José Piedra: «Llevo 45 años haciendo pizzas»

Patricia Calveiro Iglesias
p. Calveiro SANTIAGO / LA VOZ

OCEANÍA

SANDRA ALONSO

Panadero de oficio, acabó por una apuesta en Australia, donde vivió casi medio siglo

06 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Nombre. José Piedra Vázquez.

Profesión. Dueño del Galicia.

Rincón elegido. La rúa de San Pedro de Mezonzo, «donde he pasado casi más horas que en mi propia casa».

Todo el que haya exprimido alguna que otra vez la noche compostelana hasta el final conoce la Churrería Galicia & Nino’s Pizza, popularmente llamada el Galicia. José Piedra Vázquez es el hombre que dirige el cotarro. Y, aunque no le ha faltado clientela ni en los años más duros de la crisis, él es de los que se ensucian las manos y el delantal. Su acento lo delata. Aunque nació en Luou (Teo) en 1950, el quinto de ocho hermanos pasó su infancia en Ribeira, por lo que arrastra ese seseo característico de la comarca barbanzana. Allí fue donde aprendió el oficio de panadero, en la parroquia de Artes. Pero el destino hizo que Pepe pasara gran parte de su vida en el extranjero. Se fue a Alemania con 19 años, «a buscarme la vida», dice este hombre de ojos pequeños y frases directas. Luego lo llamaron a filas y una apuesta con un compañero hizo que en Colonia entraran en la embajada australiana. «La sorpresa fue que unas semanas después nos encontramos con todo metido debajo de la puerta, hasta los billetes. Y nos fuimos a trabajar a Australia», cuenta el hostelero, quien pasaría los 24 años siguientes al otro lado del mapa.

Los primeros años allí no fueron fáciles, recuerda: «Hice de todo. Tres trabajos, noche y día... Y cuando tuve algo de dinero, monté una pizzería en Bondi Beach, que se llamaba Nino’s Pizza». De ahí el apellido australiano que le salió al Galicia. No hablaba inglés y se entendía con sus empleados «como podía», pero aún así este teense logró hacer que el negocio prosperara. De hecho, dice que toda su fama y fortuna la amasó allí.

Tenía la vida resulta en Australia, pero una compostelana se cruzó en su camino, comenta Pepe: «Vine de vacaciones un mes. Estaba soltero. Conocí a la mujer. Me marché y, al año siguiente, vine y me casé, con 33 años».

Hasta en las guías de Japón

Él y su esposa vivieron los primeros años de matrimonio en Australia. El negocio de Pepe alcanzó tal fama que hasta salía en las guías turísticas de Japón. Él aún conserva una que le regalaron a finales de los 80, en la que sale con menos canas pero haciendo lo de siempre, pizzas.

¿Cómo acabó en el Ensanche? «El cuñado trabajaba en esta churrería. Me enteré por medio de él que se vendía. La compré en el año 1986. La llevé un año y luego la alquilé, porque en Australia ya tenía el otro negocio», señala.

Pero la tierra tira, especialmente a su mujer y «nos vinimos en 1993. Monté una panadería artesana en A Escravitude (Padrón), Piedra y Neira». Y el 2000 la traspasó y cogió definitivamente las riendas del Galicia, donde siempre se respetó el horario: «Esto abrió en 1974 en San Pedro de Mezonzo, pero ya viene de Doutor Teixeiro y antes estuvo en A Senra. Mantenemos la licencia que tenía, de cinco a tres de la madrugada, con dos horas de cierre para limpiar. Antes hacían falta dos turnos, porque se trabajaba muchísimo, pero ahora llega con uno y descansamos por las tardes».

Entre las cosas que llevan años sin moverse en el Galicia también está el cartel que prohíbe cantar y que el personal sigue señalando cada vez que la alegría asoma en forma de serenata. «Hay que poner algo de control para no tener problemas con la comunidad», sentencia el autónomo, quien puso en marcha la pizzería en el Ensanche hace 14 años, aunque «llevo 45 años haciendo pizzas». La carta incluye algún guiño a su primer negocio. Su pizza australiana, la inventó un cliente con mala leche y una huevera en la mano.

Pepe recuerda que antes salían muchos pollos, que ahora solo hacen por encargo. Siguen funcionando los callos: «El otro día aún acabamos una olla de ellos a las cinco de la mañana». Con todo, desde que compró el Galicia en los 80 hasta ahora, el panorama ha cambiado mucho en el Ensanche y en la noche. «Es como el día y la noche», apunta. «En aquella época, antes de abrir la puerta ya tenías que tener en la barra preparados 40 cafés. Estaba toda la calle llena, desde abajo hasta arriba. No se podía entrar. Era una locura. El local se llenaba en cinco minutos y había más gente fuera esperando a entrar que la que había dentro. Ahora, se juntan todos a la misma hora, pero una vez pasa el mogollón ya se acabó», señala con cierto desánimo un hombre curtido en otros ruedos, con energía de sobra a sus 69 años para lidiar con fiesteros en horas altas.

«Cada vez piden menos churros, aunque en el Apóstol podemos vender un millar»

 

 

Piedra está acostumbrado a trabajar con estudiantes, una población flotante que en los últimos 20 años ha ido a menos. Pero, «cada vez regatean más los precios. Por 20 céntimos te llaman ladrón», dice. Él, que vivió en el año 1987 en la calle más universitaria, Santiago de Chile, recuerda que «si dormíamos era porque estábamos rendidos. Entonces sí que había juergas y la gente no protestaba».

Nunca olvidará el primer Año Nuevo que se dio el lujo de cerrar el Galicia: «Pusimos un letrero en la entrada y a las cuatro de la mañana, dando un paseo con la mujer, vimos la calle colapsada». En otra ocasión, vieron cómo un chaval se iba con uno de sus taburetes, pero había tantos clientes en el local que fueron incapaces de alcanzarlo. ¿Broncas? Las hubo, aunque nunca llegó la sangre al río. De hecho, Pepe explica que no llegó a presentar denuncia por la última agresión que sufrió su personal por parte de un joven alterado, aún habiendo un vídeo de lo sucedido: «Era menor y uno se pone en la piel del padre del chaval, así que lo dejé correr».

Después de 54 años al pie del cañón, el teense no piensa todavía en la jubilación: «Estoy esperando por la mujer. Si no, ¿qué voy a hacer yo solo y sin trabajar? Solo fui dos veces a la playa aunque trabajaba frente a ella (en Bondi). Y, cuando compré el Galicia, no sabía ni donde estaba el Ayuntamiento, porque no salía de aquí». Eso sí, dice que ha aprendido «a saborear las cosas buenas, como el marisco o el vino. Como la canción, Despacito». Siendo del Real Madrid, lleva con orgullo que lo llamen el Mesi de las pizzas. Y es que la churrería, muy a su pesar, no tiene la salida de antes: «Cada vez piden menos churros, aunque en el Apóstol podemos vender un millar».