Tú en Ginebra y yo en A Peroxa, pero juntos por videollamada

SUIZA

Santi M. Amil

Las nuevas tecnologías y los vuelos de bajo coste acercan a los emigrados a casa

09 abr 2018 . Actualizado a las 12:44 h.

La probabilidad de encontrar a un conocido en un mismo vuelo en Lavacolla se dispara cuando el destino es Ginebra. Lo mismo sucede cuando el avión llega al aeropuerto suizo y en la puerta de Arrivées los que aterrizan se paran a saludar a los que hacen cola para despegar rumbo a Santiago. «Este é un avión familiar!», exclama Manuel. Ya está jubilado y viene de pasar unos días en Oleiros para comprobar cómo están sus propiedades. «Os fillos alá desenténdense do que temos aquí», suelta. Hacía tiempo que no veía a Gonzalo, de Ribeira, al que se encuentra cuando va a por su maleta facturada. «É a cuarta vez que collo este avión no que levamos de ano», asegura este último. Mientras charlan, los saluda un tercer hombre. «Quixen irme tantas veces definitivo -asegura Enrique, que así se llama-, pero nunca se pode dicir iso». Viene de visitar a sus padres. Muy lejana parece hoy aquella fotografía que Manuel Ferrol tomó en 1957 en el puerto de A Coruña, cuando un padre y su hijo lloraban desconsolados ante la partida del trasatlántico Juan de Garay a Argentina.

Noemí Figuerola Mera (Ginebra, 1986) también compra el billete del Easy Jet varias veces al año. «Galicia está a menos de dúas horas de avión!», subraya. Tiene un motivo de peso: su marido. Se conocen desde hace años. Ella pasaba todas las vacaciones de verano en el pueblo de sus padres, A Peroxa (Ourense). Para sorpresa de sus progenitores, la morriña le afectó más a ella. «Víñenme para Galicia soa para facer a carreira. Foron como unhas vacacións definitivas -sonríe Noemí-. Estudei Filoloxía e coñecín a Iván. Tratei de atopar traballo sen éxito. Agora estou de volta con meus pais e son profesora nunha escola pública de Xenebra». Iván, con el que se casó en julio, sigue en Ourense. «Por agora ningún dos dous podemos renunciar ós nosos respectivos traballos», reconoce. «Esta conexión aérea cambiounos moito a vida. É un voo barato e directo, leva como uns cinco anos. Eu veño grazas a el moitas fins de semana. Cando era cativa ías á casa dos avós unha vez ao ano», recuerda, al mismo tiempo que reflexiona: «Non sei como poderiamos manter a relación se non fora pola tecnoloxía», admite.

Centros gallegos en la Red

Noemí es asidua de la Irmandade Galega de Ginebra, uno de los centros gallegos con más historia de Suiza. «Si que é certo que moitas casas de Galicia se converteron en meros bares. A súa razón de ser é menor, todos temos un contacto máis seguido coa casa. Antes, se querías falar con algún galego tiñas que ir ao centro. Agora, isto telo no ordenador ou no móbil. Nas redes sociais podes ver como lle vai a un amigo e falar con el», comenta Noemí, que es miembro de la directiva da Irmandade.

Las videollamadas tienen entre sus clientes más fieles a los emigrantes. «Antes, falo de hai dez anos, cando estudaba en Santiago, unha chamada para falar uns minutos cos meus pais era a ruína. Agora non me podo ir de Vodafone porque é a única compañía con roaming entre España en Suíza», desvela. La televisión por cable también les permite tener acceso a los canales españoles e Internet a la prensa gallega. «Sentímonos máis conectados. Eu era das que me escribía cartas de pequena coas miñas primas galegas».

Abuelas a la última

Los lunes se reúnen en el centro ubicado en el barrio de Onex para las clases de pandereta. A Lourdes le suena el móvil. La que llama es su madre, desde Moraña: «¡Mira que le tengo dicho que a esta hora aún estamos aquí!». María José, emigrante retornada, aprendió a manejarse con Skype por sus nietos Nael y Jasir. «Os nenos tolean polos avós», desliza Noemí. La abuela no quiere perderse ni un día de los pequeños. Las videollamadas son para ella una ventana a una familia que está a 1.650 kilómetros. A Adolfo y a su novia Lorena, de Sanxenxo, les sucede lo mismo. Tienen una hija de cuatro años, Nayara, que por ahora solo está con ellos durante las vacaciones. El resto del año la cuidan sus abuelos. «Tenemos que verla todos los días», dice Lorena. Ahora que está con ellos unos días en Ginebra son sus hermanos y los abuelos los que no perdonan la llamada antes de acostarse. Aun así, la distancia pesa. «Isto axuda, pero non é o mesmo que estar con Iván. Oxalá me puidera teletransportar!», concluye Noemí. Otra gallega emigrada, Teresa Fonseca, profesora en el instituto Calvin y antigua investigadora el CERN, donde nació la web, da en la clave: «Boto de menos comer os domingos con meus pais». Por ahora, no hay tecnología capaz de conseguir eso.