El genetista Santiago Rodríguez y su hijo Carlos siguen la saga de artistas y emigrantes
06 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.El poeta Manuel Oreste Rodríguez López (Paradela, 1934-Lugo, 1990), como muchos gallegos de su generación, tuvo que abrirse camino en Barcelona, donde se instalaron sus padres en los años cuarenta. Desde allí, y con estudios de Humanidades, acabó siendo cronista del Centro Gallego y forjando una premiada obra literaria que en la última década se ha visto revalorizada, hasta el punto que desde diversos sectores intelectuales se pide que se le declare el Día das Letras Galegas.
Que la genética tiene mucho que ver en la configuración de una persona saben mucho su hijo Santiago Rodríguez López y su nieto Carlos Rodríguez Otero. El primero, criado hasta los 14 años en Barcelona, regresó con su padre a Galicia para estudiar Bioloxía en Santiago, luego de especializarse en Genética Molecular y desde el 2002 vivir como profesor universitario en Inglaterra, primero en Southampton y luego en Bristol, donde además de docente dirige cuatro equipos de investigación.
«Traballo nas variantes xenéticas en relación con enfermidades complexas e tamén dirixo un estudo sobre un xen que pode crear falsas interpretacións sobre os marcadores tumorais da próstata», explica Santiago Rodríguez, «un cidadán do mundo que se sinte galego» y que a sus 45 años ha conseguido una reputación en su profesión, con más de 50 artículos publicados y conferencias en congresos internacionales de oncología. «Moi pronto, espero comezar unha liña de científica cunha universidade galega», explica Rodríguez, que aún prefiere ser cauto para explicar quienes serán sus colegas genetistas en Galicia.
Al hijo del «poeta obreiro» de Paradela la vena literaria le surgió a raíz de los homenajes y exposiciones dedicadas a su padre, «mais non é algo innato». Pero sí sabe como el lo que es la vida de emigrante y tomar conciencia de Galicia. «Cando vivía en Barcelona sentíame catalán, pero foi cando regresei a Galicia e logo en Bristol onde comecei a sentirme e a ser galego».
Sigue la saga con la música
Ahora, su hijo, Carlos Rodríguez Otero, nacido en 1999 en Santiago y desde los dos años en Inglaterra, continúa con la saga de la emigración y labrándose su propio futuro, en este caso en la música. Su madre es la viveirense María Otero, autora del poemario bilingüe Luces en la arena, y cuyos padres tenían afición musical. Fue en esta raíz donde apareció el germen musical de su hijo Carlos, que a sus 16 años ya puede decir que tiene acabados los ocho años y la diplomatura de violín y los ocho años de piano. Su trayectoria musical, que partió de su primer violín a los seis años y su piano a los ocho, se está asentando en Bristol, donde lidera la joven orquesta del municipio, además de formar parte de la Bristol Pre-Conservatoire y haber participado como solista con orquestas profesionales.
«Tengo claro que quiero dedicarme a la música clásica, no como solista de un único instrumento, sino dirigir, componer, interpretar y también ser profesor», analiza Carlos Rodríguez Otero con claridad de ideas a sus 16 años.
De momento, y a pesar de que ya ha dirigido a alguna orquesta y compuesto los coros y temas para obras de teatro, tiene por delante dos años de estudios académicos, además de los musicales. Todo encaminado hacia su gran sueño y el de sus orgullosos padres, ingresar en la Universidad de Cambridge para seguir su formación musical. «No solo necesito buenas notas, títulos y pasar una audición, sino que me valorarán aspectos humanos y personales», explica este joven amante de Fuxan os Ventos y fan de Bach y de Beethoven.
Su vida ya está integrada en Inglaterra, hasta el punto de que puede presumir de haber recibido del alcalde de Bristol el título de Guild of Guardians, «por su contribución al buen nombre de la ciudad por su excelencia musical». Pero aunque se siente cómodo en esta ciudad inglesa, Carlos Rodríguez Otero tiene claro que en esa futura entrevista de acceso a la universidad tendrá muy presente a su abuelo, el poeta de Paradela, y sus orígenes gallegos.