Empanadas hechas «a la vieja usanza» en Ponte Caldelas para servirse a cientos de kilómetros

Nieves D. Amil
nieves d. amil PONTEVEDRA / LA VOZ

INTERNACIONALIZACIÓN

Miguel Ferreira, con una de las empanadas que elaboran en O Pan de San Antonio, en Ponte Caldelas
Miguel Ferreira, con una de las empanadas que elaboran en O Pan de San Antonio, en Ponte Caldelas CAPOTILLO

Del horno familiar de los hermanos Ferreira salen cada año cerca de dos mil unidades que se venden por todo el país: «El secreto está en la cebolla»

05 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Miguel, Francisco y María Ferreira Lorenzo crecieron en un horno de pan, fueron forjando su vida entre harina y agua, echando una mano, como tantos otros a un negocio familiar que era el sustento de todos. Ayudaban en la preparación o se encargaban del reparto, el caso era apoyar a sus padres que desde muy jóvenes sacaron adelante la panadería, hoy conocida como O pan de San Antonio, por la devoción de la familia hacia este santo.

Arrancaron primero en Marín, junto a otro socio, y poco después en Ponte Caldelas, su pueblo natal, para evitar hacer cada día un desplazamiento que hacía difícil conciliar. Eran todavía esos primeros años de la década de los ochenta y aprovecharon la bonanza que se vivió entre los noventa y la llegada del nuevo milenio para convertir su negocio en un lugar de culto para los caldelanos. «Fue la época dorada de las panaderías», recuerda su hijo Miguel, sentado en el despacho de pan que tienen ahora en el centro de Ponte Caldelas.

Sus tres hijos cogieron el relevo poco después. A sus padres le había llegado la hora de descansar y ellos no querían dejar escapar un negocio que sentían como su casa. Aparcaron sus carreras y se pusieron la chaquetilla de panaderos. Miguel y María se habían licenciado en Actividad Física y del Deporte y Derecho económico, respectivamente, pero dieron un paso al frente junto a su hermano Francisco, que al acabar el colegio ya tuvo claro que lo suyo era la panadería.

Entre los tres la profesionalizaron aún más y se fijaron una meta: exportar empanadas, un producto que sumaban a la oferta que siempre habían tenido sus padres. Si triunfaban con el pan, descubrieron que el filón de las empanadas no tenía límites. «Ponte Caldelas es un sitio muy turístico durante los meses de verano, muchos de los que las probaban, repetían y cuando se iban siempre nos decían, ‘qué pena, con lo buenas que están’», recuerda Miguel Ferreira.

Esa fue la chispa que encendió la llama de la ambición. Pronto pensaron que ese producto que enamoraba a los que lo probaban, tendría que poder enviarse más lejos. De esos primeros pasos que dieron a lo que son ahora ha pasado un abismo en apenas cinco años. Buscaron empresas de transporte y pusieron en marcha una página web. El resultado fue duro. Vendían una al mes, pero seguían confiando en su idea. Y tenían razón, tras reforzar su apuesta digital crecieron como la espuma. En el último año han enviado cerca de dos mil empanadas a distintos puntos del país e incluso a Portugal. «Tuvimos pedidos de Francia e Italia, pero los portes y el transporte es complejo y no lo hicimos», apunta Miguel, que conserva el nombre que dieron sus padres y con el que son conocidos en el resto de España.

A particulares y despachos

«Muchos de nuestros clientes son particulares, pero un grupo muy importante son intermediarios que venden nuestras empanadas», explica. Uno de los principales es de Madrid. Encarga cada mes cerca de 200. «Salen de aquí a las ocho de la noche y antes de las dos de la tarde están en destino. Es un producto fresco que se pierde en tres días», apunta este panadero. Ante esa avalancha de pedidos, Miguel reconoce que el secreto no está en la masa. O al menos no solo en eso: «El 70 % de la culpa de que una empanada sea buena o mala está en la cebolla». Miguel lo afirma con contundencia. Y lo hace así porque la experiencia de estos años se lo ha demostrado. «Nosotros las hacemos como toda la vida, a la vieja usanza. Cortamos a mano la cebolla para las empanadas», asegura. No solo eso. Tiene un agricultor en Pontevedra que trabaja en exclusiva para ellos. Toda la cebolla que produce es para su horno, aunque como la producción es cada vez mayor, han recurrido también a otros vendedores, pero siempre la variedad valenciana.

Esos miles de cebollas que preparan a diario dan sabor a los 16 tipos de empanadas que ponen en el mercado. Como no podía ser de otra manera, la de zamburiñas está en el podio, muy cerca de la de pulpo, pero sin olvidar que atún y bacalao con pasas son las otras opciones favoritas de los clientes, que prefieren la masa de trigo a la de maíz. «Con cada una que mandamos, le pedimos una valoración, las buenas críticas nos ayudaron un montón», apunta. Ante la caída del reparto de pan a domicilio, los hermanos Ferreira no descartan redirigir las ventas on line también hacia el pan más exclusivo. El de semillas, el pan rústico con masa madre de centeno o el pan de Altamura con sémola de trigo duro son las especialidades que hacen solo por encargo.

Sus empanadas han llegado hasta la otra punta del país porque aunque a veces, a ellos mismos le sorprenda, sus principales clientes no solo están en Madrid o Barcelona, sino que muchas de ellas viajan hasta Andalucía. «Nosotros, en Galicia, no le damos el valor que se merece porque estamos acostumbrados, pero fuera es un manjar», apunta Miguel, que trabaja en el obrado junto a ocho personas más para que el pan de San Antonio no le falte a nadie.