Gallegos en La Palma: «Serán unas Navidades apagadas»

Santiago Garrido Rial
S. G. Rial CARBALLO / LA VOZ

ESPAÑA EMIGRACIÓN

De izquierda a derecha, Maximino Faro, librero natural de Mondariz; Jorge Carreira, coruñés y entrenador de baloncesto; Junquera Piñeiro, hostelera de Carnota; y Félix Rodríguez, hostelero, hijo de un emigrante ordense
De izquierda a derecha, Maximino Faro, librero natural de Mondariz; Jorge Carreira, coruñés y entrenador de baloncesto; Junquera Piñeiro, hostelera de Carnota; y Félix Rodríguez, hostelero, hijo de un emigrante ordense S.G. Rial

Los residentes en la isla aguardan expectantes el fin definitivo de la erupción

24 dic 2021 . Actualizado a las 13:02 h.

El volcán de La Palma, que tanto ha dado que hablar y que ver en los últimos tres meses (cien días el próximo martes), y sobre todo que tanta destrucción deja bajo su lava solidificada, lleva nueve días parado, gases aparte. Pero habrá que esperar a mañana, nada menos que el día de Navidad, para que los científicos lo den por apagado. Aún queda mucho por hacer y esperar, pero al menos se acaba el año y la pesadilla que ha consumido la vida de miles de palmeros: 3.000 construcciones devastadas, siete mil personas trasladadas, 1.241 hectáreas cubiertas, 92 kilómetros de carreteras sepultadas, miles y miles de metros cúbicos de ceniza, una nueva porción de terreno español de 43 hectáreas donde antes había agua... Las cifras son tan extensas como el cono de 200 metros de alto donde el 19 de septiembre se veía una suave ladera en Cumbre Vieja, en El Paso, al lado de Los Llanos, a pocos metros de Tazacorte: los tres municipios afectados.

En este último vive Félix Rodríguez, hostelero, hijo de un veterano emigrante de Ordes que tiene la Casa del Mar en el puerto. «Serán unas Navidades apagadas», señala. Con doble sentido, pero cierto, porque no está el ambiente para mucha alegría, más allá de la evidente del fin de la erupción. «Hay mucha incertidumbre, por ejemplo con las ayudas», dice. Y el covid se ha disparado. En la isla casi pasó por alto en los momentos duros en la Península, pero ahora ha llegado con fuerza. «Hay más casos que nunca», explica. Los turistas han bajado, bastantes vuelos internacionales directos se han cancelado, y eso lo notan muchos negocios. Zonas residenciales siguen bajo la ceniza, las nuevas viviendas tardan... Hay malestar y la semana que viene está convocada una manifestación. Junquera Piñeiro, de O Pindo, por el padre, y O Ézaro, por la madre, que lleva 24 años en la isla y se dedica a la hostelería, cree que «acabou o volcán, pero non os problemas». Coincide con Félix: se une la incidencia de la erupción a la del coronavirus, algo que afecta especialmente a residentes como ella, que se dedican a la hostelería. Dentro de lo malo, no ha perdido su casa, pero una colada quedó muy cerca. Y el acceso está cortado, salvo que dé la vuelta a la isla. Ha habido muchas ayudas, pero faltan otras. Ella ha recibido numerosas muestras de solidaridad y preocupación desde Galicia, adonde viajó hace un par de meses, pero estos días seguirá en La Palma.

Jorge Carreira, coruñés, entrenador del CB Aridane de baloncesto femenino, en Los Llanos, pasa las vacaciones navideñas en casa y regresará el 4 de enero. Obviamente, no le preguntan otra cosa. «Espero que a la vuelta todo esté bien», dice, pero sabe que del todo es imposible, porque hay mucho que hacer. «El posvolcán también nos va a afectar mucho»: carreteras nuevas, casas, realojos... No va ser cosa de semanas. Además, es cauto: «Nadie se atreve a decir que ha parado del todo. Parece que sí, pero ya hubo otras veces que paraba y volvía». Ya a nivel profesional, han cambiado o anulado vuelos y eso les perjudica para moverse en las competiciones, una de las centenares de pequeñas y grandes derivadas que la erupción ha provocado en las vidas de miles de personas.

Miguel Puga, policía carballés que ha estado en labores de control junto a la zona de exclusión, pasa unos días en su tierra. Sabe que muchos palmeros temen una reactivación, pero espera que no ocurra. Y destaca que la ola de solidaridad con los afectados sigue muy activa, todo un ejemplo de ayuda mutua entre los isleños.

Maximino Faro Cabirta, librero de Gargamala, en Mondariz, 30 años en la isla, dice que el fin del volcán se vive con emoción. «Xa podemos pensar nun mañá, cambiounos a cara a todos. Xa se sorrí. Era un senvivir», dice. Juan Salvadores, agente forestal coruñés, 36 años en la isla, advierte de reconstruir en las zonas afectadas: «en años puede volver a pasar lo mismo».