Enrique Mejuto González: «En mi casa se hablaba gallego»

ESPAÑA EMIGRACIÓN

Recibió alguna bofetada, un príncipe saudí lo llevó a palacio y mantiene el récord de internacionalidades como árbitro español

27 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Manuel Enrique Mejuto González (Langreo, 1965) guarda en la maleta el récord de partidos internacionales de un colegiado español. Entre ellos, la final de Champions que el Liverpool de Benítez ganó al Milan. Debutó en Primera con 29 años en un partido del Compostela en Valladolid. Pasó más de 15 en la élite. Hoy, este cartero rural en excedencia e hijo de gallegos, trabaja como delegado de campo del Getafe. Pero se sigue sintiendo árbitro.

—¿Lo suyo nació como vocación?

—El profesor de educación física organizó un torneo de fútbol sala. Necesitaba árbitros y propuso un cursillo optativo. «Quique, tú no vas voluntario, tú vas obligado», me dijo. Yo le repliqué que no, que quería jugar. Aún hoy, cuando lo veo, le pregunto por qué me hizo aquello. Su respuesta es que era más maduro y los demás me respetaban.

—No me dirá que un lance del colegio decidió su vida.

—El presidente del comité de árbitros era vecino mío. Se enteró y me llevó a la delegación. Tenía 14 años y el más joven allí, 35. Así empecé. Llegaba a los campos y escuchaba: «Hoy arbitra Quiquín». Eran unos barrizales, a veces los niños ni llegaban a la portería y te duchabas con agua fría.

—Una gran escuela.

—Mis mejores recuerdos están ahí, más que en lo que vino después. Un día llegué a pitar a Cabranes y había una oveja en el campo. Les pedí que la retiraran, que no podía estar en el césped mientras se jugaba. Me dijeron que la gente tenía que verla porque la rifaban al descanso.

—¿Lo ha pasado mal alguna vez?

—Una, pitando en Podes, cerca de Avilés, un partido de regional. Jugaba en el mismo equipo un padre, que era directivo, con su hijo. El padre me dijo que no tenía narices a echarlo. Lo expulsé y me dio un guantazo.

—Sus padres habrán sufrido.

—Mi padre murió cuando tenía cinco meses. Mi ídolo es mi madre,debió sudar lo indecible para sacarnos adelante. Tuve que trabajar muy pronto. El arbitraje no era una profesión, no tiene nada que ver con lo de ahora. Fui auxiliar administrativo en una empresa lechera, luego trabajé en montaje. Preparé una oposición de Correos y acabé como cartero rural en Mieres. Le llevaba la compra a los paisanos, me pedían que cogiera fruta de los árboles... cuando llegaba, salían los chavalillos a pedirme pins de los equipos a los que arbitraba.

—¿Qué tiene de gallego?

—Galicia es mi tierra. Mi madre es de Reboredo, una parroquia de Sobrado dos Monxes, y mi padre era de Dormeá, en Boimorto. En cuanto acababa el colegio, cogíamos el autobús y nos íbamos a la aldea hasta septiembre. No era de visita. En mi casa se hablaba gallego. Iba con mi abuelo a las ferias de ganado a comprar la carne. Recuerdo cuando en la aldea todavía no teníamos luz. Entraba entre las vacas para poder llegar a la cocina y subir a la habitación. A veces mi madre me llevaba a A Coruña. Cuando pasábamos por Riazor pensaba: «Qué bonito debe ser jugar ahí». Y mira tú luego.

—¿Lo echa de menos?

—Hubiese seguido un tiempo más. Ahora, con el VAR, el árbitro vive más tranquilo entre semana. En mi época cada vez que pitabas un Barça-Madrid, y cometías algún error, la presión seguía cuando ibas a trabajar el lunes, el martes... Siempre digo que fui feliz e hice amigos a pesar de ser árbitro.

—Cuántas veces habrá escuchado lo de «¡Rafa, no me jodas!. Penalti y expulsión»...

—Ese día (durante un Zaragoza-Barcelona en 1996) inauguraban la parabólica aquella que recogía el sonido ambiente. No sabía ni lo que había dicho en la vorágine de la situación. Trascendió y se le dio mucha importancia. No me gusta hablar de ello, lo pasé mal. Al día siguiente tenía a los medios en la puerta de mi casa. Se vio que el árbitro también sufre para tomar decisiones.

—Pitó en las Eurocopas del 2004 y el 2008 pero no en el Mundial de Alemania del 2006. ¿Le dolió aquello?

—Si le dijera que no, le mentiría. Fue muy duro. Había hecho las mejores pruebas de todos. Ese año pusieran una norma, que luego sacaron, en la que si los asistentes no las superaban, el árbitro principal tampoco iba. Uno de los míos no las pasó. Nunca llegué a entenderlo. Pagué los platos rotos. Me tocó así.

—Pudo ir también al de Sudáfrica, en el 2010.

—Estaba en la lista y al final hubo cambios por intereses y las formas no fueron las mejores. Da igual, prefiero morderme la lengua. Ya no soluciona nada.

—Era además el año de su obligada retirada.

—Esa temporada que tenía que dejarlo, un fisio de la federación me preguntó si me importaba que viniera una persona a cenar con nosotros después de un partido. Pitábamos en Madrid pero no al Real. Era Iker Casillas. «¿Tú recuerdas el primer partido que me arbitraste?», me dijo. No me acordaba. «Era un chavalín y acababa de debutar. Nos pitaste un penalti en contra, salí a protestar y pensé que me ibas a echar. Me dijiste: ‘Iker, tengo que decidir en un segundo y me puedo equivocar pero yo creo que fue penalti'. Me volví a la portería sin saber ni qué decir. Ahí me ganaste». No me puedo quejar de lo que me llevé.

—De tanto partido internacional se habrá traído alguna anécdota.

—Fui a Arabia Saudí a pitar una Copa del Príncipe. Cuando llegué me advirtieron de que cuando viniera el príncipe había que detener el partido, fuera el minuto que fuera, para que sonara el himno nacional. «¿Pero cómo voy a parar el partido», les dije. «Sí, aquí es así». Tuvo la gentileza de llegar justo en el descanso. Al acabar nos pusieron un arco de seguridad y tuvimos que ir al palco a saludarlo. Le regalé las tarjetas, le hizo gracia y me invitó al palacio a cenar. Iba con David Fernández Borbalán, que era el cuarto árbitro. Nos dieron una especie de cuajada, a él le supo mal y la tiró detrás de una planta. Cuando el príncipe preguntó si nos había gustado le dije que especialmente a David le había encantado. Le echaron otra vez y se la tuvo que tomar.

—No sé si fue casualidad, pero debutó en un partido del Compos y se retiró con uno del Deportivo en San Mamés.

—Ese partido lo pedí yo. Había muchos condicionantes: no había nada en juego, se despedía también Etxeberría, era el Dépor y mis tíos gallegos estaban allí. Comimos todos juntos, éramos unos 30. Cuando acabó y llegué al vestuario estaba esperándome en la caseta mi hijo Martín, que nunca antes había venido a un partido mío, y me emocioné.