Un estudiante gallego de Erasmus en Polonia: «Ver a niños durmiendo en las estaciones es duro. Muchos compañeros se han ido»

María Hermida
María Hermida REDACCIÓN / LA VOZ

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Manuel Veiga, universitario de A Coruña que estudia en Polonia
Manuel Veiga, universitario de A Coruña que estudia en Polonia

Manuel Veiga, de A Coruña, estuvo una semana en España y hoy, cuando regresó al territorio polaco vía Cracovia, se encontró una ciudad desbordada

06 mar 2022 . Actualizado a las 14:00 h.

Manuel Veiga, de A Coruña, es uno de los miles de universitarios que deberían estar viviendo el mejor año de sus vidas. Tanto él, de 23 años, como su hermana Belén, de 20, están haciendo un Erasmus en la ciudad polaca de Lublin. Ambos estudian Administración y Dirección de Empresas y, hasta que comenzó la guerra de Ucrania, su estancia no podía ir mejor. Pero Manuel, que se confiesa «un poco preocupado por la situación», señala que desde hace once días se ha instalado una especie de tensión silenciosa en la ciudad que tan bien les ha acogido. «Nadie habla demasiado de la guerra, pero tú notas la tensión», señala.

En su residencia de estudiantes, donde vivían unos 250 universitarios españoles, Manuel calcula que ahora quedarán unos cien. «Muchos se han ido y hacen clases a distancia, supongo que hay miedo y preocupación, lógicamente», indica. Siguen allí, sobre todo, los que como él y su hermana cursan estudios donde la asistencia presencial a las clases es importante. Manuel viajó a A Coruña el día 1 de este mes, hace una semana, y hoy volvió a Polonia. Aterrizó en Cracovia. Y la ciudad que se encontró no le pareció la misma quedó atrás hace solamente una semana

Dice que se dio de bruces con las imágenes más desoladoras en la estación de tren de Cracovia, donde cogió el ferrocarril que a lo largo de cinco horas de este domingo le llevará hasta Lublin. De hecho, habla desde uno de los vagones: «Llegué a la estación y me quedé impresionado. Había muchísima gente, llegaba a resultar agobiante. Y ver a niños muy pequeñitos durmiendo allí y a las madres con la comida en la estación es duro», indica.

Con una serenidad apabullante y pese a que esas imágenes le retumban en la cabeza, Manuel insiste en mandar un mensaje positivo. Y dice: «Es cierto que hay mucha, mucha gente, pero también es verdad que están cuidados. Hay muchos puestos de ayuda, la ola de solidaridad es muy grande», dice. Indica que la movilización para ayudar alcanza a todos los ámbitos y que en su residencia de estudiantes también se está organizando un voluntariado «para echar una mano donde se pueda». 

Manuel avanza en tren hacia Lublin e insiste en que, si bien su vida no podrá ser la de antes de la guerra porque todo ha cambiado «y toca estar muy pendiente y ayudar, porque esto es un drama humano», intentará seguir adelante con las clases y el día a día. Dice que la peor parte no se la lleva ni él ni el resto de universitarios españoles que están allí, a 120 kilómetros de la frontera, sino quienes sufren la guerra. Y su voz, que a veces se apaga por la mala cobertura que hay en la ruta ferroviaria, suena un poco más bajita, algo más rota, cuando susurra: «Me preocupan también mis padres, porque nos tienen a sus dos hijos aquí, en Polonia, y lógicamente están nerviosos. Pero seremos prudentes y, si las cosas empeoran, nos marcharemos. Estoy seguro de que si eso pasa nuestro Gobierno pondrá las medidas oportunas para facilitar que nos vayamos todos los españoles. De momento, no nos han dicho nada».