«Hay muchos gallegos de Nueva York en primera línea, como enfermeros»

Pablo Varela Varela
Pablo Varela OURENSE / LA VOZ

ESTADOS UNIDOS

Miembros de la Casa de Galicia, en una donación a un hospital de Queens
Miembros de la Casa de Galicia, en una donación a un hospital de Queens

En los Estados Unidos, emigrantes con raíces en Ourense y Barbanza miran con temor el paso de la epidemia, que se ceba con los sintecho

17 may 2020 . Actualizado a las 22:08 h.

Al otro lado del charco, en la tierra prometida, la colonia de gallegos de la costa este de los Estados Unidos vigila la evolución reciente del coronavirus en el país. El miércoles de la semana pasada, la enfermedad se llevó a uno de ellos, de 72 años. «Hay muchos gallegos de New York que están trabajando en primera línea como médicos y enfermeros, y de momento no les ha afectado. Por ahora contamos dos víctimas, dos personas mayores que estaban enfermas ya de antes», dice Noelia Siaba, de la Casa de Galicia neoyorquina.

Su apellido es de Muros, aunque ella nació y creció en el barrio de Queens. «En la Casa de Galicia somos 1.200 socios, y hay gente de todas partes. Además de Muros, también de Ribeira, Sada y Pontevedra y ourensanos de Castro Caldelas», cuenta.

La sensación es que, como ocurrió en Europa antes en relación con Asia, en los Estados Unidos todavía están asimilando lo que les cayó encima. Las últimas cifras de la OMS estiman que se han registrado 1,2 millones de casos. «Podríamos decir que estamos entrando la fase cero de Galicia», indica. No hay multas al andar por la calle, pero la reproducción de los acontecimientos es similar a lo que pasó más allá del océano Atlántico. «El gobierno no se lo tomó en serio. Nadie creyó que íbamos a tener que encerrarnos meses. Pero con los primeros brotes y viendo que la sanidad se quedaba sin material, cambió la visión», dice Siaba.

«En el metro se encontraron a sintecho que llevaban días muertos porque la enfermedad se los llevó»

Con los primeros contagios hubo desconcierto. Y tras las muertes iniciales, recomendaciones. Las reglas para salir de casa no son tan estrictas como lo fueron en Europa. Lo que no se ve, sin embargo, es a personas mayores por las calles. Algunos vecinos más jóvenes se han ofrecido a hacerles la compra, y lo que sí ha impuesto la administración Trump, por ahora, es que cada ciudadano porte una mascarilla. Sin embargo, el sistema estadounidense flaquea por su polaridad social. En ese sálvese quien pueda para eludir el coronavirus, la calle se ha cobrado vidas de quien está a la intemperie. «Hace dos semanas ejecutaron un protocolo para cerrar y limpiar el metro entre la una y las cinco de la madrugada. Y se encontraron a sintecho a los que hubo que buscar un lugar para dormir, pero también a otros que llevaban días muertos porque la enfermedad se los llevó», explica Siaba.

Los ourensanos de Newark

A 44 minutos en coche desde Queens está Newark, donde el personal que trabaja distribuyendo los contenedores del puerto tiene acento gallego. «Y eso que cada vez somos menos, porque los ourensanos se han ido a otras partes de New Jersey», dice Miguel González, con raíces en Celanova y presidente del Centro Orensano de la ciudad.

Miguel González, a la izquierda, en una visita del secretario de Emigración, Antonio Rodríguez Miranda
Miguel González, a la izquierda, en una visita del secretario de Emigración, Antonio Rodríguez Miranda

La mujer de Miguel está ahora mismo en Ourense, a donde había acudido a resolver los papeles de una herencia. Viajó antes de que comenzase la epidemia, y el cierre del espacio aéreo le impidió volver. Su marido, mientras tanto, mira con recelo la evolución de los hechos. En Newark hay cerca de 2.000 gallegos o hijos de emigrantes. Algunos llegaron sin nada, si acaso con una maleta. Y como siempre, empezaron de cero. «Unos tienen empresas de construcción y hay siete restaurantes de ourensanos, pero cerrados», cuenta González. Ahora, sopesan cómo gestionar la recuperación de sus negocios.

En el Centro Orensano, que Miguel dirigió durante 15 años para retomar el cargo recientemente, hay 350 socios y un fuerte vínculo con su tierra. «El día 15 de marzo íbamos a hacer la Festa do Pote, con lacón y chorizos. No pudimos, y al final venían los vecinos a timbrarte a casa porque querían el producto», comenta. González se mantiene en contacto con la embajada y el consulado español por videoconferencia, pero apunta a la Casa Blanca: «La mayoría de casos empezaron en Nueva York y en el gobierno de Trump se tomaron esto como una broma».