Como en «Un franco, 14 pesetas»

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

SUIZA

XOAN CARLOS GIL

Lucinda y Felisindo escogieron Vigo para abrir una tienda y empezar una nueva vida en Galicia tras regresar de la emigración en Suiza; su hijo Braulio les relevó al frente del local

30 jun 2014 . Actualizado a las 01:19 h.

Cuando Tejero entró en el Congreso para dar un golpe de Estado, a la tienda Lucifeli también llegaron los ecos del miedo que se les metió en el cuerpo a los españoles. Aquel día las estanterías se quedaron vacías, como en las películas sobre desastres naturales en las que los ciudadanos corren hacia los supermercados para surtirse de latas de conserva, agua, pilas o linternas. Afortunadamente, la vida volvió a la normalidad al día siguiente, pero la anécdota es una de las que recuerdan con más intensidad en el local que abrieron hace 34 años Lucinda Estévez Sousa y su marido, Felisindo Ferreiro Castiñeiras. La pareja, natural de San Pedro, en Cartelle (Ourense), fue una de tantas que emigró a Suiza buscando un próspero futuro laboral. Él se marchó primero y durante años dejó como los chorros del oro los cristales de la terminal del aeropuerto de Ginebra. Ella le siguió dos o tres años más tarde y, entre otros empleos, trabajó como auxiliar de cocina en un psiquiátrico.

Su hijo, Braulio, nació en la ciudad suiza, pero a los 6 años lo enviaron a Galicia, donde estuvo hasta los 10 con muchas idas y venidas que lo convirtieron en un experto infante viajero y curioso.

Tras quince años en el extranjero, la familia decidió que era el momento de volver a las raíces. Vigo era la urbe emergente que muchos veían como una tierra cargada de oportunidades, y fue el lugar elegido para iniciar una nueva aventura. A Braulio todo aquel periplo migratorio le recuerda a la película Un franco, 14 pesetas, con la que se siente muy identificado y que considera que retrata a la perfección una época y un estado de ánimo.

Él, que se hizo cargo del negocio en 1993, perpetúa la tradición ejerciendo de tendero psicólogo, de aquellos que además de vender, en el sueldo les va saber escuchar a una clientela que, como asegura, «en muchos casos es ya parte de la familia», comercios como el suyo, en los que se va a llenar la nevera, sí, pero también hay un tiempo para preocuparse de cómo va la vida.

Pero, además, añade al perfil comercial algo más inusual en el sector. Es un lector empedernido y de las muchas horas que pasa en su negocio, las muertas transcurren apasionadamente con filósofos, poetas o novelistas, devorando libros hasta que entra un nuevo cliente con el que, además de atender sus peticiones, puede que termine intercambiando impresiones literarias. El comerciante no dudó en relevar a sus padres tras iniciar una carrera universitaria que no acababa de convencerle.

El principal éxito de la tienda es la apuesta por la calidad y priorizar la materia prima gallega por su proximidad. «Tienes que dar lo mejor dentro de un precio razonable», explica Braulio. Pero también hay otros factores que consiguen que se distinga de la competencia. Por ejemplo, según apunta, «estar atento a las pequeñas variaciones en la demanda por parte del público». Y para redondear el servicio, el profesional sabe que el comercio es, muchas veces, como la inspiración de la que hablaba Picasso. Que cuando aparezca, te encuentre trabajando. «Hay que estar cuando la gente lo demanda», argumenta. Por eso Lucifeli tiene un horario amplio y flexible, que no baja la verja automáticamente cuando el reloj marca la hora, sino cuando el goteo de clientes cesa al caer la noche.

Es una tienda de barrio como las de antes, pero es que cada vez hay menos y a pesar de la invasión de las grandes superficies, el pequeño comercio gana adeptos que luchan contra las prisas y el trato impersonal para que el mostrador no sea una barrera.