Salvador Dalí consultó a la luna y le anunció la llegada de unos gallegos que le llevarían mucho dinero. Y entonces llamaron a la puerta los hijos de José Regojo, dueño de un imperio textil con sede en Redondela, y sacaron un fajo de 125.000 pesetas

22 sep 2014 . Actualizado a las 09:34 h.

El acuerdo resultó fructífero para ambas partes. Durante más de una década, Regojo vendió camisas Dalí a porrillo y el pintor, que apareció repetidamente en televisión y en prensa proclamando las excelencias de «su» tejido, se embolsó varios millones de pesetas. Algún año, más de un millón de prendas salieron de la fábrica de Redondela, envueltas en la enorme popularidad del artista -su fama, se decía, sobrepasaba a la de Sofía Loren en la propia Italia-, camino de las tiendas españolas y extranjeras.

Para Salvador Dalí, a quien le encantaba la publicidad en todas sus formas -«pues soy un exhibicionista», aclaraba-, el acuerdo con Regojo le abrió la puerta a una ristra de golosos contratos. Grandes firmas internacionales de la moda, del automóvil o de artículos de lujo utilizaron su mostacho como reclamo, especialmente en los años sesenta del siglo pasado.

El genial artista protagonizó anuncios televisivos de los chocolates franceses Lanvin, del famoso antiácido Alka-Seltzer de la casa Bayer, del brandy Veterano de las bodegas Osborne o del exquisito hotel Saint-Regis de Nueva York. Creó obras de arte sobre los pantys Bryans, publicadas en prestigiosas revistas de moda como Vogue o Harper?s Bazaar, y burbujas surrealistas para albergar los automóviles Dapsun, de la compañía japonesa Nissan. Rediseñó, en menos de una hora de trabajo, el logotipo de Chupa Chups que dio la vuelta al mundo. Y cuando las aerolíneas Braniff se propusieron presumir de pasajeros ilustres -«Si tú puedes, ¡alardea de ello!», decía su eslogan-, Dalí fue uno de los elegidos, en compañía de Andy Warhol, el boxeador Sonny Liston o el jugador de béisbol Whitey Ford.

En su papel de publicista, Dalí ganó mucho dinero y se lo hizo ganar a las firmas que utilizaron su nombre, su imagen y su arte para seducir a la clientela. Lo dejó entrever el artista, años después de firmar el contrato con Regojo: «Si bien es cierto que amo la publicidad, por mil y un motivos, todos ellos respetables, es innegable que la publicidad me ama a mí con una pasión aún más violenta que la mía».

CAMISAS INARRUGABLES

Las camisas Dalí, que se jactaban de conferir elegancia a los hombres y de «chiflar» a las mujeres, aportaban características innovadoras en la época. No necesitaban plancha, como explicaba su fabricante, José Regojo Rodríguez, en El Pueblo Gallego: «Hemos contratado una patente alemana y gracias a esto logramos un tejido a base de poliéster y algodón, en el que no solo es inarrugable el poliéster, sino también el algodón, cosa que tampoco se había conseguido hasta el momento».

Tampoco se fruncían en los cosidos, al ser elaboradas mediante el método denominado «línea vertical», inventado por los suecos, que consistía en cortar el género con troquel en vez de hacerlo con sierra. Podían lavarse con cualquier detergente y admitían la lejía. Se fabricaban varios modelos, en tejidos lisos, a cuadros o rayas, y en toda la gama de colores. Desconozco su precio de venta al público, pero una camisa costaba, en los primeros compases del desarrollismo de los años sesenta, entre 100 y 150 pesetas. El precio del kilo de pan ascendía en esa época a 7,50 pesetas, un traje de calidad salía por unas 1.500 y el periódico se vendía en el quiosco a 1,50. Con 65.000 pesetas podía comprarse un Seat 600 nuevo y con poco más de cien mil, un piso de 90 metros en un barrio aceptable. El salario medio de un trabajador se movía en el entorno de las 40 pesetas por día.

EL FABRICANTE

Regojo intentaba por esos años frenar el declive de su complejo industrial, con capital en Redondela y un segundo enclave productivo en Zamora. La liberalización de la economía española tras el Plan de Estabilización de 1959, que propició la entrada de la competencia extranjera, abrió grietas en el emporio. Cuando el emprendedor llamó a la puerta de Cadaqués, para contratar al estrambótico artista, las ventas -camisas modelos Gales o Wilson, blusas femeninas y otras prendas de confección- disminuían y la fábrica principal solo trabajaba tres días por semana.

Atrás quedaban los tiempos gloriosos. Los tres años de Guerra Civil, cuando las industrias Regojo suministraban uniformes, camisas, boinas, calzones, sábanas, mantas y todo tipo de equipamiento textil al ejército franquista, además de productos de cuero como botas, cartucheras o cinturones. Y la expansión durante el período de autarquía, después de culminar con éxito el tránsito de una economía de guerra a la producción de carácter civil. A mediados de siglo, Regojo daba ocupación a cerca de 6.000 trabajadores, fabricaba hasta un millón de camisas al año y, con El Corte Inglés y Cortefiel, completaba el gran triunvirato del ramo de la confección en España.

El forjador del imperio, José Regojo Rodríguez, había nacido por casualidad en Galicia. Su padre, un zamorano dedicado al comercio ambulante de encajes y puntillas, decidió sentar cabeza al contraer matrimonio y se estableció en Pontevedra por un breve período de tiempo. Allí abrió los ojos, en 1900, el futuro emprendedor. Veintisiete años después, una joven de Redondela, Rita Otero -hermana del ginecólogo, catedrático y socialista Alejandro Otero-, lo arranca de Lisboa y José Regojo redescubre su tierra natal. Y en ella siembra el que sería el gran precedente de la todopoderosa Inditex de nuestros días.

El suero que le inyectó Dalí prolongó la vida del imperio Regojo. Pero el grupo estaba herido de muerte. En 1969 presenta un expediente de crisis e inicia una lenta agonía. Los trabajadores fracasan en su intento de reflotarlo, bajo la razón social de Telanosa, y en 1987 se hunde definitivamente. Su fundador, rodeado por el cariño de todos los redondelanos, muere en 1993. Cuatro años antes había desaparecido Salvador Dalí.

Dos anuncios de las camisas Dalí publicados en los años 60 del siglo pasado | archivo

Dos anuncios de las camisas Dalí publicados en los años 60 del siglo pasado | archivo

José Regojo, en su juventud, y Salvador Dalí, que le cedió nombre e imagen para promocionar sus productos textiles | archivo