Perder el miedo a equivocarse lo llevó a dirigir un hotel de lujo en Sancti Petri

Patricia Calveiro Iglesias
Patricia Calveiro SANTIAGO / LA VOZ

ESPAÑA EMIGRACIÓN

IVÁN MORENO

Pablo Espiño dio muchas vueltas hasta empezar a formarse en el Centro Superior de Hostelería, donde encontró su gran vocación

12 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Una frase puede marcar e incluso cambiar una vida, que se lo digan sino a Pablo Espiño Díaz, quien se permitió dejar una carrera y buscar otras opciones con las que se sentía más realizado gracias a una buena lección magistral. «Yo me quería dedicar al periodismo deportivo, aunque tampoco lo tenía muy claro cuando hice el antiguo COU y la selectividad. Decidí quedarme en Lugo, haciendo Empresariales. Al segundo año, en una clase de apoyo, un profesor estaba comentando que a veces no se toman las decisiones correctas, y siempre estás a tiempo de rectificar», relata el lucense de 43 años, quien abrió los ojos en ese momento y perdió ese miedo a equivocarse que condena a muchos otros de por vida a una profesión insatisfactoria. Decidió buscar un trabajo y, «al primero que llamé, me cogieron, como mozo de almacén. Luego estuve repartiendo butano y haciendo un poco de todo», explica. Un amigo suyo (Armando, quien hoy es el dueño de la famosa arrocería Os Cachivaches) lo animó a conocer la escuela de Santiago en la que estudiaba por aquel entonces, el Centro Superior de Hostelería de Galicia. Y aquí es donde Pablo se enroló en una profesión en la que se ha ido abriendo camino paso a paso, hasta dirigir un hotel de lujo en Sancti Petri (Chiclana de la Frontera), reconocido como el Mejor hotel de playa de Europa o Mejor suite de hotel de España en los World Travel Awards.

Los dos últimos años de carrera en A Barcia, en el 2007 y 2008, hizo sus prácticas de Dirección Hostelera en Barceló Hoteles y desde entonces está ligado a esta cadena. «He ido dando saltos. De Ayamonte (Huelva) me fui al mayor resort de Europa, con 1.200 habitaciones, en Punta Umbría, que es como una mili de la hostelería, porque se juntaba un público vacacional, con el de congresos y el turismo internacional. Empecé de adjunto de dirección y acabé allí de subdirector. Estuve en el 2012 como subdirector en Marbella y en el 2013 entré como director del Barceló Estepona Thalasso & Spa, el mayor talaso de Andalucía. En el 2016 vuelvo a Huelva, a un hotel a pie de playa de Punta Umbría para dirigir un proyecto mucho más familiar, con 300 habitaciones y un punto más de calidad. En plena pandemia me vine a Conil (Cádiz) para abrir un adults only con Barceló y fue una experiencia muy bonita inaugurar un hotel y verlo crecer de cero, planificando desde la estructura del equipo hasta la oferta y llevándolo al top en la Costa de la Luz. En marzo de este año entré en el Royal Hideaway de Sancti Petri, que supuso un salto más en mi carrera, porque es el primer cinco estrellas que dirijo», destaca.

Aquí Pablo es el máximo responsable de un complejo que cuenta con 200 habitaciones, 90 apartamentos, 35.000 metros cuadrados de jardines tropicales con un lago que los divide, cinco piscinas exteriores y una interior, con el mayor espacio wellness de Andalucía, dos restaurantes (uno de ellos, con un dos estrellas Michelin a los mandos, Juanlu Fernández), un pub irlandés con bolera y discoteca dentro del hotel. «Royal Hideaway es la marca de lujo de Barceló, el buque insignia de la cadena, y aquí lo más complicado es la búsqueda de la excelencia. Para mí hay dos cosas fundamentales: la primera es que el cliente se sienta mimado tanto antes como durante y después de su estancia, que seamos capaces de que vuelva y que esto sea un must en su año y para sus vacaciones; y, en segundo lugar, somos guardianes de la privacidad porque hay que tener en cuenta que aquí vienen altos cargos de empresas y CEO que suelen vivir con bastante estrés y nuestra misión es que sean capaces de desconectar, pero también hay muchas caras conocidas como actores, músicos, periodistas y otras figuras muy reconocidas para los que la privacidad es fundamental cuando buscan relajarse».

¿Y qué consejo le daría al joven que empezó a estudiar en la escuela de A Barcia, sabiendo todo lo que sabe hoy? «Le diría que el esfuerzo merece la pena. La cultura del esfuerzo está muy bien y, cuando se lo trabaja, suele conseguir resultados... pero también hay que disfrutar del momento y ser conscientes de que la vida pasa», responde un padre de familia, con dos hijos (la mayor de 10 años y el menor de 6), que reconoce que ha tenido que hacer muchos sacrificios para conciliar la vida laboral y la familiar, contando con la complicidad de una pareja dispuesta a mudarse con él y dejar su trabajo para seguirlo a él cuando cambiaba de destino. «Esta carrera es muy vocacional. No son jornadas de 8 horas y 5 días semanales. Es un 24-7 y los 365 días del año conectado, siempre con el teléfono encima», constata. 

Pablo, como buen gallego, dice tener una morriña «por fascículos». Tras llevar 18 años en el sur, asegura que allí es muy feliz, «pero Galicia siempre está en mi corazón y las vacaciones de Navidad las solemos pasar allí, aprovechando que mi mujer es también de Lugo», apostilla. A lo que no renuncia es a la comida navideña con ambas familias y a una tradición casi obligada que tiene junto a su padre: la de comer juntos en un restaurante «muy enxebre» de Vaamonde donde él celebró su comunión de niño.

En cuanto a su vínculo con Santiago, Pablo explica que sigue teniendo aquí relación con antiguos compañeros de la escuela de hostelería, así como con el personal del propio centro de A Barcia. «Además, he hecho el Camino de Santiago con mi padre y cada vez que pueda, al subir, intentaré hacer alguna etapa», concluye.