Victoriano Rodolfo Llamas: «Volví de Suiza porque no quería que mis hijos fueran también emigrantes»

Cristina Viu Gomila
Cristina Viu CARBALLO / LA VOZ

SUIZA

Ana García

En el país helvético conoció a su esposa, una carballesa con orígenes en Sofán

12 ene 2023 . Actualizado a las 11:39 h.

Victoriano Rodolfo Llamas (Zamora, 1947) era el único hijo varón del barbero de Otero de Bodas, un pequeño pueblo pegado a la sierra de la Culebra, que también era capador, tenía algunas tierras y un semental. Desde 1987 es vecino de Carballo, profundo devoto de la Virgen de A Milagrosa y cantor de la santa y lo que la rodea siempre que tiene ocasión. Le ha compuesto un tema que estrenó en las fiestas del barrio del 2017 y que repite en las misas sabatinas, de forma más o menos completa según sea de largo el oficio. «Cuando ves que el cura empieza a mirar para ti coges el siguiente verso y cortas», explica.

Conoció a su esposa, carballesa, en el cantón helvético de Friburgo, a través de unos amigos comunes portugueses. Reconoce que allí estaba a gusto, pero decidió regresar. «Volví de Suiza porque no quería que mis hijos fueran también emigrantes», dice. El segundo ya no tenía que haber nacido allí, pero terminó haciéndolo porque su padre no quería volver a España con el Nissan que conducía. «Yo quería comprarme el coche que me gustaba, un Mercedes 200 que tuve 37 años y que aún tendría si no fuera porque debía pasar la revisión cada 6 meses», dice. El tiempo que necesitaba de tenencia del coche para poder traerlo a Galicia y no pagar tantos impuestos fue a coincidir con el nacimiento. Cuándo se le pregunta cómo se tomó su esposa lo que él considera una especie de travesura contesta entre honesto y pillo. «Mal», dice.

A Victoriano su pueblo se le quedó pequeño desde la preadolescencia, pero le ofrecieron estudiar para cura y no quiso. Dejó la escuela a los 14 porque consideró que ya no podía aprender más allí. También abandonó su labor de monaguillo, que realizó durante años y recuperó en la mili, y se marchó con 18 cumplidos. Su primer destino fue Valmaseda, los altos hornos, donde duró dos semanas. Hizo después un recorrido casi típico de emigrante en territorio nacional. De Bilbao fue a Madrid, a construir el parque de atracciones de la carretera de Extremadura, y a Barcelona, donde formó parte de la empresa González Byass, la fábrica del famoso Soberano. Pero su futuro no había de estar en las bebidas espirituosas sino en la leche. Su primer trabajo en Suiza, en 1971, fue en una quesería del pequeño pueblo de Domdidier, en Friburgo, y el último en la factoría de Leyma en Arteixo, ya de vuelta y formando parte de un programa para emigrantes retornados.

Desde la jubilación es la composición de canciones lo que más le entretiene. Antes de eso, los deportes y, sobre todo, el fútbol consumía buena parte de su tiempo libre.

Fue Walter Bejarano Riquelme, vicario parroquial de la unidad pastoral de Carballo, el que lo animó a la composición de temas religiosos y sus cenizas fueron acompañadas hasta el Buenos Aires natal del cura por el texto de la canción de Victoriano a la Milagrosa, tras la prematura muerte del sacerdote, a causa de un derrame cerebral a los 46 años, tras solo dos en parroquias carballesas.

Victorino reconoce que no sabe de música ni toca ningún instrumento, más bien pone sus letras a melodías conocidas, lo que lo convierten en un coplero, una figura relativamente frecuente en la zona. Además de a la Virgen tiene preparado un tema dedicado a los constructores de la capilla, «don Ramón y doña Basilisa», pero llegó la pandemia y no pudo estrenarla.

También ha compuesto temas a la naturaleza, «a mi tierra zamorana» y se ofrece para una para la delegación de La Voz de Galicia en Carballo.

«Los partidos más complicados eran los de las tres y las ocho y media, por las fiestas»

A Victoriano siempre le gustó el fútbol, sobre todo como jugador. En Suiza participó en varios campeonatos, con poco éxito. «Había siete equipos. Había dos grupos de veteranos, yo estaba en el que se conocía como los desechados», recuerda. Fue entonces cuando le propusieron que se hiciera árbitro, a lo que se terminó dedicando durante 13 años. No estuvo en las categorías altas porque eso precisaba una dedicación que él no podía permitirse y porque «hay que correr mucho, ir muy vivo», pero vivió grandes momentos en los interregionales de los juveniles.

Pero también hubo momentos difíciles. «Los partidos más complicados eran los de las tres y las ocho y media, por las fiestas», explica. En todos los casos se jugaba la baza de las comidas copiosas regadas con alcohol y con las ganas de ir de jarana. Nada de eso casa bien con la templanza necesaria para un encuentro tranquilo y más de una vez tuvo que emplearse a fondo y encararse con más de un alborotador. «Mi padre me enseñó que cuando te amenazan hay que poderse muy cerca para poder defenderte. Alejarte es peor», explica. Sin embargo, nunca tuvo que recurrir a la fuerza, aunque sí a la firmeza.

Lo pasó muy bien con los jóvenes a los que arbitraba en jornadas normales y echó de menos esa camaradería y se encontró con que en Carballo no le dieron ninguna oportunidad para seguir disfrutando del fútbol en activo. Recuerda algo de abuso, como el que vio cuando era niño en su pueblo. Ser el hijo del barbero lo relacionó enseguida con niños de fuera, hijos de agentes de la Guardia Civil, pero los había que «no soportaban que fuera amigo de esa gente».