Dos vecinas de Leiro empiezan a vender en Suiza una crema facial elaborada con vino tinto

Mario Beramendi Álvarez
mario beramendi SANTIAGO / LA VOZ

INTERNACIONALIZACIÓN

La firma, que se llama Levinred y que acaba de recibir un premio, lleva ya un año en funcionamiento

28 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Fue hace cuatro años, una fría y oscura tarde de diciembre. Patricia Iglesias acababa de regresar del trabajo y estaba junto a su pareja filtrando el vino. Había sido una cosecha extraordinariamente abundante en su casa de Leiro (Ourense), donde solo se embotella para consumo propio. Ha pasado tiempo, pero la joven reproduce aquel instante con sorprendente precisión. Ella se giró y le dijo a él: «Oye, vamos a tirar mucho vino este año, deberíamos hacer algo; no sé, mermeladas, una crema...». A veces se sueltan así las cosas, con la naturalidad de quien abre una ventana para ventilar, pero sin demasiado entusiasmo. Su marido asintió con la cabeza, pero tal vez como si le hubieran propuesto, de repente, un safari por África. Al cabo de un tiempo, las cosas empezaron a torcerse, y Patricia se quedó sin trabajo. «Una nunca cree que su idea es buena hasta que empujan las circunstancias», reconoce. Así fue cómo una ocurrencia, soltada sin pleno convencimiento, terminó convertida en un proyecto empresarial innovador, que acaba de cumplir un año y que ha sido premiado recientemente por la Axencia Galega de Desenvolvemento Rural (Agader).

Nuevos mercados

La firma, llamada Levinred, comercializa jabón exfoliante y, sobre todo, crema facial hecha con vino tinto. Este año han producido mil unidades a un precio de 34,90 euros cada bote. Y ya tienen un punto de venta en Suiza, donde se está comercializando bien. «Hemos logrado no perder dinero, y empezamos a ganar un poco», admite esta mujer de 35 años, hija de emigrantes a México. Junto a Patricia Iglesias, en la empresa está también Sofía Ferreiro, prima segunda suya. Tiene 27 años y es historiadora del arte. Ambas, como muchas de su generación, han sufrido problemas de inserción laboral. Y ambas han compartido estos últimos días los trabajos de vendimia en una pequeña explotación familiar, con unas 2.500 cepas. Ahí han estado, codo con codo, cargando los capachos. De la producción de la crema se encarga un laboratorio, donde se envasa a mano el producto en un tarro de cristal.

«Nosotras huimos de las grandes producciones, del modelo low cost, buscamos una exclusividad», explica Patricia. De hecho, ya comercializan la crema en puntos de Mallorca, Marbella y Madrid. También venden on-line. Su objetivo es abrir próximamente mercado en Francia y Alemania. Tanto Patricia y su pareja como Sofía, la otra socia, han vivido lo que supone emprender de verdad: sin apenas contactos, sin ayudas públicas, con dificultades para hacer un plan de negocio, con problemas para lograr financiación.

«Nosotras queremos crecer poco a poco, pero nuestro sueño es consolidar la empresa aquí, en nuestra tierra, y empezar a dar más puestos de trabajo», expone Patricia, quien tampoco descarta, más adelante, empezar a comercializar vino. De momento, el caldo de la uva lo utilizan para funciones cosméticas. Según reza la publicidad de sus cremas, el vino retrasa el envejecimiento, difumina arrugas, reafirma y tonifica, e hidrata y revitaliza la piel.

A punto de regresar a las tareas de vendimia, visiblemente cansada, Patricia recuerda que su generación asumió como una verdad inapelable que el campo era para los mayores, y que solo había un futuro por construir en las ciudades, donde hallarían una vida más confortable. Pero ella y su socia levantan ahora las copas de vino y brindan por haber escogido el camino contrario.