Gallega, esrilanquesa y catalana

Paola rodríguez Blanco

ESPAÑA EMIGRACIÓN

En primera persona | «Han pasado los años y todavía siento ese subidón adolescente al escuchar a Loquillo y mirar al mar», escribe Paola Rodríguez Blanco

26 nov 2022 . Actualizado a las 22:21 h.

Uno es de donde nace, de donde pace y de donde se siente querido. Yo me siento gallega, srilankesa y algo catalana. Nací en A Coruña, me crié en Carballo, descubrí el mundo en California, me formé como periodista en Salamanca, trabajé en la tele en Santiago, encontré el amor en Estambul, un marido y dos hijos en Barcelona y he dejado parte de mi alma en Sri Lanka. En una frase quién soy.

Pasé mi infancia en Bergantiños: inviernos en Carballo, veranos en Malpica y muchas tardes de viernes en los trolebuses a A Coruña para ver a mis abuelos.

Me gustaba mi pueblo pero necesitaba saber que había mundo más allá de Bértoa. A los 16 años, cuando tuve moto, solía ir a Razo en invierno para ver el mar y escuchar a Loquillo en un walkman; cuando el rockero decía «siempre quise ir a LA, dejar un día esta ciudad, cruzar el mar en tu compañía» yo tenía claro que haría lo mismo.

Ahí empecé a pensar como Egeria, la monja gallega del siglo IV que se convirtió en la primera cronista de la historia: recorría el mundo a lomos de un burro y escribía lo que veía. Ella decía “como soy tan curiosa, quiero verlo todo”. Y yo también.

Pasados los años, aún siento el subidón adolescente al escuchar a Loquillo, al mirar el mar y continúo pensando como la monja Egeria.

Soy afortunada porque he ido recorriendo mundo. Tras el bachillerato en el Instituto Alfredo Brañas, mis padres me enviaron a estudiar COU a California. Al llegar a Los Ángeles todo era nuevo y aunque no era oro todo lo que relucía, la experiencia fue más que positiva.

Pasó el tiempo, formé una familia y hace 10 años, y con un bebé de meses nos mudamos a Gaziantep, una población turca en la frontera con Siria. Aunque nuestras familias nos tomaron por locos, no lo dudamos. Así conocimos Anatolia, la Turquía profunda, y sobre todo Siria. Cada viernes viajábamos en coche a Alepo, la ciudad milenaria convertida en escombros por el absurdo de la guerra. No fue fácil: aunque superábamos los 40 grados en verano, me acostumbré a ir cubierta, a comer kebab picante, a regatear en los mercados, a chapurrear en turco y a caminar un paso por detrás de los hombres si era necesario. No tengo ningún trauma, es más, ante lo desconocido nunca falla el refrán gallego «Na terra dos lobos has de ouvear coma todos». Fuimos muy felices y se nos parte el alma al ver cómo Gaziantep es hoy refugio de terroristas y en Siria se siguen matando inocentes, entre ellos muchos niños, mientras el resto del mundo mira para otro lado.

Abrir la mente, respetar

La experiencia en Turquía me sirvió para abrir la mente, respetar al que piensa distinto y sobre todo, darme cuenta de que un día se vive en paz y al siguiente se amanece en guerra. Sabio aprendizaje para los tiempos que corren.

Durante este último año tuvimos la inmensa suerte de residir en Sri Lanka: una isla próxima a India, bañada por el Índico, repleta de elefantes, especias, vegetación salvaje, playas infinitas y gente buena.

Nos encantaba vivir allí por la alegría de la gente, los pitidos de los tuctucs, los olores a comida, la brisa del Índico al atardecer, los sonidos de los pájaros, los cantos de los monjes y la eterna sonrisa de los niños. Hicimos grandes amigos budistas, hindúes y musulmanes. Nos acostumbramos a ser felices con lo más simple, nos olvidamos de comer carne a diario y empezamos a apreciar el curry, el arroz, la papaya, el agua de coco y el parata, un pan delicioso con coco y cebolla.

Mis hijos comenzaron a estudiar cingalés en la escuela y mientras, yo me dedicaba a conocer mercados, callejuelas, descubrir pequeñas iglesias, templos hindúes con sus imágenes de colores o estupas budistas escondidas a lo largo de la ciudad. Y en todos estos templos, había fieles felices, sonriendo, respetando al que le rezaba a un Dios distinto.

Lo que más nos sorprende de Sri Lanka es el respeto hacia el que piensa distinto, a pesar de haber vivido recientemente una guerra civil y de haberse matado entre vecinos. Es un país con una convivencia ejemplar entre budistas, hindúes, musulmanes y cristianos. Sin embargo, los atentados del Domingo de Pascua, rompieron esa armonía temporalmente.

Ese día no estaba para nosotros, pero nos sentimos atacados en lo más hondo. Pusieron bombas en las iglesias, entre otras en San Antonio, el templo más bonito de la ciudad. Sembraron el pánico en los hoteles donde nosotros solíamos ir los domingos para pasar el día entre amigos. Se llevaron por delante la vida de más de 250 personas y acabaron con la tranquilidad de la isla. Desde entonces ya nada es igual que antes, pero con fortaleza, voluntad y unidad, nuestro paraíso del Índico va saliendo adelante.

Hoy, de vuelta en Barcelona, lo veo todo con perspectiva y me siento agradecida con la vida por esta experiencia a 9000 km de distancia de casa. Sentimos que hemos echado raíces en Sri Lanka y antes o después, si se permite, regresaremos.

En definitiva, mi vida hubiese sido de otra manera si yo hubiese sido distinta. Si no tuviese ansias de volar, posiblemente viviría más tranquila, pero no cambio la vida que llevo por nada del mundo. Estas experiencias vividas me han enseñado a ser tolerante y a valorar al máximo el día a día.

Y en todo esto, pesan mis raíces: me siento orgullosa de la educación que me dan mis padres, de mis orígenes en Carballo y de la familia viajera que he creado.

Mis ansias por ver mundo no han cesado, pero necesito volver al origen al menos una vez al año, aunque sea para cargar pilas, para comer la comida de mi madre, charlar con mi padre en las terrazas de la calle Coruña, reencontrarme con mi hermana (otra que también salió viajera), ver a mi tía Lola, o ponerme al día con mis primas.

Sé muy bien de dónde vengo y no siempre sé a dónde voy, pero tampoco pretendo saberlo. Como decía al principio, uno es de donde nace, de donde pace y de donde se siente querido: yo soy de Carballo y de otros muchos sitios.