Jordi Aragonés, un vilagarciano impactado por la mirada de los refugiados ucranianos en un pabellón polaco

Pablo Penedo Vázquez
pablo penedo VILAGARCÍA / LA VOZ

EUROPA

FEB

El preparador físico del equipo de baloncesto femenino Sosnowiec habla de la «mirada perdida» de los mayores, mujeres y niños que escapan de la invasión del ejército de Putin

04 mar 2022 . Actualizado a las 09:51 h.

Jordi Aragonés ha hecho de Cracovia su hogar. Más de una década lleva el vilagarciano afincado en la segunda mayor ciudad de Polonia, donde ha construido parte importante de su brillante palmarés en el baloncesto profesional y la familia de tres que disfruta junto a Kinga y su pequeña Alice. Ubicada al sur del país, Cracovia se encuentra a casi 900 kilómetros de la frontera con Ucrania y, al menos de momento, la invasión rusa no ha alterado el día a día de sus habitantes, nos dice el desde la temporada pasada preparador físico del Sosnowiec de la Liga Femenina polaca, labor que compagina con la misma función en la selección española femenina. Y sin embargo, Jordi ya se ha topado cara a cara con el reflejo del drama de la primera guerra en suelo europeo en el Siglo XXI. 

El pasado domingo, apenas tres días desde la violación de la soberanía ucraniana por el ejército de Vladimir Putin, el calendario de Liga mandaba al Sosnowiec jugar contra el equipo de Lublin, la principal ciudad del este de Polonia, a unos 200 kilómetros de la frontera con Ucrania. «El día anterior a viajar el entrenador del Lublin me dijo que no nos podían garantizar la habitual sesión de tiro de la mañana del partido», cuenta el vilagarciano. El motivo, la esperada llegada de los primeros refugiados. Finalmente, el Sosnowiec pudo realizar su sesión de entrenamiento matutino. Pero ya en ese momento su expedición se encontró con un panorama inusual, con las salas auxiliares del pabellón de juego llenas de hamacas, comida y bebida caliente.

Fue al volver a la tarde para jugar cuando Aragonés se cruzó con los primeros rostros de la guerra: «Cuando entramos al pabellón para el partido vimos refugiados. La mayoría eran mayores, mujeres y niños. Veías a la mayoría con una mirada perdida, hablando entre ellos, con esa sensación de estar completamente perdidos y de tristeza en la cara». La imagen dejó impactado al vilagarciano: «Era una sensación muy triste. Vas a jugar un partido y te dices ‘Esto del baloncesto no vale nada, hay gente que ha dejado sus familias y sus casas'. Es increíble. Una locura».