Los hijos de Bilbao veranean en Monterroso

Lorena García Calvo
lorena garcía calvo MONTERROSO / LA VOZ

ESPAÑA EMIGRACIÓN

Carlos Castro

Agosto es el mes por excelencia en el que emigrantes y sus descendientes curan la morriña

04 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La historia de María José Blanco Gavieiro es la de muchos. La de una hija de emigrantes de Monterroso que nació en Bilbao pero que cada año, puntualmente, regresa a la tierra de la que partieron sus padres y que, de alguna manera, también considera suya. Cada año, cuando llega el verano, el municipio de A Ulloa multiplica su población. Durante décadas muchos monterrosinos hicieron las maletas para buscarse las habichuelas lejos de su hogar, y Bilbao y también Barcelona fueron sus principales destinos.

Ahora, emigrantes que en su momento hicieron el camino de ida, recorren cada año el de vuelta para reencontrarse con sus orígenes. También lo hacen sus hijos. Incluso sus nietos. Volver, aunque sea una vez al año, se ha convertido en un hilo conductor de sus vidas. «Los recuerdos de la infancia me traen a Monterroso, sin duda. Pasábamos tres meses en verano aquí, y no estábamos al margen de nada. Tenía amigas en la aldea que tenían ganado, que tenían casa de labranza; y estábamos con ellas, recogíamos las patatas, cortábamos el trigo, íbamos con las vacas. Hacíamos todos lo trabajos del verano y eso son recuerdos que me vinculan con Galicia», cuenta María José.

La madre de María José nació en Monterroso, y su padre, en O Pino. Ella vino al mundo en Baracaldo, pero desde cría su oído se habituó a escuchar hablar en gallego a sus padres y a sus tíos. A ella el acento vasco la delata, y cuenta entre risas que aunque lo entiende, no se atreve con el gallego. Le da vergüenza no hablarlo correctamente. Pero eso no impide que se sienta una más cuando está en Galicia.

«No sé qué tiene esto que nos atrae tanto; quizás porque parece mentira, pero a pesar de haber nacido allí, mis padres y mis tíos siempre hablaban gallego y las cosas de Galicia les tiraban mucho. Lo hemos vivido desde pequeños. Sobre sentimientos no se puede explicar uno; pero es que cuando estoy aquí, me siento plenamente integrada, yo me siento gallega también», concluye.

Tanto en las aldeas como en el pueblo de Monterroso la historia se repetía año tras año. Al acabar el colegio, los hijos de los que un día emigraron, o ya los nietos en algún caso, se encaminaban hacia la tierra de sus ancestros para vivir durante un par de meses toda una inmersión en A Ulloa. «Cuando era pequeña, mi abuela también estaba en Bilbao, y cuando acababa el cole, nos veníamos las dos», recuerda María José. Comenzaban los días de juegos, fiestas y horas en familia. Con los que se habían quedado aquí y también con los que, como ella, regresaban durante unas semanas para curarse una morriña forjada durante sucesivos veranos en A Ulloa y alimentada durante los meses de invierno en el País Vasco.

Deshacer el camino

Aunque a lo largo de un año María José puede echar menos de un mes en Monterroso, se la ve perfectamente integrada, saludando a diestro y siniestro. Recordando anécdotas y poniéndose al día. «Es que estoy totalmente acostumbrada», explica. Además, en el caso de su familia varios de sus parientes hicieron el camino inverso. «Primos que nacieron en Bilbao han ido viniendo, buscando trabajo y aquí se han quedado. Entonces, estos días estamos la familia completa».

Aunque María José ha hecho toda su vida en el País Vasco, reconoce que es muy posible que en el futuro recoja las maletas y ponga dirección a Monterroso, pero de manera definitiva. Se ve regresando a vivir al que un día fue el hogar de su familia. «Seguramente, cuando me jubile, me venga, me veo viviendo aquí», dice sin lugar para la duda.

Por el momento se tiene que conformar con pasarse un par de semanas en verano, algunos días en Semana Santa y algún que otro puente. «Ahora, por trabajo, no puedo venirme el mes entero y noto que me falta algo», concede. Pero ese mes lo aprovecha. Disfruta con su gente, va a las fiestas de los pueblos de alrededor y recuerda historias que fueron comunes a muchos emigrantes y descendientes de emigrantes. Porque en los meses de verano en Monterroso se escucha en cada esquina eso de agur.