Destino: Suiza

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

SUIZA

Estación de Cornavin, mítico punto de entrada en Suiza de los emigrantes gallegos.
Estación de Cornavin, mítico punto de entrada en Suiza de los emigrantes gallegos. SANTI GARRIDO

04 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Son otros gallegos los nuevos emigrantes. Llegan a Zurich o a Ginebra en avión, visten como visten los suizos jóvenes, tienen los mismos gustos e idénticas ambiciones. En los últimos sesenta años que han transcurrido desde la primera oleada migratoria, cualquier parecido entre aquella y esta es mera coincidencia.

La primera vez que fui a Ginebra era una tarde gris y lluviosa de otoño. Mi hotel estaba cerca de la estación central. Salí a tomar una cerveza a uno de los bares. Era un sábado y estaba aposentándose la noche cuando escuché hablar en gallego, al principio era una pareja, luego un grupo de hombres solos y al final me sentí como en una calle de Muxía o de Cee, donde únicamente estaban mis paisanos. Se esperaban, se encontraban, y en los trenes que llegaban también viajaba la morriña en un pack completo de emigrante recién llegado. Eran los tiempos de un franco, catorce pesetas, de la lejanía de Berna, o Basilea, de Ginebra o Lausana, de los días interminables viajando en un taxi colectivo desde Carballo o Camariñas, atravesando media España y toda Francia para llegar a un destino que ofrecía bienestar y prosperidad.

Había que pasar humillantes controles sanitarios -la tuberculosis todavía no había sido erradicada- en una particular Ellis Island, y devolvieron a Galicia a cientos de emigrantes. Ahora son 42.000, el 40 % de los españoles son gallegos, muchos de ellos ya nacieron en Suiza; son los llamados secondos, los que ya no volverán, suizos de origen gallego que van perdiendo el idioma y la memoria de pueblo, paulatinamente.

He vuelto muchas veces al país helvético, incluso participé invitado por el Gobierno suizo en un libro que me posibilitó un profundo conocimiento de la realidad suiza y que escribimos varios autores españoles como Ana María Matute, Fernado Marías, Milagros Frías, o Ana María Moix, entre otros. Yo me ocupé de la emigración gallega, perfectamente asentada en ese país.

Frecuento la ciudad de Ginebra, donde está la mejor librería en español de Suiza, que gobierna mi querido amigo Rodrigo Pino, y que me permite acercarme a la ciudad del lago Leman cada año. Allí, siempre que acudo voy al centro gallego, que en su día fue un foco cultural antifranquista donde todavía se percibe la sombra poética y combativa de Valente, y ahora es un restaurante popular, un lugar de citas con la memoria de la tierra y donde el vínculo común es un tercio de Estrella Galicia o una caña de 1906, auténticos nexos de unión de todos los gallegos.

Ahora vuelven, se entreabrió la puerta suiza para la emigración gallega. Se sienten como en su casa, son los rapaces que crecieron viendo cómo en su pueblo había un bar que se llamaba Berna, o un restaurante con el cartel de Zurich. Los abrieron sus compatriotas, los primeros emigrantes retornados de aquel paraíso que multiplica las pesetas leídas en francos. Han pasado sesenta años y Galicia le debe mucho a Suiza, casi tanto como la deuda de afecto y gratitud de Suiza a Galicia.