otros, buscando el beneficio del colectivo español.

El confinamiento, necesario para evitar el contagio, no es fácil, sobre todo en un país donde la inflación, las carencias alimenticias, la falta de combustible y un sistema de salud deteriorado no ofrece la seguridad de superar esta situación a corto plazo. Esto sin duda repercutirá en los índices de nutrición, en la aparición de enfermedades que habían sido erradicadas, además de provocar un impacto psicológico que afectará a la salud mental de lo venezolanos.

¿Cómo llevo esta situación de pandemia? Responderé con optimismo, a pesar de un entorno con muchas necesidades, agravado por la presencia del coronavirus, pero con la esperanza de que la sociedad en general, valorice el trabajo del personal sanitario, al investigador, al ciudadano de a pie, al funcionario honesto que cumple su rol social, al empresario comprometido con un mundo mejor y más saludable, y con la confianza de que el político que dirige una nación entienda que deben asesorarse con personas capacitadas, sin buscar favores personales y solo satisfacer sus intereses ideológicos y partidistas .

No tengo duda de que con la solidaridad de todos, juntos saldremos de esta situación .

«La cuarentena es un privilegio que muy pocos pueden cumplir»

José Fernández, alcalde de Los Salias con orígenes en Chantada, ha logrado mantener libre del virus este pueblo cercano a Caracas

José Fernández, allcalde de Los Salias (Caracas)
José Fernández, allcalde de Los Salias (Caracas) GONZALO BARRAL

La cuarentena es un privilegio que muy pocos pueden cumplir en Venezuela. El sueldo, producto de una galopante inflación que rompe récords mundiales, no supera los 3 euros mensuales, por lo que el ciudadano común está obligado a salir a diario a la calle a buscar el alimento. La pandemia ha significado mucho más que un confinamiento que ya supera los 60 días. A la inflación se le suma la escasez de medicamentos y el colapso definitivo de los servicios públicos; sin agua, energía eléctrica, gas para cocinar ni gasolina, permanecer en casa se convierte en un secuestro.

En Los Salias, municipio ubicado a menos de 15 kilómetros de Caracas y del que tengo el honor de ser alcalde, hemos logrado, en trabajo conjunto con los vecinos, mantenernos libres del virus y buscar soluciones al caos. Mucho antes de que régimen hablara del  covid-19, ya habíamos creado brigadas para recorrer nuestras escuelas e informar a los niños sobre las medidas sanitarias que debían asumir y enseñar a sus padres.

Incluso, entendiendo la magnitud de la pandemia y su rápida propagación, fuimos el primer municipio del país en suspender las actividades escolares, iniciando así una primera fase previa a la cuarentena. Gracias a la donación por parte del Gobierno de Taiwán de trajes especiales y termómetros infrarrojos, acordonamos la ciudad y tomamos la temperatura a todo el que entra o sale, hasta la fecha hemos verificado la salud de más de 140.000 personas.

Nuestros vecinos asumieron con responsabilidad el llamado de quedarse en casa y nosotros, claros en lo difícil que es permanecer encerrados con pocos alimentos, conformamos brigadas que cada mañana toman las entradas de supermercados, farmacias y centros comerciales verificando que se cumplan las medidas sanitarias.

La diáspora, más de 4 millones de venezolanos han huido de la crisis, dejó atrás a cientos de ancianos viviendo solos, a muchos de ellos, que no cuentan con recursos, le garantizamos alimentos -donados por vecinos- que entregamos en sus casas para evitar que salgan.

A través de un decreto, exhortamos a los comerciantes a instalar módulos de desinfección de manos en la entrada y a controlar la permanencia de personas dentro de los establecimientos, para evitar aglomeraciones.

La situación difícil, agravada en nuestro país por la crisis humanitaria que padecemos, ha significado para muchas personas un desequilibrio emocional, por lo que contamos con un equipo de psicólogos que, vía telefónica, asesora a todo el que amerite [necesite] ayuda.

Igualmente contamos con la red de teleconsultas médicas, conformada por medio centenar de especialistas en diferentes áreas que, previa cita, evalúan a nuestros vecinos, la mayoría atrapados en sus hogares tanto por la pandemia como por la escasez de gasolina.

Procuramos no solo una evaluación médica, sino que en la medida de lo posible les facilitamos los medicamentos a través de la Fundación Amigos por Venezuela, la cual dirige mi esposa Evelyn Morales de Fernández y cuyas medicinas las recibimos de España.

El año pasado, en una gira que realice por varias ciudades españolas, pude coordinar con muchos compatriotas residenciados en ese país, la donación de medicinas que hemos ido recibiendo poco a poco. Hoy día, producto de la paralización global por la pandemia, varias toneladas han quedado atrapadas.

Con música e incluso la presentación de reconocidos artistas, hemos llevado entretenimiento con conciertos sorpresas que organizamos desde las azoteas de edificios y que para la fecha lleva una docena de ediciones.

No tenemos recursos, los ingresos de las alcaldías han caído en un 85 % al permanecer paralizada la actividad industrial y comercial que pagan impuestos. Esto no nos ha detenido, por el contrario nos ha obligado a buscar alternativas que han resultado exitosas y que nos ubican como uno de los pocos municipios libres del virus en el país.

Hemos entendido que únicamente unidos, como familia, protegiéndonos los unos a los otros, no solo hemos resistido al covid-19, sino también a la peor crisis económica, política y social de la historia de nuestro continente.

No me cansaré de repetir lo orgulloso que estoy de ser alcalde de este pequeño pueblo enclavado en las montañas cercanas a nuestra Caracas, sino también decir que ojalá en algún momento de la historia de Venezuela, Venezuela se parezca a San Antonio de los Altos.

«Un cóctel perfecto para los desórdenes sociales»

Ramón Girón, director de hoteles. Pontevedra (1978). Trabaja como responsable de una cadena de hoteles de Salvador de Bahía

Ramón Girón, con su mujer y sus hijos realizando las tareas escolares
Ramón Girón, con su mujer y sus hijos realizando las tareas escolares

El 15 de marzo tuvimos que cerrar los hoteles para los que trabajo porque solo en tres días hubo dos mil cancelaciones: no fue el Estado el que obligó a la clausura, sino la propia realidad. Entonces mi familia y yo dejamos Salvador de Bahía, donde vivimos habitualmente, para establecernos en una de las viviendas del resort de Praia do Forte en el que tengo mi oficina. Fue una decisión voluntaria, puesto que, al contrario que en otras regiones del país, aquí el confinamiento no es obligatorio. Hacer o no vida en la calle es responsabilidad de la población, cuyo comportamiento está polarizado en función de sus simpatías políticas. Quienes apoyan a Bolsonaro, que estos días se ha dejado fotografiar subido a una moto de agua y ha definido el coronavirus como «una pequeña gripe», se muestran mucho más confiados, claro. Donde no hay posibilidad de elección es en las favelas de las grandes ciudades, porque los propios jefes del narco de cada zona han obligado al confinamiento. Quince millones de personas sin agua ni medios higiénicos básicos. Las empresas y los negocios, en general, han cerrado y todos están pensando en cómo recuperarse de esta situación.

Mi mujer y yo solo salimos para hacer la compra y poco más. Nunca había visto tanta lluvia en los diez años que llevo aquí. En Praia do Forte estamos mejor que en la ciudad, porque los niños tienen más espacio para jugar, aunque sigan haciendo sus tareas escolares online, y mi mujer también trabaja en la empresa. Es un complejo de dos millones de metros cuadrados, en el que unos 300 trabajadores también residen todo el año: cero ingresos, una gran incertidumbre sobre si podremos abrir en julio, en las vacaciones de invierno, y una estructura enorme que mantener y vigilar. De hecho, guardias armados que hemos contratado cubren el perímetro del complejo. El cóctel perfecto para los desórdenes sociales lo sirven la falta de trabajo entre la población y la pandemia, que sigue avanzando. Para finales de mes está previsto que las ucis de Bahía se colapsen, por lo que se han instalado varios hospitales de campaña e incluso ha reabierto el Hospital Español, que llevaba seis años cerrado y en su día estuvo gestionado por la colonia gallega. La mayoría del personal de los hoteles, como el de muchos negocios, está con un ERTE de dos meses, el 30 % del salario lo paga la empresa y el resto lo hace el Gobierno hasta un tope. No es mucho, pero es la primera vez que en Brasil veo una protección de este tipo al trabajador. Una buena noticia en medio de esta lluvia de desolación.

«Abriunos unha pequena fiestra a un mundo diferente»

Octavio Vázquez, compositor compostelá, da clases na Facultade de Música na Universidade Nazareth College de Rochester, en Nova York

Octavio Vázquez, compositor y profesor de música en Nueva York
Octavio Vázquez, compositor y profesor de música en Nueva York

Nas universidades estadounidenses temos unha semana non lectiva no medio do segundo cuadrimestre, o chamado spring break. Na miña, o Nazareth College de Rochester, este ano foi a semana do 9 de marzo. Ninguén sabía entón que xa non iamos voltar ver aos nosos alumnos en persoa ate polo menos despois do verán.

O profesorado volveu á semana seguinte, pero os alumnos so puideron vir recoller as súas cousas dos dormitorios. Nuns días en que todo cambiaba cada poucas horas, os profesores finalmente fomos informados de que tiñamos 24 horas para levar para a casa todo o que precisásemos dos nosos despachos e laboratorios. Xa non volveríamos pisar o campus, con carácter indefinido. 

A día de hoxe, se cada estado dos EE.UU. fose un país, Nova Iorque sería o país do mundo con máis casos confirmados, máis de 350.000 (o segundo sería España con máis de 270.000). En proporción ao número de habitantes, iso supón máis do triplo de casos que en España, e case o triplo de mortes. Dende o 22 de marzo o estado estivo en «pausa», con todos os negocios non-esenciais pechados. Partes do estado comezaron unha reapertura progresiva o venres 15 de maio, namentres que outras partes -como a cidade de Nova Iorque- continúan en pausa. O que pasará logo, o progreso da reapertura, as posíbeis recaídas máis adiante, todo iso e moito máis ninguén o sabe. O panorama é pésimo. Aínda así, cada crise tamén é unha oportunidade. Di o refrán que non hai mal que por ben non veña; a cousa é saberllo ver. 

Entre as consecuencias positivas máis aparentes están a redución do tráfico e a caída histórica da contaminación, tanto da polución do aire coma tamén do ruído. Isto é tan certo en Nova Iorque como o é para a miña nai, no centro de Lugo, que agora escoita os paxaros dende a casa, non ten que limpar os cristais das xanelas de seguido, e pode deixalas abertas sen ter que aturar o ruído e os fumes dos motores. Pero serán estes cambios pasaxeiros ou están aquí para ficar?

 Segundo a OMS, o medios máis seguros de desprazamento durante a pandemia son a pé ou en bicicleta. Cidades como Nova Iorque, Bogotá, París, Milán ou Budapest están a pechar rúas ao tráfico e a abrir carrís-bici, coa manifesta intención de deixalos estar pasada a crise. Segundo o comisario de Peóns e Ciclismo do Concello de Londres, Will Norman, «necesitamos saír desta crise dun xeito radicalmente diferente». E non está só: unha recente enquisa amosa que só un 9 % dos británicos quere voltar á «normalidade» despois da crise. 

Máis aló da pandemia, as vantaxes para a saúde están ben documentadas. Reducir o uso do coche conleva menos contaminación, rúas máis seguras, desprazamentos máis rápidos, e incluso descensos nos sentimentos de soidade. Pero as vantaxes teóricas non son tan persuasivas coma os dramáticos efectos positivos que estamos a presenciar agora coa redución xeneralizada do uso do automóbil. 

A inercia tremenda das industrias dos combustibles fósiles, dos automóbiles, mesmo do capitalismo salvaxe freou de súpeto, dun xeito inesperado, e abriunos unha pequena fiestra a un mundo diferente. E moitos estanse a decatar das posibilidades. Sitios webs como Agora todo é posíbel (Now anything Is possible) reúnen series de artigos sobre cambios que parecían fóra do noso alcance, e agora, como resultado da pandemia, estanse a suceder rapidamente. 

O ingreso básico universal foi proposto hai tempo como unha ferramenta para promover a equidade e racionalizar o apoio económico. Houbo proxectos piloto prometedores, pero a idea de pagar ás persoas simplemente por existir parecía politicamente inasumíbel. E agora de súpeto, aparecen versións desta idea por todas partes. Cincocentos académicos e líderes políticos asinaron recentemente unha carta aberta instando aos gobernos a «promover a renda básica universal de emerxencia». O Goberno de España anunciou que faría permanente o novo «ingreso mínimo vital», o primeiro país de Europa en facelo. Este mes pasado os cidadáns americanos con rendas anuais de menos de 75.000 doláres recibiron 1.200, como estímulo económico, e cantidades progresivamente menores ate chegar aos 99.000 anuais, máis axudas adicionais por cada fillo menor de 17 anos. 

Nos anos 30 do século pasado, como consecuencia da Gran Depresión, o presidente Franklin D. Roosevelt iniciou o chamado New Deal, unha serie de programas, obras públicas, reformas financeiras e novas regulacións, que incluíron por exemplo a creación da Seguridade Social nos EE.UU. No seu discurso de investidura do 4 de marzo de 1933, Roosevelt dixera «decatámonos agora como nunca antes da nosa interdependencia, os uns dos outros». Que apropiadas estas palabras, se acaso agora aínda máis que o século pasado. Esta crise é unha oportunidade única para un novo New Deal, un novo acordo social. Na UE o plan de recuperación económica ven de ser ligado ao proxecto European Green Deal, un conxunto de iniciativas políticas impulsadas pola Comisión e o Parlamento europeos co obxectivo xeral de acadar a neutralidade climática en Europa. Os valores do New Deal sobrevivirían durante xeracións nos EE.UU. Os que se formen agora mesmo tamén poderían. Moitos son os que din que o mundo xa non poderá voltar ser como antes. Mais se cadra si que podería, depende de nós que iso non suceda.

«Nunca o WhatsApp tivera tanta actividade»

Carla Ramos García, viguesa de 31 años, licenciada en Historia, Filoloxía Árabe e Filoloxía Hebrea,  tivo que pasar a cuarentena requerida polo Gobierno israelí

Cheguei á Cidade Vella de Xerusalén a mediados de marzo, cando unha mensaxe da xefa poñía fin ao que tiñan previsto ser unhas vacacións en Galicia apurándome para conseguir unha praza (despois de varios voos cancelados e a conseguinte colección persoal de bonos de diferentes compañías) no derradeiro avión que saía de Madrid para o aeroporto de Ben Gurión. Ás presas e apenas co posto aterrei na costa este do Mediterráneo coa información de que tiña por diante dúas semanas de cuarentena na casa, unha medida que o Goberno israelí impuxo a principios dese mes a todos os que chegaban de fóra.

Esas dúas primeiras semanas estiveron cargadas de traballo dende a casa, preparación de novos proxectos, lecturas, exercicio (que non aguantou máis alá do entusiasmo inicial) e conversas coa familia e amigos, concertos, cursos e reunións en todo tipo de plataformas virtuais e moita preocupación por unha situación que empeoraba en todo o mundo.

Cumprida a penitencia, a primeira saída á rúa estivo adicada á compra de comida, un acto do máis rutineiro que alcanzou daquela matices case místicos (asunto que non se debe menosprezar neste sitio). Pero pouco máis cambiou: ao longo desas dúas semanas de encerro prohibírase ao conxunto da poboación saír da casa, trasladando (aqueles que tivemos o privilexio de poder facelo) o traballo ao salón e a vida social á rede. Os días éncheronse de horas adicadas aos xornais, e tanta información de países e políticas tan diferentes acababa por confundir, e unha xa non se aclaraba de cantas fases había en cada sitio, cando se pasaba dunha á outra ou se se podía sair pola porta da casa.

Non axudou que o «plan de desescalada» israelí (que é o que se aplica tamén na Xerusalén ocupada) se asemellase nun principio máis a unha caida por un barranco. A información chegaba de forma fragmentaria e renovávase cada día, co que o almorzo tiña que vir acompañado necesariamente por unha lectura exhaustiva de varios periódicos, cousa que as veces confundía aínda máis. Moi cedo soubemos que a mascarilla era obrigatoria (a principios de abril), se ben se deu igualmente a posibilidade de cubrir a cara cun pano, é dicir, e parafraseando a unha amiga, podíase escoller entre o «modo sanitario ou guerrilleiro». Permitíronse tamén as saídas (máis alá de supermercados, farmacias ou manifestacións) nun radio de 100 metros da casa. Nunca un metro se sentira tan curto. Nin sair da Cidade Vella era posible. Xa postos, podían ter ofrecido unha medida de distancia algo máis fácil de calcular, como ir até a segunda mesquita ou a primeira patrulla do Exército israelí, por poñer exemplos de elementos habituais na paisaxe desta parte de Xerusalén. Non sería moito máis de 100 metros, pero polo menos unha daríase conta máis facilemente do momento de dar a volta. Despois chegou a confusión. Díxose que ampliaran a distancia a 500 metros, pero ninguén estaba seguro de cando nin quen afirmara tal cousa, así que nas conversas cos amigos debatiamos sobre a información que cada un tiña (so cando levantaron a prohibición confirmouse que sempre foran 100 metros). E no medio da discusión anunciáronse os peches de certos barrios ultraortodoxos xudaicos xa que contaban cun maior número de contaxios. Peches que apenas se mantiveron un tempo; é o que ten ter un pé no Goberno.

Carla Ramos García
Carla Ramos García

Chegaron tamén as festividades (algo habitual nesta cidade) e a mistura co ambiente viroso visibilizou aínda máis a división habitual neste lugar do mundo: os toques de queda non son os mesmos para todos. Hai apenas cinco días que se levantou a prohibición que afectaba únicamente aos barrios de maioría musulmana (vaia, Cidade Vella e Xerusalén Este) de teren que pechar as tendas dende as 7.30 da tarde (ás 6 durante primeira semana) ata as 3 da mañá. A vida noctura característica do mes de Ramadán tiña que ficar tamén na casa. Non quedaba claro se isto afectaba tamén á mobilidade dos residentes nestas áreas e se podía entrar pola Porta de Damasco unha vez pasada esa hora, pero dúas visitas ao exterior (da Muralla) e o encontro con ducias de soldados borrou rapidamente as ganas de comprobalo. Unha festividade a do Ramadán que, por certo, nada ten que ver co que normalmente é. As rúas do barrio musulmán case sen xente, a Explanada das Mezquitas pechada e postos de comida ausentes ceden o protagonismo a uns poucos e minúsculos carteis que o Concello adica a felicitar as festas e, sobre todo, ás luces, lúas e faroliños de tódalas cores que os veciños colocan con mimo nas calellas da Cidade Vella.

Agora xa se pode saír a pasear por toda a cidade sen restriccións de distancia nin de horarios (aínda que as visitas ao territorio palestino de Cisxordania todavía están restrinxidas). O número de contaxios é moi baixo e a reapertura de tendas, ximnasios, piscinas ou bares estase a levar a cabo ao longo deste mes. A gran pregunta recae agora no futuro inmediato, xa que cando a «vella normalidade» está baixo unha ocupación e a «nova» non da lugar ao optimismo (máis ben ao contrario), a onde se volta?

É certo que a situación aquí está mellor (no que ao virus atangue), mais a preocupación pola situación na casa, que agora semella tan lonxe, continúa; nunca o Whatsapp tivera tanta actividade. Na neveira, uns chourizos do Caurel colocados na mochila por uns pais preocupados pola alimentación dos amigos peninsulares que aquí residen, mais coa esperanza encuberta de que abandone dunha vez o veganismo, servirán para celebrar o primeiro encontro con eles con mascarilla, guantes ou o que sexa necesario.

«La cabeza no paraba de dar vueltas. Cómo estaría la gente que quiero»

Jugadora del Benfica, Paula Domínguez, Pauleta (Redondela, 1997), compagina su trabajo en Lisboa con los estudios de Ciencias

XOAN CARLOS GIL

Estamos viviendo una situación nueva y diferente para toda la sociedad. Desde que estalló esta crisis todos hemos sentido y pensado cosas muy diferentes. A mí, este confinamiento me ha hecho reflexionar, me ha enseñado a valorar pequeñas cosas y me ha ayudado a organizar y estructurar tareas y obligaciones. Las cosas fueron surgiendo muy precipitadamente y la verdad es que los gobiernos tanto de España como de Portugal tuvieron que tomar decisiones muy rápido.

Mi club, el Sport Lisboa e Benfica, incluso antes de que el Gobierno portugués decretara el estado de alarma, tomó medidas de contingencia, cancelando los entrenamientos y recomendándonos el quedarnos en casa. Pasó lo mismo con mis actividades en la Facultad de Ciencias: las clases presenciales fueron canceladas y empezó el régimen de estudio a distancia. En dos o tres días pasé de estar fuera de casa de 8 de la mañana a 7 de la tarde (por los entrenamientos y las clases), a estar en casa durante todo el día.

Los primeros días fueron raros porque nunca me había pasado algo parecido, y también los viví con bastante preocupación porque había mucha incertidumbre. Además, al estar lejos y ver todo lo que salía en las noticias y en las redes sociales sobre cómo estaba España en ese momento, la cabeza no paraba de dar vueltas y pensar en cómo estaría la gente a la que quiero. Después, hablaba con mis familiares y amigas y me tranquilizaba bastante: me transmitían que estaban en casa y siguiendo todas las medidas de seguridad, lo que me dejaba algo más relajada.

Debo admitir que me costó coger carrerilla en la cuarentena, al tener esa sensación rara en el cuerpo me resultaba muy complicado entrenar y estudiar en casa. Hice bastantes esfuerzos para intentar mantener una rutina diaria de entrenamientos y trabajos de la facultad. De esta forma podía garantizar que seguía manteniendo la forma física y llevando todo el trabajo universitario al día. Creo que el llevar esa rutina diaria y también mantener una alimentación saludable, me ayudó mucho en esas semanas de confinamiento.

Las medidas impuestas por el Gobierno de Portugal no eran tan estrictas como las de España: se podía salir a hacer deporte (correr) como máximo en grupos de dos, o a dar paseos cortos alrededor de tu edificio. Yo, aún así, no lo hacía. Prefería quedarme en casa y hacer un esfuerzo que salir y arriesgarme a estar expuesta. Normalmente hago la compra en dos supermercados que están a 600 metros de mi casa, y durante la cuarentena iba una vez a la semana. Eso me servía para dar un pequeño paseo y ver la luz del sol. No me gustaba mucho salir porque el ambiente era extraño, parecía de una película de miedo o de esas en las que se acaba el mundo. Todas las calles vacías y la gente con la que te cruzabas con mascarilla y con cara de desconfianza. Toda la sociedad portuguesa vivía esas primeras semanas con incertidumbre y con el miedo de ver lo que estaba avanzando la pandemia en los países vecinos, como España.

PAULO

La sociedad aceptó que había que parar. No había reuniones, ni paseos en grupo , ni gente exponiéndoseEn mi opinión, en Portugal reinó el civismo, uno de los valores que yo más admiro de la sociedad de este país. Aunque las medidas no fueran tan restrictivas y los datos no fueran tan graves como los de España, Italia o Francia, la sociedad aceptó que había que parar. No había reuniones, ni paseos de grupos grandes, ni gente exponiéndose al virus sin necesidad. La sociedad entendió que nuestro trabajo intentando frenar los contagios era casi tan importante como el trabajo de los médicos o enfermeros que estaban en los hospitales. Hubo, y sigue habiendo, un gran espíritu de unión y mucha conciencia social, lo que en mi opinión ayudó mucho a frenar el efecto del virus. La gente se concienció de que la mejor forma de honrar y de agradecer a todos los trabajadores que estaban luchando contra el virus era quedarse en casa. Eso me llamó mucho la atención y me sirvió para darme aún más cuenta de que la sociedad portuguesa es un ejemplo para el resto de Europa.

Después de casi 5 semanas, el club nos comunicó que nos iban a dar vacaciones porque es probable que la competición se reinicie en junio. Después de tanto tiempo confinada en Lisboa, me daban la noticia de que podía viajar a Galicia. Por supuesto, iba a seguir con las recomendaciones y con el régimen de cuarentena, pero en casa. Me puse en contacto con la Embajada Española en Lisboa y con el Control Fronterizo para informarme de si podía viajar y las medidas que tenía que adoptar en el viaje de regreso.

Los días más difíciles para mí fueron los tres que pasaron desde que el club me comunicó que podía regresar a Galicia hasta que por fin empecé el viaje. Llegar a casa fue algo que me animó, que me dio nuevas energías para seguir afrontando esta situación tan difícil. Pasé de estar encerrada a seguir estando encerrada, pero la sensación era diferente. Salí un poco de esa rutina que te supone estar en la ciudad en la que trabajas y en la que haces tu vida durante once meses del año. Sigo con la misma disciplina de entrenamiento y estudio, bastante exigente y que me tiene ocupada y concentrada durante la mayor parte del día. La estructura de mis días no cambió, pero el ánimo cambió mucho. Llevaba desde Navidad sin estar en casa, en Galicia, y el hecho de poder pasar la cuarentena aquí, un poco más cerca de la gente a la que quiero, me hizo renovar las energías y tomármelo todo de una forma más positiva.

«Me siento una privilegiada por vivir en Alemania. Me siento segura y con libertad»

Natural de Cabana de Bergantiños, la escritora y periodista Alejandra Plaza Rodríguez vive fuera de España desde el año 96. Hoy, entre Zúrich y Fráncfort

Cuando las primeras noticias sobre la aparición de un virus tan letal como el covid-19 en la ciudad china de Wuhan irrumpían en los medios de comunicación y la gente a mi alrededor lo veía como una situación lejana y ajena a nosotros, yo pensaba todo lo contrario. Vivimos en un mundo muy globalizado, donde la circulación de personas es como el pan de cada día y donde la economía mundial es el motor principal de la mayoría de ese movimiento. Lo hablé en casa con mi gente y fui consciente de que la pandemia llegaría a Europa con un simple chasquido de dedos. Aeropuertos como Fráncfort, París, Madrid, Londres, Nueva York o Milán serían perfectos imanes. Cuando la pandemia llegó a Italia me encontraba de gira laboral por España ( dos semanas por Galicia, Madrid, Andalucía, Comunidad Valenciana). Recuerdo aquella primera noticia de la existencia de dos focos localizados en Canarias y que el coronavirus pasaría por nuestro país sin pena ni gloria. ¡Qué ingenuidad! El coronavirus había llegado a Europa para quedarse e invadir las vías respiratorias de cada ciudadano que se topase en el camino, sin selección de edad, de raza ni de nacionalidad.

Regresé a Fráncfort un viernes, a finales de febrero, y el sábado, al hacer la compra, me encontré con muchas estanterías vacías. Sorprendentemente, lo primero que se consumió fueron los productos prefabricados y el papel higiénico, que, en vista de la situación, comenzó a racionarse para evitar la histeria colectiva y proveer a todo el mundo del necesario. En mi despensa siempre tengo reserva y la mantuve, aunque con más productos de primera necesidad, como, por ejemplo, la harina, la cual empezó a escasear una semana más tarde. Se respiraba un ambiente agridulce, incredulidad y miedo ante un enemigo invisible, pero peligroso. Aun así, todo transcurría con bastante normalidad.

ARMANDO BABANI

En marzo me encontraba en Suiza, un país que me sorprendió por su tardía reacción y una gestión demasiado light, teniendo en cuenta la proximidad a Italia. Fue durante esa primera semana cuando Alemania reaccionó ante la gravedad de la pandemia y comenzó con el cierre de las escuelas, lugares sociales, puntos de encuentro, reunión y ocio y el 9 de marzo, a las ocho de la mañana, puso cierre a sus fronteras con los países vecinos, entre ellos Suiza. Mi hijo se encontraba solo en Fráncfort, donde no tengo más familia que la que yo misma he formado, así que el domingo por la noche regresé con mi hija para pasar estos momentos de incertidumbre con él. El resto de la familia se quedó en Zúrich. Quedamos divididos con la intención de que todos tuvieran un apoyo al lado por si algo surgiese.

Es la guerra del siglo XXI, en la que nos toca luchar desde el mismo frente para acabar con este dañino amigoSe comenta que Alemania ha contado con un 70 % de suerte y un 30 % de buena gestión. Yo no lo estoy viviendo de esa forma. Cierto es que los primeros contagiados han sido de gente joven, estudiantes de Erasmus o ciudadanos que regresaban de practicar esquí en otros países y, por último, alcanzó a los de más edad. Alemania ha evitado el confinamiento y el colapso de los hospitales. El sistema sanitario no ha estado nunca en peligro. Se ha pasado de un crecimiento dinámico de contagios a una evolución lineal. Las políticas del Gobierno se han tomado adecuadamente y con unidad. ¿Mentiras? Habrá muchas. Angela Merkel ha admitido que un 60 o 70 % de la población se verá afectada y ha abogado por la responsabilidad cívica del ciudadano. Es consciente de que esto es una pista de hielo que en cualquier momento puede romperse. Han conseguido ralentizar la pandemia y, mientras los economistas de otros países vaticinan la llegada de una recesión profunda, aquí se habla de una crisis transitoria. Vivimos con restricciones, pero nunca hemos experimentado el confinamiento. Nuestra desescalada comenzó el 20 de abril y ha sido evaluada cada semana. Hoy en día disponemos de una nueva realidad que gana terreno, aunque, evidentemente, se espera un repunte que ya ha comenzado. Aun así, las medidas aplicadas han dado resultados positivos, hay capacidad de test y material de protección. También creo que la cultura de este país facilita las cosas ante una situación tan compleja, donde seguir las normas es primordial y el contacto y el calor humano es más despegado.

Contamos con unos 170.000 contagiados y más de 7.000 muertos, seguramente, pero, aun así, me siento segura, sin pánico ni miedos generalizados. Soy una privilegiada, pues vivo al lado de un parque natural y dispongo de jardín, lo que me permite no exponerme más que lo necesario. Mi familia no ha dejado de trabajar en ningún momento y el grado de exposición siempre es un riesgo, pero hay que pensar que respetando las medidas oportunas se puede evitar todo tipo de contagio. La preocupación siempre está, y más cuando eres asmática y has visto cómo lo han vivido amigos que se han contagiado. Es la guerra del siglo XXI, en la que nos toca luchar desde el mismo frente para acabar con este dañino amigo alérgico al jabón.