Diego Diz, el ingeniero de telecomunicaciones que se marchó a jugar a Islandia

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Tras toda una vida en el Rápido de Bouzas cambió Vigo por un pequeño pueblo en el Oeste de Islandia

10 oct 2019 . Actualizado a las 08:31 h.

Toda una vida en el Rápido de Bouzas. Ascensos. Descensos. Alegrías. Tristezas. Lesiones. Celebraciones. Y un brazalete de capitán que colgó al finalizar la pasada temporada para decir adiós al equipo de su ciudad. Hasta este verano, lo más lejos que había jugado de su ciudad Diego Diz (Vigo, 1991) fue al otro lado de la ría. En Cangas, con el Alondras. Pero quería probar nuevas experiencias. Necesitaba un cambio. Lo que no imaginaba era que este llegaría a lo grande. Más bien a lo lejos. La oportunidad le llegó a 2.600 kilómetros. En Islandia. La oportunidad estaba ahí y la decisión era difícil de tomar. Pero no lo dudó. Un pueblo de 3.000 habitantes en Islandia le esperaba.

El pasado mes de julio hizo las maletas sin saber muy bien qué meter dentro y se marchó. La aventura futbolística empezaba. Con un melódico acento vigués reconoce que la oferta era muy buena. Al margen de su carrera futbolística, Diego no descuidó su formación académica. Con el grado en ingeniería en Telecomunicaciones bajo el brazo arrancó la aventura.

El destino: Grindavik. Un pueblo marinero en la costa oeste de Islandia de apenas 3.000 habitantes. «Está a cuarenta minutos de Reikiavik. Pero aquí no hay ni bares. Solo cuatro restaurantes y el campo. Nada más. La mayor atracción del pueblo es la piscina, a la que va todo el mundo», reconoce resignado. Y es que en este pueblo costero cuando luce el sol «parece Mallorca», bromea el vigués.

Llegó a la isla en julio, en pleno verano: «Con lo que más aluciné fue que nunca se hacía de noche. Aterricé a la una de la madrugada y ya estaba amaneciendo. Aunque nunca llegaba a ponerse el sol. Además, en las casas no hay persianas y por las noches me desvelaba todo el rato», afirma.

Convive con otros tres compañeros de equipo: un serbio, un finlandés y Rodri, «su guía espiritual». «Al principio me dio la vida tenerlo a él, pero ahora ya me deja andar sin ruedines», confiesa entre risas. Con este panorama, no le quedó otra que mejorar su inglés a marchas forzadas. Entre otras cosas porque el cuerpo técnico del Grindavik es serbio. Aunque en el equipo hay otro español, Primo, exfutbolista de la SD Compostela y goleador del conjunto islandés.

El equipo vive ahora un momento complicado. Finalizó penúltimo con 3 victorias, 11 empates y 8 derrotas . Y la afición no abunda. «En las últimas jornadas, en las que nos estábamos jugando la vida, el club puso las entradas gratuitas para la afición. Aun así, si te parabas un poco contabas a la gente». A diferencia del fútbol en España, «en Islandia es un poco más duro, y los árbitros algo más permisivos. Aquí siempre están con el cuento de que con los extranjeros se portan un poco peor».

Con contrato hasta noviembre con el UMF Grindavik, Diego Diz no descarta trasladarse a la capital la próxima temporada. En el Afturelding ya juegan Roger Bonet y Deivid, dos futbolistas con los que ya coincidió en el Rápido de Bouzas. «Iré a verlos a ver si me dan un poco de bola», dice. De no ser así, no tiene problema de irse a jugar a cualquier otro sitio: «Si me vine aquí, cualquier sitio me vale».

Tres meses de estancia con la permanencia en juego y muy poca vida social

La falta de vida social en Grindavik limita mucho la posibilidad de hacer planes. «Vemos mucho fútbol porque no tenemos qué hacer además de entrenar. Tomarte algo aquí no se baraja porque tampoco tienes dónde», afirma resignado. Eso sí, el Celta, no se lo pierde. Diego Diz fue de los cerca de 3.000 aficionados que viajó a Manchester para presenciar el partido del conjunto vigués en Old Trafford y este año le ilusiona la plantilla celeste. «Han hecho un equipo de locos», admite. Si no es fútbol, el resto del tiempo lo invierte en ir a la piscina y «poco más».

Con una estancia de, a priori, tres meses, su familia no le ha visitado. «Solo ha venido mi novia, porque los billetes son caros», reconoce. Y no solo desplazarse, «la vida aquí es muy cara. El supermercado es tremendo: la carne, el pescado... Todo. Pero los sueldos también son elevados. Igual te pagan en tres meses lo que en Vigo en una temporada». Pero en cuanto a alimentación es el club el que se hace cargo. Almuerzan en uno de los restaurantes del pueblo. «El club nos da muchas facilidades a todos los futbolistas», reconoce. Eso sí, a las 12 de la mañana. Un horario europeo al que le ha costado un poco acostumbrarse. «Como baje a la una a comer, ya está todo recogido y ya no hay nada».

Este mes de octubre vuelve a Vigo a la espera de conocer cuál será su próximo destino. En el Grindavik repartió el juego en el medio del campo como ya lo hizo durante años en el Baltasar Pujales. La única pena que le queda es no haber visto una aurora boreal, «en esta época del año no hay, así que me las pierdo». De vuelta como con la tranquilidad de lo vendrá y las puertas abiertas a cualquier posibilidad.