«El apoyo de la gente me ayuda a querer sobrevivir a esta situación»

ana f. cuba AS PONTES / LA VOZ

OCEANÍA

Vanessa Enríquez Raído, originaria de As Pontes con una enfermedad rara en Nueva Zelanda, junto a su pareja, el ingeniero agrónomo chileno Diego Camiruaga, en el hospital
Vanessa Enríquez Raído, originaria de As Pontes con una enfermedad rara en Nueva Zelanda, junto a su pareja, el ingeniero agrónomo chileno Diego Camiruaga, en el hospital

Una pontesa recaba fondos para recibir un tratamiento en Nueva Zelanda

14 feb 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

De un día para otro, Vanessa Enríquez Raído (As Pontes, 43 años) empezó a encontrarse mal. Esta profesora de Traducción e Interpretación en la Universidad de Auckland, en Nueva Zelanda, donde vive desde hace 16 años, estaba de viaje por el país. «Sentía cansancio, pesadez, dormía mal, hasta que ya su cuerpo rechazó la comida y comenzaron los vómitos», cuenta su hermano, Germán, que estudia en A Coruña. Al principio achacó su malestar a una gastroenteritis, pero su estado empeoró hasta rozar la inconsciencia y llegó al hospital al borde del fallo multiorgánico.

«Si tomamos como referencia mi primer día de hospitalización me encuentro bien, pero tanto física como psicológicamente es como empezar de cero. La vida me ha pegado un vuelco tremendo, ha sido todo muy abrupto, una enfermedad muy agresiva», comentaba ayer, tras recibir el alta. El diagnóstico no tardó en llegar: síndrome urémico hemolítico atípico, «una enfermedad causada por una bacteria de la familia de las Escherichia coli, más común entre niños y muy rara en adultos, en Galicia hay diez casos», explica su hermano.

Durante estas semanas ha requerido varios tratamientos: «El primero fue plasmaféresis, estuve recibiendo plasma durante casi dos semanas, todos los días, cuatro horas al día. Y diálisis, cada día, que a partir de ahora será cada dos». El viernes le suministraron la segunda dosis de un fármaco «que pone freno a la enfermedad y evita que afecte a los demás órganos», indica. Sus riñones no funcionan y, de momento, «no hay indicador de reactivación renal», sufre una hipertrofia en el ventrículo izquierdo y en uno de sus pulmones se acumula «bastante líquido».

Este medicamento no está financiado por la Seguridad Social neozelandesa y el coste asciende a 33.000 dólares (locales) la dosis, es decir, unos 20.000 euros. Durante el primer mes, Vanessa necesita cuatro, lo que equivale a 80.000 euros, y a partir de ahí, dos al mes. En España sí lo cubre el sistema público de salud, por lo que su propósito es regresar a Galicia lo antes posible. «Se trata de conseguir tener dos días seguidos sin diálisis para poder volar, porque son más de 30 horas, con escala técnica», señala.

Su hermano estima que tardará unos tres meses en recuperarse para poder emprender el viaje, «porque su sistema inmunológico está muy dañado», y por el agravante de la pandemia mundial del coronavirus. El primer mes de tratamiento lo costea con sus ahorros y la colaboración de su familia. Y hace casi dos semanas, una amiga neozelandesa puso en marcha una campaña de recaudación de fondos para financiar la medicación, a través de la plataforma https://givealittle.co.nz/cause/help-vanessa-get-life-saving-treatment. Hasta el pasado lunes ya se habían recabado más de 66.000 euros y faltarían algo más de 50.000 para sufragar las dosis de tres meses.

«Lo mejor ha sido el apoyo que recibí, de familias neozelandesas, mi comunidad de escaladores, mis estudiantes, mis compañeros de trabajo, la gente de mi pueblo [As Pontes] y de Galicia en general, personas de todo el mundo. Ha sido una respuesta sorprendente, me emociono cada vez que entro en la plataforma y veo los menajes de ánimo y cómo la gente se ha unido y se ha volcado. Es una experiencia muy enriquecedora en todos los sentidos, el apoyo de la gente me está ayudando a sobrevivir y a querer sobrevivir a esta situación», agradece Vanessa,

No siempre ha sido así. En los peores momentos -«sientes que se te muere el cuerpo»-, recordó que el país donde reside (tiene doble nacionalidad) legalizó hace poco la eutanasia. «Al verme conectada a máquinas constantemente, sin mejoras, quise informarme...», reconoce. Del pozo hondo y tenebroso logró emerger. «Me llevó a los mejores momentos, poder recibir el apoyo abrumador no solo de familiares y amigos, sino de gente desconocida, familias de Nueva Zelanda que habían pasado por situaciones similares, diagnosticados de enfermedades muy raras y con fármacos no subvencionados». Una queja social compartida.

A su lado ha estado siempre su pareja, el chileno Diego Camiruaga, ingeniero agrónomo. Su mensaje de agradecimiento va para todas las personas que han colaborado y le han transmitido «tanto amor y tanto cariño». «Me han llegado ofrecimientos de sesiones de reiki, medicina cuántica, un grupo de budistas... Todo suma, gracias por el esfuerzo».