Una gallega lidera un plan para tratar el ictus con trasplantes fecales en EE.UU.

Raúl Romar García
R. Romar REDACCIÓN / LA VOZ

ESTADOS UNIDOS

Unidos por la ciencia y el amor. La neurocientífica Sonia Villapol, con su marido Todd Treangen
Unidos por la ciencia y el amor. La neurocientífica Sonia Villapol, con su marido Todd Treangen

La introducción de bacterias sanas en el intestino previene el daño cerebral

08 ago 2019 . Actualizado a las 17:20 h.

«Todo ten que ver con todo». La reflexión puede parecer una obviedad, pero puesta en boca de Todd Treangen es el resumen de años de trabajo estudiando el genoma de minúsculos seres vivos hasta hace no mucho ignorados por la ciencia, pero cuya convivencia en el organismo humano influye en procesos insospechados y puede llegar a resultar determinante en el desarrollo de ciertas enfermedades. Cada vez hay más pruebas de la interrelación que existe entre los dos o tres kilos de bacterias que se acumulan en el organismo humano -cada una con su correspondiente ADN- y los mecanismos fisiológicos, una asociación que aún se desconoce. Pero todo está relacionado.

Microbiólogo, bioinformático, genetista y codirector del Centro de Informática de la Salud y Bioimagen en la Universidad de Maryland (EE. UU.), Treangen, que se expresa en un perfecto gallego, se enfrenta ahora al desafío de identificar la conexión que existe entre los microbios de la flora intestinal y el cerebro. Es un reto que asume en colaboración con su esposa, la neurocientífica gallega Sonia Villapol (Bretoña, Lugo), que ejerce como profesora en la Universidad de Georgetown, en Washington. Ambos lideran un proyecto financiado con 425.000 dólares por los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) de Estados Unidos, cuyo objetivo último pasa por reparar los daños cerebrales, como los producidos por un ictus, e incluso evitar la muerte de las neuronas. ¿Cómo? Equilibrando el ecosistema bacteriano alojado en las tripas mediante probióticos o incluso con trasplantes fecales de donantes sanos.

«Unha barriga contenta equivale a un cerebro contento», explica de forma gráfica Sonia Villapol. En cierto modo podría decirse que las bacterias del intestino hablan con el cerebro. Lo hacen mediante señales químicas, pero esta comunicación fluida y sana se ve alterada cuando intervienen los microbios dañinos. Es entonces cuando la microbiota, el mundo microscópico viviente refugiado en nuestro estómago, libera metabolitos que interfieren la comunicación y que pueden llegar al cerebro a través del nervio vago y afectar a muchas de sus funciones. Se cree incluso que estas proteínas defectuosas producidas por las bacterias pueden ser el origen de enfermedades neurodegenerativas como el párkinson y el alzhéimer, procesos que al igual que el ictus están relacionados con la neuroinflamación. 

Prevenir y corregir

Es un daño que se puede primero prevenir y luego corregir introduciendo en el organismo bacterias buenas que restauren el equilibrio perdido. Al menos es la propuesta del equipo formado por Troengen y Villapol. «A nosa hipótese -apunta la neurocientífica- é que, se restauramos con material de individuos sans, isto pode ter un efecto directo na recuperación e avanzar e facilitar a restauración do cerebro, porque evitamos que os microbios daniños do estómago existan e prevalezan aí e, por contra, fagan a súa acción beneficiosa as bacterias boas».

El primer paso del trabajo pasa por identificar cuáles son los microorganismos más adecuados para restablecer una comunicación positiva entre el cerebro y el intestino. Es una labor muy compleja, porque como reconoce Todd Treangen, todavía sabemos muy poco del universo microscópico alojado en nuestro organismo. «Aínda non sabemos cantas especies de bacterias hai, porque coñecidas e ben identificadas só temos unhas 400, que son moi poucas», advierte el científico, que participó en el proyecto Microbioma Humano. Para avanzar en el conocimiento también trabajarán con ratones que nacieron sin gérmenes de ningún tipo. «Queremos saber -dice Villapol- que pasa nestes ratos, como responden a un dano cerebral e que papel teñen as bacterias antes e despois da agresión».

Una píldora que sepa bien

Pero el objetivo final pasa por restablecer una adecuada flora intestinal a partir de un individuo sano como alternativa para la prevención y el tratamiento del ictus. «A parte última do proxecto é facer transplantes fecais», constata Sonia Villapol. Existe la opción de restaurar la comunidad microbiana mediante probióticos, que también se utilizarán, pero se considera que la donación de heces es la mejor opción. «É -señala- unha maneira máis directa e rápida de afrontar o problema e cunha eficacia maior». Aunque en el futuro tampoco se descarta que el trasplante se sustituya por una simple pastilla, que sería «unha pastilla deseñada para previr o ictus a partir das feces, pero que soubese ben». De momento, la opción más común en este tipo de tratamientos, ya empleados para tratar infecciones, es aplicar la microbiota fecal a través de una colonoscopia por el recto. Lo que cada vez está más claro es que el ictus no se repara solo en el cerebro.