Alberto Veiga: «Rediseñar el segundo museo de EE.UU. suena grande, pero mi mayor ilusión está aquí»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO DE COMPOSTELA

ESPAÑA EMIGRACIÓN

Alberto Veiga volvió este año a su ciudad para dar una charla en el Colexio de Arquitectos: «Ese día aproveché para recorrer sitios de mi infancia, como la plaza de San Martiño. La última foto con mis padres y mi hermano fue aquí»
Alberto Veiga volvió este año a su ciudad para dar una charla en el Colexio de Arquitectos: «Ese día aproveché para recorrer sitios de mi infancia, como la plaza de San Martiño. La última foto con mis padres y mi hermano fue aquí» Sandra Alonso

El arquitecto santiagués, ganador del premio Mies van der Rohe, despunta desde Barcelona con un estudio que desarrolla proyectos en países como Alemania, China o Dubái. Demuestra cómo la distancia avivó su apego local

27 mar 2022 . Actualizado a las 06:09 h.

Lleva tres décadas alejado de Santiago, pero confiesa que la distancia no afectó al apego por su ciudad. «Conforme pasan los años vuelves más a tus raíces. Yo me acuerdo perfectamente del recorrido que hacía desde el colegio, La Salle, hasta la casa de mi abuela, en la rúa da Troia. De niño jugaba en sitios que, ahora lo pienso, son privilegiados, como A Quintana. Creo que eso marcó mi paisaje mental», desliza ya en clave urbanística Alberto Veiga, el arquitecto de 48 años que despunta desde el 2004 en Barcelona con el estudio Barozzi/Veiga, del que han salido obras reconocidas y premiadas como los Museos de Bellas Artes de Lausana o Chur y la Escuela Superior de Danza de Zúrich -los tres en Suiza-, o la sede del Consejo Regulador Ribera del Duero, en Roa, Burgos, un proyecto hecho en piedra. «Al final cada uno llevamos nuestra mochila detrás», sostiene risueño. «La importancia que damos en la oficina a dignificar el espacio público me viene de lo que viví aquí, y de ese momento. En los 80 un niño podía ir solo por la calle», evoca, sin dejar de pensar en clave local. «Es normal que no se sepa que soy de aquí. Desde los 18 años estudié en Pamplona», razona.

«Nunca fui un arquitecto vocacional. Me enamoré luego de la profesión», añade sobre una carrera que empezó en un despacho en Navarra y continuó en otro en Sevilla, donde coincidió con el italiano Fabrizio Barozzi, con quien se decidió a montar algo propio en Barcelona. «Mi mujer trabajaba allí y nos parecía una ciudad atractiva para empezar», aclara sobre un emplazamiento en el que no tenían raíces. «Los concursos públicos se convirtieron en una necesidad y luego en nuestra manera de vivir. Eres un poco más libre al proponer, al arriesgar. Fuimos una oficina atípica, con gente de varios países y mirada abierta. Eso nos ayudó. El no conseguir muchas cosas en España nos obligó a buscarlas fuera, y a crecer», remarca sobre una trayectoria especializada en instalaciones culturales.

«Nos lanzamos a obras que no hubiéramos hecho sin un punto naíf de inconsciencia y optimismo. También fuimos pacientes. La construcción de la Filarmónica de Szczecin, en Polonia, duró ocho años», acentúa sobre un edificio que les valió en el 2016 el prestigioso Mies van der Rohe, premio de arquitectura contemporánea de la UE. «Le tengo cariño, sobre todo, por lo que viví allí con treinta y pico años. Cuando ya estaba en uso, fui varias veces a escuchar conciertos. Me gusta volver a las obras. Te sientes bien cuando logras transmitir algo con tu trabajo y ves a los demás a gusto», defiende ante una creciente notoriedad que, admite, derivó en anécdotas. «Lo más curioso nos pasó con un diseño para el Museo de Neandertal de Piloña, Asturias. Nos llamaron desde Los Ángeles para saber si podían usar una imagen en Blade Runner 2049, la segunda parte del clásico. Muchos jóvenes se dieron cuenta», resalta riendo.

Sobre la etapa actual avanza que harán su primera obra en Barcelona mientras prosiguen su proyección internacional, con inmuebles en Dubái, China o Estados Unidos, en localidades como Miami o Chicago, donde ampliarán el Instituto de Arte, un encargo que supone «un cambio de escala». «Creo que hay gente que se identifica con nuestra forma de ver las cosas, con edificios no neutros, con propuestas sencillas», reflexiona con humildad, tratando de relativizar. «Rediseñar el segundo museo de EE.UU. suena grande, pero mi mayor ilusión está aquí», añade poniendo el foco en Santiago, ciudad de la que valora el patrimonio que sumó en los últimos años y sobre la que resalta actuaciones como el parque de Bonaval.

«Desde Barcelona visito cada día la prensa para leer la actualidad local. Sigo las polémicas. ¡Me sé todo sobre la obra de Concheiros desde hace 12 meses! En el despacho bromean conmigo», confiesa divertido. «Creo que lo hago porque hasta que mis padres fallecieron eso me ligaba a ellos y a mi ciudad. Ahora no tengo familia directa aquí», explica mientras regresa a su profesión. «Al principio optamos en Santiago a dos concursos que no se concretaron. Trabajar aquí sería importante a nivel personal, me permitiría reconectar con el contexto en el que crecí», subraya. «Ese es mi reto, así como seguir de arquitecto otros 30 años más», termina sonriendo.