Acento estradense en el Cádiz histórico

Rocío García Martínez
rocío garcía A ESTRADA / LA VOZ

ESPAÑA EMIGRACIÓN

r. g.

El bar más antiguo de la capital gaditana abrió sus puertas en 1791 y está regentado desde los años setenta por una familia procedente de Ancorados

05 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Si un estradense se pasea por el Cádiz histórico y por fortuna entra a tomarse un vino en La Antigua Parra del Veedor, será doblemente afortunado. No solo visitará el bar más antiguo de la ciudad, que fue inaugurado en 1791 y mantiene casi intacta la decoración de los años sesenta del siglo pasado. Además podrá saludar a Cristina y a Natalia, dos gaditanas con sangre gallega que conocen desde dentro la historia de la emigración estradense a Cádiz y su papel decisivo en el próspero negocio de las freidurías.

«Cuando mi padre se vino aquí a Cádiz, siendo casi un niño, existían muchas freidurías impulsadas por gallegos. Eran casi como ahora los Mc Donald's. Mucha gente de A Estrada se había venido a trabajar aquí y muchos montaron freidurías y luego se traían a trabajar a sus familiares y conocidos», cuenta Natalia Bernárdez. «No deja de ser llamativo que un negocio que tiene el pescado como base fuese impulsado por gente del interior, porque yo supongo que mi padre el mar lo vería por primera vez cuando vino a Cádiz. Antes no se viajaba cuando se quería», explica Natalia. «Aún hoy los tres freidores más típicos de Cádiz -el del Veedor, el freidor Europa y el freidor Las Flores- son de familias estradenses», cuenta la gaditana orgullosa de sus raíces.

El abuelo paterno de Cristina y Natalia era natural de Santo Tomás de Ancorados. Se llamaba Severino Bernárdez y, como muchos estradenses de su época, fue a buscarse la vida al sur. «Pasaba un año en Cádiz, luego se iba una temporada a Galicia y después volvía de nuevo», cuenta Natalia. Entre idas y venidas, el abuelo Severino y la abuela Amparo tuvieron cuatro hijas y un hijo. El único varón, José Bernárdez Bernárdez, se fue a buscarse la vida con su padre con solo 12 años. Corría el año 1958 y lo único que sabía seguro el pequeño Pepe es que por delante tenía un viaje de tres días a bordo de una paquetera americana en compañía de su padrino. No importaba. El sueño de Pepe tenía forma de mostrador y olor a pescado frito. Llevaba por nombre Pantaleón, el bar-freiduría que regentaba su padre en San Fernando.

Pepe se pasó unos años a camino entre el freidor de la isla y el gaditano de la Plaza de la Cruz Verde, donde conoció a la que años después sería su mujer. Pepe trabajaba a destajo, pero entre jornada y jornada encontró tiempo para enamorarse de una niña del barrio. Morena y gaditana de pura cepa. Así fue como Manoli Rodríguez Rodríguez y José Bernárdez Bernárdez llegaron al altar y así fue como el estradense se quedó enganchado al sur para siempre.

Sobraban freidores en Cádiz, así que Pepe aún pasó por unos cuantos más antes de hacerse propietario de La Antigua Parra del Veedor, con la que tuvo su primer contacto en 1963.

José Bernárdez empezó durmiendo en un altillo del bar con una docena de empleados más

José Bernárdez aterrizó en La Antigua Parra del Veedor, en el cruce entre las calles Veedor y Plata, en 1963. Allí se fue a trabajar con un primo de su padre, Manolo Rey. Entonces el negocio constaba de bar y freiduría y sumaba unos doce empleados que, al acabar las maratonianas jornadas, dormían en un altillo del bar. Aún hoy se conserva aquella habitación de madera que fue dormitorio colectivo de muchos jóvenes humildes con ansias de prosperar.

Tanto esfuerzo valió la pena. Poco antes de la muerte de Franco, Pepe logró el traspaso del bar de la Parra, que regentó hasta su jubilación manteniendo una autenticidad fraguada durante siglos que hace de este local un lugar irrepetible.

Con la jubilación de Pepe, la familia tuvo que tomar decisiones. Natalia y Cristina estaban estudiando, así que Pepe planteó la venta o el alquiler del bar. «Nos dio tanta pena que nos replanteamos nuestro futuro», confiesa Natalia. Ella y su hermana se habían criado en el mítico bar del barrio del Mentidero. Habían servido muchas tapas para echar una mano a sus padres y se habían ganado a pulso el sobrenombre de «las niñas de la Parra». Conocían a los clientes por su nombre y sabían que, sin la Parra, perderían un pedacito de su historia. Por eso casi no dudaron en dejar a un lado la enfermería y la psicología y en coger a dúo las riendas del bar. De eso hace ya veinte años y las hermanas no se arrepienten. Sus sabrosas tapas y sus sonrisas sinceras siguen convirtiendo cada día La Antigua Parra del Veedor en un hogar para todo el que tiene la fortuna de cruzar su puerta.