
El entonces ministro cubano de Comercio Exterior accede a pagar la última factura a Fin de Siglo. Lo convenció Manuel Dopico Sisto, un gallego de O Seixo, sobrino de los fundadores, que suministraba géneros al establecimiento desde Nueva York
06 oct 2014 . Actualizado a las 09:34 h.El domingo 14 de junio de 1959, a las seis de la mañana, el timbre del teléfono despertó a Pepín Fernández, fundador y propietario de Galerías Preciados. Aunque ese mismo día nació su nieto José Miguel -futuro esposo de Simoneta Gómez-Acebo, sobrina del rey Juan Carlos-, la llamada no procedía de la clínica. El comerciante, asturiano de origen, empleado de El Encanto en sus años de emigrante, reconoció de inmediato la voz del periodista Antonio D. Olano:
-Don Pepín, tengo que pedirle un favor.
-Dígame, Olano.
-Una persona allegada a usted, venida de La Habana, necesita comprar en domingo. Es el Che Guevara.
-No se preocupe, Olano, les estarán esperando en los almacenes de Preciados dos dependientes.
El mítico guerrillero, que seis meses antes hacía su entrada triunfal en La Habana con las tropas de Fidel Castro, estaba de paso en Madrid, camino de El Cairo. Permaneció 24 horas en la capital española, acompañado por el periodista Antonio D. Olano y el fotógrafo César Lucas. En los almacenes de la calle Preciados, abiertos exclusivamente para él en día festivo, el Che adquirió material fotográfico, una máquina de escribir portátil, artículos de aseo y dos libros.
LA CONEXIÓN GALLEGA
Pepín Fernández y el Che Guevara se conocían de Cuba. La chaqueta de vinilo que luce el guerrillero en la famosa fotografía de Korda la adquirió en El Encanto, donde el asturiano hizo sus pinitos en el ramo comercial. Pero hay otro nexo, inédito hasta hoy, entre ambos personajes: la conexión gallega. El tercer hombre, protagonista de esta historia, se llama Manuel Dopico Sisto. Durante décadas, hasta que la revolución castrista expropió y nacionalizó la compañía que fundaron sus cuatro tíos, ejerció en Nueva York como jefe de compras de los almacenes Fin de Siglo. Desde una pequeña oficina emplazada en un rascacielos de Manhattan, con su mujer Marie en funciones de secretaria, era el encargado de abastecer con géneros estadounidenses las estanterías y escaparates de la selecta tienda habanera.
A finales de los años veinte, los tres hermanos Sisto Vázquez que fundaron Fin de Siglo -Antonio, Juan y Manuel- inician el retorno a su Galicia natal. El floreciente negocio queda en manos de Joaquín Sisto, el más joven de los hermanos. Ahora toca el turno a la segunda generación: su sobrino Manuel Dopico, uno de los dos hijos de Natalia -la hermana que nunca salió de Galicia-, será el elegido. Pero antes debe formarse. Con solo catorce años de edad, lo envían a Londres y allí, en un prestigioso colegio de Wallington, en el distrito de Sutton, estudia la carrera de comercio y aprende lengua inglesa. Cuatro años más tarde, exactamente el 16 de noviembre de 1927, Joaquín Sisto recibe a su sobrino en el puerto de La Habana y cinco días después Manuel Dopico comienza a trabajar de cañonero -chico para todo- en Fin de Siglo.
En enero de 1935, como consecuencia de la Gran Depresión y de la ley de nacionalización del trabajo promulgada dos años antes, Joaquín Sisto pierde el control de los grandes almacenes. Amado Grabiel Grabiel, un austríaco que hizo fortuna con el comercio de muebles -primero, en La Casa Americana y, después, en El Leader-, se convierte en presidente y principal accionista de Grabiel, Sisto y Compañía. Cambia la gerencia, su familia pierde peso, pero Manuel Dopico ya ha demostrado su valía y en 1937 es destinado a Nueva York.
ENTRE PEPÍN Y EL CHE
En el verano de 1949, el responsable de compras de Fin de Siglo, acompañado por su esposa y su hija, realiza un viaje por Europa. Visita a su familia en Galicia y se reencuentra con su madre en O Seixo (Mugardos). Ya en Madrid, en vísperas del regreso a Estados Unidos, Pepín Fernández, viejo amigo de aventura cubana, trata de retenerlo a su lado. Necesita un directivo de confianza y contrastada profesionalidad para desarrollar el proyecto de Galerías Preciados, aún en mantillas. Pero Dopico, fascinado por el país de acogida que le ha brindado oportunidades de promoción, rehúsa la oferta. Y regresa a Nueva York.
Allí, desde el corazón de Manhattan, sigue con lógica inquietud los acontecimientos que se desarrollan en Cuba. Triunfa la revolución y las grandes firmas comerciales se apresuran a saludar, con alborozo, a «los libertadores». Grabiel, Sisto y Compañía inserta grandes anuncios en la prensa cubana, donde, debajo del retrato de un barbudo guerrillero, expresa su «gratitud eterna a los héroes que nos libertaron». De poco les sirvió tal despliegue de entusiasmo revolucionario. El 13 de octubre de 1960, la ley 890, rubricada por el presidente Oswaldo Dorticós y el primer ministro Fidel Castro, expropia y nacionaliza las empresas industriales y comerciales de la isla. Entre ellas, Fin de Siglo, El Encanto y otras trece «tiendas por departamento».
Aparte de la pérdida de su empleo, Manuel Dopico afronta un problema adicional. Ha enviado a La Habana la última remesa de ropa de temporada y sus proveedores quieren cobrar en el plazo habitual de 90 días. Su palabra y su crédito comercial están en juego. Por eso no duda en echar mano de su fortuna privada, pero resulta insuficiente. Abrumado, toma una decisión temeraria y de incierto resultado: viaja a Cuba y se entrevista con Ernesto Che Guevara, a la sazón titular del Ministerio de Comercio Exterior. Y, contra todo pronóstico, obtiene del comandante una indemnización cuya cuantía no he podido determinar. Fin de Siglo puede cancelar así su deuda con los proveedores americanos. Cumplida la misión, Dopico cierra la oficina y, de inmediato, en la misma calle de Manhattan, encuentra nuevo empleo. Se lo ofrece el diseñador Oleg Cassini, el célebre estilista de Jacqueline Kennedy.