«Me fui a Venezuela en 1957 pero volví porque ya era un país inseguro»

edith filgueira OURENSE / LA VOZ

VENEZUELA

Agostiño Iglesias

Al retornar a Galicia, Emilio Rodríguez montó un negocio que ahora llevan sus hijos

30 jul 2018 . Actualizado a las 16:36 h.

Emilio Rodríguez nació a finales de 1936, en la parroquia de Viveiro (Celanova) meses después de que comenzara la Guerra Civil española y llegasen los tiempos de la emigración y las noticias por carta desde el otro lado del Atlántico. Tiempos que no logró esquivar este hombre de manos pequeñas y sonrisa amplia.

«A los 18 años me fui a Venezuela a probar suerte, pero desde los 15 había trabajado aquí en un taller, así que me fui con experiencia. Allí estuve primero arreglando coches pero luego terminé conduciendo un taxi. Lo que pasa que solo aguanté ocho años porque ya por entonces estaba la cosa mal y había mucha inseguridad», recuerda Emilio de vuelta al negocio familiar por unas horas. «Cuando volviste eras el único que tenía coche, ¿no? -le pregunta su hija- Después te llevabas a mamá y a sus primas a las fiestas y teníais que bajaros a empujar en las cuestas el 600 porque no podía con todos». Y él le responde con una sonrisa que guarda secretos que se quedaron en aquel coche.

Ana Belén Rodríguez Sanmiguel (1974, Celanova) -la única mujer de los cuatro hijos que Emilio tuvo con Carmen, su esposa- cuenta que le gustaban mucho los idiomas y que a punto estuvo de estudiar Traducción e Interpretación, pero que finalmente se decantó por Empresariales para continuar con el negocio. «Mi padre fue el primero de la zona en montar un tren de lavado y aquí, durante el verano, venían muchos emigrados con sus coches para que se los laváramos. El jefe necesitaba mano de obra y al final mi hermano mayor y yo nos poníamos a trabajar. Se generaban colas larguísimas de coches. Y nos daban de propina lo mismo que costaba el lavado, así que nos compensaba. Hasta conseguimos comprarnos una vespa con lo que ahorramos», relata Ana.

Talleres Emilio es un servicio oficial de la marca Ford en el que además de coches nuevos, ofrecer reparación de vehículos y venta de coches de segunda mano. Aunque cuando se ponen delante de un cliente tienen claro que lo que venden son momentos. Porque todo el mundo recuerda aquellos viajes de verano en coche, cuando el aire acondicionado era un invento que todavía no se había acoplado al sistema de ningún vehículo. Bajar las ventanillas a toda prisa cuando se aproximaba un túnel y volver a subirlas corriendo antes de que este terminase. Esos momentos que a su vez van hilvanados muy finamente a etapas de la vida de cada uno y de la historia de un país. «Cuando nos ponemos delante de un cliente tenemos que analizarlo psicológicamente y saber qué es lo que más le interesa, pero también lo que más feliz lo puede hacer», explica Ana.

Emilio se jubiló a los 66 años y ahora en el negocio trabajan tres de sus hijos: José Emilio (1972, Celanova), Carlos (1978, Celanova) y Ana. El cuarto se llama Roberto y también pasó algunas temporadas en el taller pero en la actualidad lleva un negocio con su mujer. «Trabajar en familia no es nada fácil. Siempre tiene que haber uno que sea más ahorrador para cuando viene uno que cree que hay que gastar», argumenta ella.

Aparte de la crisis, desde dentro del sector en el que llevan toda la vida trabajando, creen que otra de las cosas que perjudica a los negocios es la competencia entre concesionarios a la hora de vender los coches. «No se debería entrar en esa guerra, pero si te falta un coche para cubrir objetivos y tienes que responder ante una marca, vas a intentar venderlo como sea», relata Ana. «E Internet también es preocupante. Nos volvemos más individualistas y se nos está torciendo hasta la ética. Ni nos importa lo que cobre el repartidor que trae las piezas más baratas», señala.

«Antes los coches se arreglaban con una simple llave y unos alicates»

Desde que el taller abrió sus puertas no solo han cambiado los coches -y mucho-, sino también la forma de trabajar. «Llegó un momento en el que tuvimos que empezar a citar por horas a los clientes porque como vivimos encima del negocio, a veces venían a cualquier hora y no teníamos la pieza que necesitaban o el mecánico que sabía de ese tema se había ido a casa», explica ella. Y el añade mientras dibuja un motor imaginario con las manos encima de la mesa: «Los coches Ana, los coches es lo que más ha cambiado. Toda la tecnología que requieren ahora antes se solucionaba con una llave y unos alicates. Ahora hace falta un trabajador especializado en llevar la máquina de diagnosis, mientras que antes el diagnóstico lo hacías con tus propios conocimientos». Y es que, como dice la canción: «The times they are a-changin».