Los retornados multiplican la población del rural de Lugo: «Volver me da vida»

Uxía Carrera Fernández
UXÍA CARRERA NAVIA DE SUARNA / LA VOZ

RETORNADOS

Una familia de emigrados de Barcelona, Málaga o Zamora se reúne cada verano en Navia de Suarna
Una familia de emigrados de Barcelona, Málaga o Zamora se reúne cada verano en Navia de Suarna ALBERTO LÓPEZ

Zonas como Os Ancares se transforman en un hervidero de emigrados en busca de tranquilidad y calidad de vida durante las vacaciones

15 ago 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

En las recónditas aldeas de Navia de Suarna se escucha estos días casi más acento catalán que gallego. Agosto es el mes por excelencia en el que los emigrados vuelven a su Lugo natal para pasar las vacaciones de verano, transformando pueblos en los que «non ves ni un alma» en lugares repletos de ambiente. «Somos más del doble de vecinos que en inverno», asegura Ilda Fernández, de la aldea de Moia.

Esta lucense emigró a los 16 años a Barcelona con sus cuatro hermanos. Todo siguen residiendo en la capital catalana. Aunque Ilda siempre volvió cuando pudo, hace tres años que no se pierde un verano en Moia. Pasa unas semanas en su casa natal junto a su marido, otro emigrado de Ourense al que conoció en los bailes gallegos de Barcelona. «O que máis nos gusta é a tranquilidade», asegura Luis García sentando en una silla en la parte trasera de su casa con vistas a Os Ancares. Valora el silencio, la ausencia de tráfico, el aire puro o la falta de contaminación lumínica. «Aquí podemos ver as estrelas».

Ilda Fernández y Luis García, emigrados en Barcelona que regresan a la aldea de Moia
Ilda Fernández y Luis García, emigrados en Barcelona que regresan a la aldea de Moia ALBERTO LÓPEZ

Aunque entre esa calma difícil de encontrar en la gran ciudad, el matrimonio también disfruta de la vida social con las aldeas cercanas, de las fiestas y de las ferias. «Facemos comidas tódolos que estamos en Barcelona, tamén fixemos algunha alí», cuentan. Cataluña es el territorio al que emigraron la mayoría de los de la zona, que estos días vuelven a ocupar todas las casas del pueblo. Los jubilados aprovechan los dos meses y otros 15 o 20 días de descanso laboral. «Xa me sobra xente!», bromea una de las vecinas también emigrada a Barcelona pero que regresó hace dos años después de jubilarse.

Pasa lo mismo en Murias de Rao, otra aldea de Navia, con unas 30 casas habitadas. Además de los lucenses retornados, los pueblos de la montaña también conquistan a sus parejas o a sus hijos ya nacidos en Cataluña. «A mi marido le encanta venir porque disfruta mucho del senderismo y nuestros hijos tienen una pandilla de jóvenes que se junta a diario», relata una de las vecinas.

Impulso para el negocio local

El bullicio de nuevos vecinos se nota también en la capital, Navia de Suarna. Las orillas del río «quédanse sen un metro cadrado libre» y los locales de hostelería llenan sus mesas a diario, prácticamente solo de veraneantes. De hecho, hay algunos días por la semana durante el resto del año que no todos abren para dar comida y cena. Ahora «sen ter reserva é imposible comer en algún sitio», asegura Julia, una vecina.

Este cambio se nota en la hora del vermú en el Café Xegunde, en la plaza del Concello. Una familia con emigrados en Barcelona, Zamora o Málaga disfruta en una mesa de juntarse una vez al año. Todos destacan el amable clima que los recibe en Navia, además de la naturaleza que les falta en las ciudades en las que residen. Dos de ellas pasan en el pueblo de Os Ancares seis meses al año, en verano, y en invierno se quedan en Málaga.

Más allá de la hostelería, también se dispara la clientela de los supermercados o mismo de la farmacia. Poder tener todos los servicios a mano es una de las razones por las que un grupo de amigos viene con sus hijos desde hace diez años a la casa familiar de uno de ellos, junto al castillo de Navia. «Vivimos en Madrid, donde tenemos que coger el transporte para todo y aquí vamos de casa al río y a la tienda en cien metros sin necesidad de ir en coche», cuentan. Y eso en un entorno «precioso».

Grupo de retornados de Barcelona, el País Vasco o San Sebastián en el río de Navia
Grupo de retornados de Barcelona, el País Vasco o San Sebastián en el río de Navia ALBERTO LÓPEZ

A los pies del puente de origen románico descansa con su familia Mariluz, que cada verano regresan a la casa natal de su marido en Meira. Trabaja en Madrid como profesora y asegura que volver a Lugo «me da vida, me cambia el semblante». La madrileña, que se siente como una oriunda, trae a sus hijos desde que nacieron, a los que también les conquistó el rural lucense. Lo que más valoran es el clima y sobre todo la gente: «Disfrutamos muchísimo». Ayer fue la primera vez que la familia estuvo en Navia, ya que aprovechan para visitar distintas zonas de la provincia desde Meira. Mariluz tiene en mente poder pasar temporadas más largas en la provincia lucense una vez que se jubile como maestra. «Siempre lo tuve clarísimo, esto da calidad de vida», defiende.

Familia de madrileños que regresa a Meira cada verano y este lunes visitó Navia
Familia de madrileños que regresa a Meira cada verano y este lunes visitó Navia ALBERTO LÓPEZ

Pocos se plantean volver por la «falta de servicios y las malas comunicaciones»

Todos los retornados cuentan su experiencia durante las vacaciones casi como un período idílico, pero prácticamente ninguno se decide a dar el paso de volver a su aldea natal ni para retirarse. El matrimonio de jubilados Ilda y Luis, de Moia, explican que, en parte, es por la alta dependencia del coche y la lejanía de muchos servicios. «Mismo para ir al médico especialista tendríamos que ir hasta Lugo», resaltan. En Navia solo quedan dos restaurantes y las tiendas van a menos. Además, lamentan el estado de algunas carreteras: «Las aldeas deberían estar mucho mejor comunicadas y las carreteras más arregladas». Detallan que incluso algunos pueblos ni siquiera cuentan con indicaciones o letreros.

Algunos emigrados más jóvenes, como uno que reside en Zamora, confiesa que las opciones de ocio o vida social son esenciales para vivir en un sitio. En verano la programación cultural y los locales abiertos aumentan, pero en invierno son mínimos. Además, tampoco es fácil adaptarse al tiempo. «Hace mucho frío y a las cinco de la tarde ya casi es de noche, cuando todavía queda mucho día por delante», explican. También influye la falta de oportunidades laborales o la dificultad para teletrabajar.