Marta Morato, la arquitecta gallega de 28 años que está detrás de la ampliación del aeropuerto JFK

ESTADOS UNIDOS

Recorrió en 40 días 16 ciudades de distintos continentes gracias a una distinción que solo reciben tres jóvenes en todo el mundo. Ha colaborado el proyectos como el aeropuerto de Houston o el jardín botánico de Maine
12 ago 2025 . Actualizado a las 13:48 h.Cuando era niña, Marta Morato (Santiago, 1997) se pasaba horas entre piezas de madera y bloques de colores construyendo edificios imposibles en cada rincón de su casa. No usaba planos ni herramientas, tan solo su imaginación. Lo que hasta entonces había sido un juego infantil, se convirtió en su pasión y ahora, a sus 28 años, Marta representa a la nueva generación de arquitectos gallegos que pisan fuerte fuera de nuestras fronteras. Desde Nueva York, donde trabaja actualmente en el prestigioso estudio Grimshaw Architects, ha vivido una experiencia única, al ser una de los tres jóvenes seleccionados a nivel mundial por la Fundación Renzo Piano para recorrer durante 40 días los edificios más emblemáticos del famoso arquitecto italiano en 16 ciudades de distintos continentes. Pero lo de esta gallega no se queda ahí. También ha sido la ganadora del Premio Eumies Awards Young Talent 2025 o del Premio Mies Van der Rohe 2024 con Suma Arquitectura.
Para Marta nada de esto es casualidad. Creció en una familia marcada por la arquitectura. Su padre, su tío y su prima también son arquitectos y, desde muy pequeña, comenzó a apasionarse y a empaparse por completo acerca de ese mundo sin apenas percatarse. En los paseos de la mano de su padre por las calles de Santiago, siempre le llamaba especialmente la atención el parque de Bonaval y el Museo de Arte Contemporáneo, de Álvaro Siza. Y esa fascinación se alimentó viajando: «Mis padres hicieron un esfuerzo enorme por llevarnos desde muy pequeñas con ellos en todos sus viajes y eso influyó en mí un montón».
Esa niña se hizo mayor y llegó el momento de decidir. «No tuve claro qué carrera quería estudiar hasta el último segundo, pero desde niña siempre me gustó construir espacios y la arquitectura siempre estuvo ahí», recuerda. Tras formarse en Madrid y trabajar en un pequeño estudio, Marta consiguió hacerse con el premio Arquia, uno de los más prestigiosos para jóvenes arquitectos en España. Dispuesta a cambiar de aires, eligió Nueva York: «No me interesaba mucho hacer la modalidad europea porque es más pequeñita, de seis meses solamente, y al irme a Estados Unidos lo podría disfrutar durante más tiempo». Gracias al reconocimiento comenzó a trabajar en Grimshaw Architects, una firma reconocida a nivel internacional por sus proyectos de infraestructuras públicas, como aeropuertos o estaciones de tren.
Su llegada a la Gran Manzana no fue sencilla. Como les ocurre a muchos otros, los primeros días estuvieron marcados por los interminables trámites, la búsqueda del que sería su nuevo hogar y el ritmo vertiginoso de la ciudad. Pero en la oficina encontró su particular refugio: «Si me tuviera que llevar algo de Nueva York, me llevaría a la gente de mi empresa, porque les tengo mucho cariño. En general, los americanos hacen mucha piña y le dan bastante importancia al trabajo en equipo, y gracias a haber estado tan bien a nivel laboral, me resultó mucho más fácil adaptarme a la ciudad». Fue precisamente en esos primeros días, mientras se orientaba entre planos y proyectos, cuando algo le llamó la atención en la entrada de Grimshaw Architects: una maqueta de la Fundación Caixa Galicia. Un edificio que de pequeña visitaba junto a sus abuelos en A Coruña, y una de las obras más conocidas del estudio, que supuso la mejor de las bienvenidas.
Desde el primer momento la joven tuvo la oportunidad de trabajar codo con codo con ingenieros, paisajistas y consultores. «Los estudios en España son más pequeñitos y nuestra formación es un mix entre ingeniería y arte, pero en Estados Unidos es muy multidisciplinar, y yo tuve la suerte de poder empezar a diseñar desde el principio», asegura. El estudio, ubicado en el corazón de Manhattan, tiene un perfil marcadamente internacional, con compañeros de China, Japón o del Reino Unido, algo que valora especialmente: «Ver cómo les han formado, la sensibilidad de cada uno a la hora de diseñar… Eso enriquece muchísimo».
Tras casi dos años en Nueva York, Marta ha podido participar en proyectos como la ampliación del aeropuerto JFK, el de Charleston o el de Houston. Pero sin duda, el proyecto que más le ha marcado y donde ha podido dejar un pedacito de todo lo que lleva dentro ha sido el jardín botánico de Maine, considerado como el más grande de Nueva Inglaterra y repleto de senderos en los que perderse y criaturas mitológicas gigantes, como los trolls. «Al haberme criado en una casa en el campo en Galicia, me pude identificar mucho con la naturaleza salvaje de Maine y por eso decidimos darle tanta importancia a la vegetación en este proyecto», explica.
Vuelta al mundo
En paralelo a su carrera en Estados Unidos, la gallega consiguió ser seleccionada por la Fundación Renzo Piano para un premio único que solo reciben tres personas cada año en todo el mundo. Y la forma en la recibió la noticia distó bastante de lo que habría imaginado: «Las entrevistas para hacer la selección de candidatos eran a las nueve de la mañana hora española, así que tuve que hacerlas a las tres de la madrugada de Nueva York. Y cuando me mandaron el email confirmándome que había conseguido la beca, no podía ni hablar con nadie para no despertar a mis compañeros de piso», cuenta entre risas.
Durante 40 días recorrió los edificios de Renzo Piano ubicados en París, Lausana, Zúrich, Ginebra, Lisboa, Bilbao, Santander, Londres, Hong Kong, Shanghái, Kioto, Osaka, Tokio, Sídney y hasta la remota isla de Nueva Caledonia. Un maratón arquitectónico que no solo le permitió conocer obras icónicas, sino también dialogar con quienes las mantienen vivas. «Teníamos una persona de contacto en cada una de las localizaciones, entonces en cada uno de los edificios del arquitecto nos recibía alguien que nos explicaba su mantenimiento y su evolución desde la inauguración hasta que nosotros lo vamos a visitar. No era solo ver los edificios, era escucharlos y leer la vida de cada obra». El viaje culminó en la sede de la fundación en Génova.

Para la santiaguesa, fue toda una experiencia, no solo por dar la vuelta al globo en casi un mes, sino por ir acompañada de dos personas a las que no conocía con anterioridad: «Somos tres personas a las que nos une de repente de la nada el destino y con las que te tienes que llevar bien durante 40 días. Los tres éramos muy diferentes e hicimos un gran esfuerzo para hacer la convivencia más agradable y, al final, nos hemos llevado muy bien», detalla.
Tras recorrer medio mundo observando obras arquitectónicas, Marta no olvida sus raíces y sigue sintiéndose atraída por el estilo gallego. «La materialidad del estilo arquitectónico gallego es una cosa que me atrae mucho: la piedra, el peso de los materiales, su textura, su olor cuando llueve… Muchos arquitectos a día de hoy están volviendo a una materialidad mucho más pesada, prescindiendo de la utilización del acero y del aluminio», explica.
Y es que a pesar de estar plenamente integrada en la dinámica neoyorquina, esta gallega sigue teniendo morriña de su tierra. «Echo mucho de menos pasear por Santiago. Es una ciudad pequeña, pero monumental, y tiene una dualidad que engancha. Además, volver después de tanto tiempo y ver cómo ha cambiado todo me parece algo bastante mágico», confiesa la joven, que añade, que una de las conclusiones que ha sacado tras esta experiencia tiene que ver con el vínculo entre arquitectura e identidad. «Ves cómo los arquitectos suizos hacen maravillas en Suiza, pero quizás no tanto en China o Japón. Lo mismo pasa al revés, porque de alguna manera tu identidad está donde naces y creces», asegura.
Con los pies en Manhattan y el corazón en Galicia, Marta confiesa que su deseo es volver. «Ojalá pudiera abrir algún día mi propio estudio en Galicia. Me encanta aprender de Nueva York, pero sé que hay un momento en el que las raíces llaman», concluye.