La barbanzana Estefanía Ons se quedó a vivir en el país nórdico con tan solo 19 años, después de acabar el Erasmus
26 may 2023 . Actualizado a las 20:38 h.Durante la infancia, los amigos son vecinos de la misma aldea o calle con los que se comparten edad e intereses. Casi por casualidad, esas personas pasan a formar una parte importante de la rutina, una pieza fundamental para la construcción de la personalidad de los más pequeños. Cuando llega la adolescencia y muchos jóvenes se van al instituto es cuando empiezan los cambios. Algunos se van a otros centros, otros se mudan... las pandillas empiezan a evolucionar dejando atrás a algunos miembros e integrando otros nuevos.
La ruptura inevitable se manifiesta en el comienzo de la vida adulta, cuando el amor, el trabajo o los estudios interfieren en los planes que para los que antes siempre había tiempo. Quizás lo importante es no tener miedo y saber que la distancia — sea física o mental — no disuelve el cariño mutuo. Eso piensa Estefanía Ons (Ribeira, 1993) que cada vez que vuelve a casa desde Suecia, donde se quedó a vivir tras hacer un Erasmus, se reencuentra con sus amigos de toda la vida: «É difícil facer amigos aquí, boto de menos ao meu grupo de sempre».
Su historia viviendo en el extranjero se parece a la de muchos otros, pues la joven confiesa que la razón de peso que la llevó a quedarse en el país escandinavo fue la mayor oferta de trabajo en su ámbito, la enseñanza: «Eu fixen filoloxía inglesa e estudei español, o que me ofreceu a oportunidade de quedar aquí como mestra de castelán». Piensa que la mejor parte de las ventajas laborales es vivir del empleo de sus sueños sin tener que opositar.
Para poder residir y trabajar en el país, la barbanzana tuvo que acabar la carrera y, mientras tanto, aprender sueco hasta hablarlo de manera fluida, lo que supuso asistir a clases para adultos durante dos años, experiencia que no recuerda con especial cariño. «Alí había xente moi irrespectuosa, algún ata botaba desodorizante dentro da aula ou interrompía ao profesor», declara.
Lo cierto es que para conseguir empleo Ons no tuvo que hacer grandes esfuerzos, pues se lanzó a la piscina antes de acabar la carrera y fue admitida en una de las escuelas a las que mandó el currículo: «Cando empecei eran poucas horas, así podía compaxinalo cos estudos».
En la actualidad lleva seis años en el mismo centro, al que llegó por su gran valía como profesional, pues fueron ellos los que le pidieron que diese clases allí: «Eu cheguei aquí recomendada pola directora do colexio no que estivera, que falou cunha compañeira de profesión que estaba buscando a alguén para aprender español a adolescentes».
Modelos diferentes
Sobre el sistema educativo sueco, la chica desmiente el mito de que los alumnos son más callados y tranquilos allí. Según ella, el profesorado es demasiado permisivo, lo que le ha hecho ganarse el título de estricta entre los estudiantes. «Os rapaces dinme que teño que aprender ao resto de docentes como gañarse o respecto dentro da aula», manifiesta.
Para ella, esta manera de comportarse se justifica con una de las bases de la filosofía de vida del país nórdico: evitar el conflicto. La barbanzana piensa que con tal de no levantar la voz o causar un enfrentamiento verbal directo, los maestros son capaces de no decir nada.
A parte de estos aspectos negativos, piensa que el modelo español y el sueco no son comparables, pues todo allí gira en torno a la práctica, mientras aquí se premia la capacidad de memorizar datos. «Alucinas co ben que falan inglés dende nenos, pero despois ves que esvaran moito en gramática».
Choques culturales
Las diferencias entre modelos educativos no son las más llamativas. Según la ribeirense, hay muchos hábitos comunes entre los gallegos que los suecos llevan fatal, como por ejemplo que varias personas hablen a la vez. «Son moi estritos coas quendas de palabra, cada un ten o seu tempo», aclara.
Lo que aquí se trata de una fea costumbre, como es la de llegar tarde, allí se interpreta casi como una ofensa personal. Ons especifica que si no se llega a la hora acordada la gente se marcha sin más: «Eles están alí e se non chegas, simplemente vanse».
Aunque esto es comprensible para muchos, la realidad es que la extremada organización de los suecos puede dificultar el hacer planes con ellos. Según explica la profesora, una de las cosas que más le chocó el primer año de carrera que hizo allí fue preguntarle a un par de compañeras de clase si querían ir a tomar algo aquella misma tarde y que lo consultasen en la agenda para responderle que podrían el martes de la semana siguiente. «Aquí é imposible improvisar, téñeno todo moi medido», señala. Del mismo modo, comparte que a parte de familia y amigos, lo que más echa de menos es su amada playa del Vilar.