Gaitas ferrolanas que viajan por Europa

beatriz antón FERROL / LA VOZ

INTERNACIONALIZACIÓN

Marcos García tunea las gaitas al gusto del cliente: en la imagen, posa con una de las suyas, forrada con una tela de calaveras
Marcos García tunea las gaitas al gusto del cliente: en la imagen, posa con una de las suyas, forrada con una tela de calaveras CESAR TOIMIL

En los dos años que lleva al frente de su taller de A Magdalena, Marcos García ha exportado el instrumento rey de Galicia a Francia, Italia, Reino Unido o Polonia

08 oct 2019 . Actualizado a las 11:24 h.

En algunas zonas de Galicia, como por ejemplo la ría de Vigo, encontrar a un artesano constructor de gaitas gallegas no resulta nada complicado. Pero desde Viveiro hasta Paderne, en la geografía delimitada por las comarcas de Ferrolterra, Eume y Ortegal, Marcos García Martínez (Ferrol, 1977) puede considerarse un rara avis. Desde hace dos años se encuentra al frente del único obradoiro de gaitas de la comarca, ubicado en el 184 de la calle Magdalena de Ferrol, y en este breve espacio de tiempo, de sus manos han salido ya una treintena de gaitas, algunas de ellas con pasaporte para Europa. «De momento no me puedo quejar, porque desde que me puse al frentre del taller nunca me ha faltado trabajo. La mayoría de los encargos me llegan de esta zona y de Galicia, pero también he hecho gaitas que han viajado a diferentes puntos de España e incluso a países europeos como Polonia, Italia, Reino Unido o Francia», comenta sonriente este artesano y gaiteiro, director de la banda de Agarimo, hijo del famoso maestro Lolete y discípulo del luthier y músico Tonecho Varela (Os Cempés, Berros do Castro, Follas Novas, Raparigos).

De Varela aprendió todos los secretos del arte de construir gaitas durante una década. Después lo dejó y muchos animaron entonces a Marcos a abrir su propio obradoiro, pero él siempre desechó aquella idea. «No tenía sentido hacerle la competencia a Tonecho; por la amistad que me unía a él, nunca habría hecho algo así», dice con un fuerte sentido de lealtad. Pero el maestro no se olvidó de su alumno y, poco antes de fallecer, Varela llamó a Marcos para proponerle que tomara las riendas de su taller de A Magdalena. «En cuanto me lo dijo, no lo dudé: lo dejé todo y me vine para aquí», cuenta el pupilo, que abandonó su trabajo de policía portuario para poner de nuevo en marcha el torno Cumbre 022 con el que Tonecho solía moldear la madera de granadillo con la que fabricaba sus piezas.

Marcos sigue fabricando las gaitas como él le enseñó -siguiendo los dictados de la escuela de José Seivane, donde se formó Varela-, pero reivindicando al mismo tiempo su estilo personal. «Mis gaitas se distinguen sobre todo por el torneado, en la estética, pero en el sonido y la afinación se parece mucho a las de Tonecho», comenta Marcos.

De su maestro también heredó el joven artesano su pasión por traspasar fronteras, y por eso ahora acude cada año, como solía hacer Varela, al festival Le Son Continue de La Chatrê (Francia), la feria de instrumentos y música popular más importante de Europa. «Allí se hacen muchos contactos, porque van intérpretes de música tradicional de países de todo el continente», explica el luthier ferrolano.

Pero, ¿qué es lo que llama la atención a los extranjeros de la gaita gallega? «Es muy curioso, porque aunque todos los países de Europa tienen su propia gaita, hay sitios en los que se toca más la nuestra que la del propio lugar. Yo creo que esto se debe a que, por ejemplo en una banda, la gaita gallega afina mejor que otras gaitas con el resto de instrumentos... Y además, a la gente de fuera le flipa su potencia y fuerza, siendo al mismo tiempo un instrumento dulce y melodioso», explica Marcos.

El artesano asegura que la mejor parte de su trabajo es cuando el cliente va a recoger su gaita al taller, «la prueba y se va contento». Y al preguntarle si es caro o resulta asequible hacerse con una buena pieza, se muestra rotundo: «Los precios oscilan entre los 900 y los 2.300 euros, pero no es mucho si se tiene en cuenta que la garantía es de por vida y que con toda seguridad durará más la gaita que el propio gaiteiro», espeta el luthier con humor retranqueiro.