Este gallego que arribó a Suiza hace 50 años analiza la situación actual
31 oct 2014 . Actualizado a las 22:45 h.Amadeo Pérez Yáñez recibe en el sexto piso de un edificio de la zona internacional de Ginebra que acoge la Misión Permanente de Suiza ante las Naciones Unidas en la que es embajador. Un piso más arriba, el ex secretario general de la ONU Kofi Annan tiene su despacho, y con él se cruza habitualmente. Amadeo Pérez (A Veiga, Ourense, 1953) es uno de los gallegos emigrantes en Suiza que más alto han llegado. Y está de doble aniversario: recaló en este país hace 50 años y hace 25 entró en el Departamento de Justicia de Suiza, estamento en el que ha ido progresando hasta que en el 2008 fue designado embajador. Uno de los tres que tiene la Misión. En su experiencia y su origen analiza la situación actual de los gallegos en Suiza.
-¿Está usted al tanto del nuevo movimiento migratorio gallego que se está produciendo?
-Es una cosa que se comenta. Altos funcionarios de Justicia y de la Policía me lo dicen algunas veces y en la prensa y en la televisión suelen salir reportajes. Es una cuestión que no pasa inadvertida, la gente en Suiza sabe lo que hay, sobre todo cuando ven a los emigrantes españoles contando su historia.
-¿Y qué opina al respecto, teniendo en cuenta que usted también participó de esta experiencia?
-Yo soy un producto de la emigración. Los que la vivieron sobre todo fueron mis padres. Yo era un chaval de 10 años que vine con ellos adonde me llevaban. Fue en enero de 1963, aunque mi padre ya había estado un año antes, y luego llegamos mi madre y yo. Fueron comienzos muy difíciles, pero poco a poco fueron a mejor. El contexto actual probablemente es muy parecido, pero no es el mismo. Entonces eran los tiempos de Franco, los contratos se hacían con el Instituto de Emigración. A la gente que llegaba se les examinaba para ver cómo estaban de salud, y hoy es evidente que no es así. España está en la UE, los accesos son mucho más fáciles que antes, pero con todo, siguen llegando. Mucha gente cree que es pisar suelo suizo y tener trabajo. Se hacen unas ilusiones, se creen que esto es el paraíso, pero también hay muchas dificultades. El país va bien, pero no es fácil empezar. Hay que hacerse a la idea de que imaginarse el paraíso puede llevar a la desilusión.
-¿Cree que las medidas de limitar los permisos de trabajo se deben a una creciente xenofobia?
-No creo que haya nada contra los emigrantes. No hay xenofobia, lo que hay es una política de emigración. Es importante diferenciar emigración de asilo político, que se rige por el estatuto del refugiado y por donde estaba entrando mucha gente que algún sector del país no estaba muy de acuerdo. Suiza quiere los conceptos claros. Los que necesitan ayuda son refugiados políticos. Los otros son casos de emigración económica y hay que controlarla.
-¿Qué percepción tienen los suizos de los emigrantes gallegos?
-El emigrante viene aquí con la idea de trabajar, de salir adelante. Y los gallegos son muy apreciados. Hay mucha gente que se fue hace años y ahora vuelve (o volvió) y tienen trabajo porque los siguen queriendo. Los gallegos se integraron ellos, el problema de la emigración es cuando pretenden que se integre el país en ellos. La nuestra ha sido gente valiosa para Suiza. Y los suizos saben perfectamente quiénes son los gallegos, nos conocen.
-¿En serio que nos conocen?
-Sí. La emigración ha sido muy importante, y le pongo un ejemplo: cuando estuvo aquí el expresidente Touriño, Caixa Galicia organizó una cena con representantes de centros y colectivos gallegos, y recuerdo que en ese acto se había hablado de que solo en Ginebra había unos 110 empresarios al frente de negocios de restauración. Un sector de atención y servicio en el que se traduce nuestra forma de ser.
-Descríbame su trabajo. ¿De qué se encarga la Misión y cómo llegó a ella?
-Yo estudié Derecho y toda mi carrera profesional la desarrollé en el Ministerio de Justicia y llegué a la Misión en el año 88, donde fui segundo secretario y ahora embajador. Nos encargamos de retos importantes: por ejemplo, la renovación de los inmuebles de las instituciones internacionales. Cambiar la sede de la ONU va a costar 800 millones de francos (unos 600 y pico millones de euros). Yo me encargo de grupos de pilotaje, de la representación del Ministerio de Asuntos Exteriores para que todas las embajadas y organizaciones tengan locales adecuados, resolver cuestiones de seguridad, diplomáticas.... Digamos que la Misión une a los actores representando a Suiza.
-¿Es un trabajo burocrático?
-Puede decirse así, pero también político. Hay que poner de acuerdo a numerosos representantes de distintas instituciones nacionales e internacionales.
amadeo pérez yáñez embajador de suiza ante las naciones unidas