Las vacaciones de Lola son para Senegal desde hace diez otoños: «El bajón te da al volver a tu comodidad»
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LAS VACACIONES DE LOLA SON PARA ÁFRICA... Quince días del tiempo anual de descanso de esta farmacéutica asturiana y coruñesa de adopción son, cada mes de noviembre, para trabajar como voluntaria de un proyecto solidario en un pueblo pesquero cerca de Dakar
05 nov 2025 . Actualizado a las 14:02 h.La esperanza de Lola aterrizó hace diez años en África por primera vez. Curtida en entrenarse en medios maratones, Lola tiene una cabeza que piensa por fuera de su confort y tiene unos pies que la ponen en correr. Es una de las profesionales más veteranas de uno de los proyectos que la oenegé coruñesa Ecodesarrollo Gaia arrancó en Senegal en el 2007. Lola, asturiana de Mieres, coruñesa de adopción, estudió Farmacia en Santiago y fue a sus 28 años cuando, alentada por una amiga que le tiró de las ganas, decidió dar el paso adelante de volar a África aquella primera vez. Desde entonces, la mitad de su noviembre es siempre para Yoff, ese pueblo pesquero de Senegal, cercano a Dakar, que la ve crecer cada otoño unos centímetros en gratitud, ese sentimiento que entienden los que dan solo porque quieren, sin esperar a cambio algo en compensación.
Lola llevaba cinco años trabajando como farmacéutica cuando una amiga le «pintó tan bien» la experiencia del voluntariado que tomó aquel primer vuelo a África «sin miedo». «El primer año es la leche, por todo lo que ves. Todo es nuevo, estás atenta a cada detalle. Yo lo echo mucho de menos, echo de menos no poder volver a sentir aquello. Ahora para mí ir es como volver al pueblo», cuenta.
Durante quince días de noviembre, extiende recetas en la escuela Coruña. Allí la oenegé —que colabora con el Movimiento Green Belt y su líder en Kenia, Wangari Maathai, primera mujer africana en recibir el Premio Nobel de la Paz— suspende las clases esa quincena para poner en servicio un «centro de salud» en el que médicos, enfermeros y farmacéuticos trabajan todos juntos para atender a todos los pacientes que lo necesiten de Yoff, que durante el resto del año solo disponen de un puesto de salud con un enfermero como único profesional. Deben pagar cada consulta a la que van.
Los quince días que Lola ejerce allá, el equipo recibe una media de tres mil visitas de pacientes. «Por las recetas que hacemos, este es el cálculo», explica sobre esa temporada, que es «un no parar». Pero en esa rueda sin fin vuelve Lola a entrar cada año sin dudarlo: «Me gusta ayudar, me gusta el contacto con la gente, cómo es la gente de allí, cómo nos reciben siempre. Ahora muchos ya son amigos. Estás deseando volver a verlos y ellos se pasan el año deseando que nosotras volvamos».
El contraste es grande. «Atender los atendemos igual que a la gente de aquí. Pero allí no puedes dar nada por sabido... Y hay que tener en cuenta el cambio de idioma. Ellos hablan wolof y, aunque hay traductores, suelen ser jóvenes y ves que hay cosas, como las consultas con relación a temas vaginales, que les dan mucho pudor, pero se van abriendo y modernizando cada día», comenta.
De sus pacientes africanos no tiene una mala palabra. «Son encantadores, son muy agradecidos. Dan las gracias siempre, una y otra vez, cuando entran y antes de salir», valora Lola con ese bagaje de diez otoños de experiencia, en que van cambiando personas del equipo, pero el resultado es invariable: «Todo sale siempre bien». Y eso que viven un 24/7 muy intenso durante esos quince días. Un Gran hermano sin cámaras que se les queda grabado en la memoria del corazón.
CONTIGO, CEBOLLA PICADA...
¿Se parece en algo Galicia a Yoff? «Quizá aquello se parece a cómo era España antes, con más calles de arena y con más convivencia con el vecino. Algunos llevan al médico a los hijos de la vecina. O, por ejemplo, cuando les digo: ‘‘Este jarabe hay que meterlo en la nevera, ¿tienes nevera?’’, te pueden decir: ‘‘No, pero mi vecina sí’’».
Las calles son de arena y las casas de ladrillo visto en ese pueblo pesquero que vive al día, pero donde no hay crisis de natalidad. De hijos no hay escasez. «Allí las madres son supervivientes —dice Lola—. Están en subsistir día a día, no hay las tonterías de aquí... A mí me llamó la atención, el primer año que fui, ver los paquetitos de cebolla picada de pequeño tamaño en el mercado. Y me explicaron que eso es lo único que puede pagar alguna gente para gastar durante el día. No pueden comprar un kilo de cebollas, compran la justa para el día».
Lo que se aprende en esa escuela que hace cada otoño de ambulatorio provisional en Senegal es «bastante». «De generosidad, de resiliencia, de tirar pa’lante. Y están mucho peor de lo que estamos aquí», cuenta Lola, que en su cuaderno de pequeñas costumbres del pueblo que le llaman la atención tiene un lugar especial para esa que tienen de «comer todos juntos de la misma olla». «En la escuela, los que están, independientemente de que se conozcan o no, meten las manos en la olla para comer. En esa escuela todo el mundo es bienvenido. Siempre está llena de gente y no pasa nada », detalla la farmacéutica.
En estos diez años hubo una cosa que impresionó a Lola por encima de todas las demás: «Un niño que llegó desnutrido, muy desnutrido. Quizá los médicos estén más acostumbrados, pero a mí me impresionó mucho. A esa madre le dijeron que si llega a tardar dos días en ir, el niño se muere. Vimos cómo consiguió darle el pecho con ayuda de la pediatra, también algún biberón con leche de fórmula. Y a los tres meses esa mamá nos mandó una foto del niño al grupo de WhatsApp y el cambio era brutal, era un niño hermoso, guapísimo. Ahora es algo emocionante verlo cada año, cuando volvemos por allí. La madre lo enseña dando las gracias. ‘‘Gracias, ‘‘¡mirad cómo está!».
De un equipo de nueve médicos, dos enfermeras y dos farmacéuticas será parte, de nuevo, este noviembre Lola para volver a Senegal. ¿Puede ir cualquiera? Sí, siempre que haya plazas. ¿Hay demanda? «Sí, porque engancha y la gente quiere repetir».
Cada mes de mayo se hace una primera reunión para ir montando el grupo y en agosto se pone en marcha la organización para ir solicitando las donaciones de medicamentos a hospitales como el Chuac y particulares.
¿La peor cara de este viaje, los momentos más negativos? «Ninguno. Miedo no hay. Nuestro pueblo nos protege y nos quiere muchísimo», afirma Lola, que recuerda que la escuela Coruña se montó en esa aldea africana senegalesa para que los niños pudieran ir a clase mientras sus madres trabajaban en la fábrica de salazón, «porque no tenían donde dejar a los niños mientras trabajaban».
La cocina es otro punto a favor para Lola. «La cocinera hace cocina fusión Galicia-Senegal, quitando un poco de picante... Y nos hace su propia versión de la tortilla de patata. Hacen mucho arroz y pescado a la parrilla. Comemos genial», asegura. Con una infusión que hacen con la flor del hibisco y el jugo del baobab se llevan bien esos quince días de servicio ambulatorio en África. «El bajón te da a la vuelta. Tú recuperas tu comodidad, pero ellos se quedan allí», concluye la farmacéutica que no deja de volver cada otoño a su aldea de Dakar.