La estirpe de relojeros que se acaba con Amazon

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VENEZUELA

Oscar Vázquez

Pedro Pagán es el último artesano de una saga que comenzó hace cien años con su abuelo y siguió su padre. Aunque celebra un siglo de historia y no cierra, la crisis del oficio lo lleva a centrarse ahora en la reparación de equipos y a liquidar su «stock» en Vigo

05 mar 2021 . Actualizado a las 17:24 h.

Pedro Pagán es el último eslabón de una estirpe de relojeros que sabe que se acabará con él cuando se jubile, y no solo porque no tenga descendientes ni familiares que recojan el testigo. «Es que si así fuera, yo no se lo recomendaría porque esta profesión no tiene futuro», afirma tajante.

La empresa familiar cuyos orígenes se sitúan en Cartagena arrancó su historia con su abuelo, Ginés Pagán Conesa, arreglando relojes en su localidad natal, que abandonó en los años 40 con la intención de embarcarse hacia Venezuela vía Vigo. Pero por suerte o por desgracia, cortaron la emigración durante medio año y con una espera tan larga, terminó montando un taller en la calle Vázquez Varela y ya nunca se fue. Siguió allí hasta que hace 26 años tiraron el edificio.

Fulgencio, su hijo, empezó con él a los 15 años, y en 1965 abrió la tienda en la calle María Berdiales, en la que ahora sigue Pedro. El local luce en la puerta un enorme número cien con los ceros como esferas de reloj, para recordar que hace un siglo su abuelo empezó una cuenta atrás que ya suma más de 52 millones de minutos de dedicación. «Fue en 1921 pero la fecha exacta no la sabemos, porque en aquellos tiempos, y a pesar de ser relojeros, la gente no llevaba un registro tan exacto de todo, como ahora. Y además mi abuelo tuvo una infancia muy convulsa, perdió a su padre antes de nacer y a su madre poco después de haber nacido, lo crió su padrino y muchos documentos se perdieron», justifica.

A los 10 años, el último relojero de los Pagán destripaba su primer despertador. Su formación, al lado de los artesanos Ginés y Fulgencio, es imposible hoy en día porque el sistema de los aprendices ha pasado a la historia, y tampoco se puede acudir a una formación académica, ya que sigue sin existir tal cosa.

Pedro tampoco se enganchó a las manecillas por infusión genética. En los 80 se interesó más por la eclosión de los ordenadores y se decantó por una formación que lo llevó a ser profesor de informática y vendedor de Apple. Su padre llevaba por aquel entonces el servicio técnico de los relojes de control de IBM, y por ahí entró de nuevo en la rueda, y cuando Fulgencio falleció, en el 2014, su hijo se hizo cargo.

El peso de un siglo en sus hombros ha llevado al experto a tomar una determinación respecto al camino a tomar a partir de ahora. Y la decisión pasa por adecuarse al mercado y centrarse en el servicio de reparaciones, tanto de joyería, como relojería, electrónica y equipos de audio, ya que cuando reparan carillones montan equipos de amplificación y también los arregla. «La venta de relojes o joyas se la dejo a Amazon, me olvido del tema, no se puede con ellos», lamenta explicando que, cada vez más, los supuestos clientes que entran por la puerta, preguntan por modelos concretos, se los prueban y se van... a su casa a comprarlos por Internet. Aunque no cierra, para pasar página en este aspecto, empieza este mes una campaña de descuentos, del 20 al 50 %, para liquidar el stock, incluyendo cristalería y plata. Además, para celebrar los cien años de la empresa familiar, también hará exposiciones temáticas de piezas especiales.  

«Ya no oyes a nadie que te diga ‘enséñame un reloj’, esperando que tú les asesores, y no recuerdo la última vez que vendí una cadena de oro», asegura. Pagán argumenta que el hecho de que los relojes se hayan convertido en un complemento de moda más, lleva a los usuarios a querer piezas de precio bajo, para usar y tirar, «mucha pantalla, pero maquinarias de poca calidad. Los de marcas caras siguen porque su público también tiene un poder adquisitivo alto, pero los fabricantes que están en el medio, se hunden», reflexiona.

Aunque Pedro tiene una larga lista de clientes para reparaciones rápidas, reconoce que hay días que no vende absolutamente nada. «Por eso prefiero enfocar mi trabajo hacia empresas y fábricas, a relojería industrial y de torre». A ellas acude con asiduidad a instalar, poner al día o reparar, relojes de oficina y máquinas de fichar, ya que su cartera de clientes no solo abarca Galicia y buena parte de España, sino que llega a varios continentes. «Esta semana mandé un reloj para una piscina en Madrid, la semana pasada acabé otro para la fachada de una tienda en Marquina, sobre la mesa tengo el presupuesto para el Colegio Alemán de Madrid y estas Navidades hice cuatro para edificios públicos», enumera.

El artesano vigués se ocupa también del mantenimiento de relojes que están a la vista o en espacios públicos de la ciudad, como el del Museo de Arte Contemporáneo, Marco, el del Banco Santander o el Bankinter, además de haber instalado decenas en toda la provincia, desde los carillones de la iglesia de Seixo, los de las estaciones de tren de Pontevedra y Vilagarcía, el Concello de Vilanova o el cuartel de la Brilat en Figueirido.

Desde 1921

Dónde está

Número 2 de la calle María Berdiales, en Vigo.