José Miguel Delgado, neto de Florencio Delgado Gurriarán: «Mi abuelo era como Cary Grant, mi abuela estaba muy enamorada de él»

MEXICO

José Miguel coa súa avoa Celia, de 96 anos, viúva de Florencio Delgado
José Miguel coa súa avoa Celia, de 96 anos, viúva de Florencio Delgado

O neto de Florencio Delgado Gurriarán asegura que na súa casa de México a lingua galega segue presente a través das cancións: «Él nos transmitió una Galicia alegre y fiestera»

13 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

José Miguel Delgado é un dos netos maiores de Florencio Delgado Gurriarán. Fillo do seu primoxénito, tamén de nome Florencio, está asentado en México, onde reside parte da súa familia. Alí aínda vive a súa avoa Celia, que cumpriu os 96, e desde alí recibe con orgullo que este ano se dedique o Día das Letras Galegas ao seu avó.

—¿Qué recuerdos tienes de tu abuelo?

—Tengo recuerdos aislados porque él murió cuando yo tenía 8 años. Lo veíamos sobre todo cuando íbamos nosotros a Guadalajara, que era donde mis abuelos vivían. Lo recuerdo como alguien de buen humor, cercano, tenía unos lentes tintados, pero una mirada muy cómplice y una risa muy fácil. Era una persona que siempre estaba de buen humor.

—¿Tu abuela sigue contando anécdotas de él?

—Mi abuela tiene 96 años, y le falla la memoria inmediata, pero ella sobre todo nos solía contar cómo se conocieron. Ella trabajaba en una zapatería y se enamoraron rápidamente. Mi abuelo no tardó mucho en pedir su mano a mis bisabuelos, porque había una diferencia de edad grande, le llevaba 15 años, y fue muy claro. Les dijo: 'Me quiero casar con su hija, no tengo mucho tiempo'. Él no estaba para tonterías, ja, ja, ja. Los amigos de mi padre decían que mi abuelo era como Cary Grant, era un galán. Los recuerdo a los dos siempre juntos, caminaban de la mano, se veían muy enamorados.

—¿Cómo habéis vivido que se le haya dedicado el Día das Letras?

—Con mucho orgullo. Yo la obra de mi abuelo la conozco fundamentalmente a través de mi padre, que estuvo traduciendo los poemas de mi abuelo, los recitaba… De hecho, yo musicalicé uno de sus poemas, Nomes, que justo celebra los nombres tanto gallegos como michoacanos, que son de una tierra de México donde se habla tarahumara, una lengua muy alegre y cantable. El poema dice: «Nomes de Michoacán, son garruleiro e lisgairo»…

—¿Cómo os ha transmitido tu abuelo el amor por el gallego? ¿Cuál es la huella que os ha dejado?

—Fundamentalmente a través de las canciones. Desde niños, cuando estábamos de vacaciones en su casa de Guadalajara [México] acabábamos las noches cantando toda la familia. Mi padre y mi tío sacaban la guitarra y cantábamos Bailaches Carolina, Amoriños collín, [se pone a cantar], la Rianxeira… Y hoy por hoy seguimos haciéndolo, siempre que nos reunimos en mi casa se acaba cantando en gallego. La música ha sido nuestra herencia gallega. El gallego sigue sonando en México, sobre todo, a través de la música.

—¿Os hablaba en gallego?

—Mi abuelo hablaba mucho en gallego en México. Mi padre y sus hermanos lo hablaban también. Mi abuelo se encargó de transmitirlo, mi padre a día de hoy lo habla fluido. Pero yo, aunque lo comprendo, no podría hablarlo.

—¿Cómo es la Galicia que os transmitió?

—Yo fui de chiquito, tenía 6 años, y estuvimos en Córgomo, con la tía Rocío, que era hermana de mi abuelo. De entonces solo me acuerdo de comer moras en el campo. Años más tarde fui a Santiago, Coruña, Vigo… Él sí nos transmitió esa imagen de los gallegos como gente cálida. Tengo pendiente volver con mi padre, pero él ahora tiene un problema de memoria y no es fácil que viaje.

—Dicen quienes lo conocieron que tu abuelo jamás hablaba mal de nadie. ¿No fue rencoroso con los que lo obligaron a exiliarse? ¿Hablaba de esa herida?

—Él volvió a Galicia después de que muriera Franco y seguramente tenía, como todos los exiliados, una herida difícil de cerrar y una morriña gigante, pero también creo que estaba contento y que pudo hacer una vida satisfactoria. Él siempre tenía esa ambivalencia, esa sensación de tener una tierra que de alguna forma había perdido, aunque siguiese siendo de allí, y una tierra que había ganado. Adoptó ambas identidades y las integró a su poesía.

—En sus poemas deja una lectura de una Galicia alegre, la aproxima siempre con esa connotación festiva.

—Sí, sí, es el reflejo de cómo él era: una persona alegre y fiestera, a la que le gustaba la tertulia. Nos transmitió que Galicia era una tierra muy campirana, muy hermosa, donde se comía muy bien y donde había gente cálida. Es un imaginario colectivo en la familia, que ha sido cultivado por mi abuelo y por mi abuela.

—¿En tu casa se celebraba Galicia de una manera especial, habia algún día marcado en el calendario?

—Me acuerdo de la queimada de mi abuelo, que él hacía en Nochebuena. Apagaban las luces y él hacía el conjuro. De eso nos acordamos todos. Pero algo que decía mucho mi padre, y que me gusta destacar, es que mi abuelo era un ciudadano del mundo. En su casa no tenían grandes manjares, pero nunca faltó comida, y nunca faltaron libros y revistas de distintos lugares. Estaba suscrito a Life, también a revistas francesas, tenía ese afán, ese interés global. En la literatura y en la música, era un persona muy universal.