Medio siglo de Médicos Sin Fronteras: «En Galicia hay 2.000 partos al año y aquí atendemos mil al mes en un solo hospital»
COOPERANTES
Ruth Conde, natural de Teo, se unió a la organización de ayuda humanitaria en el 2012; acaba de partir hacia Mozambique. Elena Grandío, que actualmente está Yemen, lleva 30 años dedicada a los demás
22 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.¿Es motivo de celebración que una organización de ayuda humanitaria cumpla medio siglo de existencia trabajando en contextos de emergencia, crisis sanitarias, situaciones de pobreza extrema y conflictos bélicos? «Lo ideal sería que no existiésemos, que no fuésemos necesarios para nada, pero en el mundo en el que vivimos desgraciadamente lo somos», reflexiona Elena Grandío (Lugo, 1968). Lleva literalmente más de media vida dedicada a ayudar a los demás. Tras estudiar Enfermería estuvo dos años con Naciones Unidas en Guinea Ecuatorial y en enero de 1991 se unió a Médicos Sin Fronteras, una asociación médico-sanitaria nacida en París el 22 de diciembre de 1971 que por aquel entonces centralizaba en un pequeño piso de Barcelona toda la acción de su división española, resumida en una misión en Bolivia y otra en Angola. Hoy es una sólida organización internacional sostenida económicamente por siete millones de socios.
En los últimos 30 años, Grandío ha pasado por Angola, Honduras, Nigeria, Etiopía, Tanzania, Turquía, Kenia, Somalia, Siria, Sudán y Yemen, donde lleva intermitentemente desde hace cinco años. Pero en ella no hay ni gota de desarraigo, más bien todo lo contrario. «Tengo raíces en muchos sitios», dice al otro lado del teléfono desde Saná, donde actualmente coordina un proyecto de salud mental con pacientes psiquiátricos graves, un centro materno-infantil y un hospital con unas 300 camas. «Tenemos unos mil partos al mes en un solo hospital, cuando en toda Galicia se hacen 2.000 al año», pone en perspectiva.
Yemen lleva siete años en guerra, inmerso en un agotador conflicto que ya deja más muertos por hambre y por enfermedades derivadas de un muy precario sistema asistencial que por la propia ofensiva bélica. A día de hoy, muere aquí un niño de cinco años cada nueve minutos, según un informe de Naciones Unidas. «El sistema de salud está colapsado, no hay atención médica, la gente no tiene a donde ir», corrobora Grandío. Cuando se le pregunta cuál de los vividos todos estos años ha sido el momento que más se le ha atragantado, qué ha sido lo más complicado, piensa un rato y, resignada, reconoce que la situación de este país bicontinental, cada vez más complicada. Escasean las reservas, la población está psicológicamente exhausta. El bloqueo continúa y la situación no mejora, va a peor. «Es muy triste verlo», admite, pero enseguida añade: «También hay alegría, lo que hacemos tiene una compensación muy grande grande».
La cooperante lucense está segura de que hay imágenes que jamás conseguirá borrar de su cabeza. Del mismo modo, destaca cómo de significativos y motivadores son los pequeños logros en circunstancias tan difíciles, cosas que en Europa parecen muy sencillas y que en zonas deprimidas suponen todo un mundo. «Por ejemplo, estamos intentando hacer cultivos de bacteriología para saber qué tipo de infección tiene la gente -cuenta-. Es una técnica compleja que no puede hacerse donde estamos, no tenemos los medios ni llegamos a ellos, así que hacemos cosas muy difíciles: movemos las muestras de arriba a abajo, de un lado a otro, en un límite de tiempo concreto para que lleguen al laboratorio donde está el equipamiento necesario para ello… Esto, en un hospital en España es tan fácil como introducir una muestra en un tubo y enviarla al laboratorio. Dos pasos y listo. Aquí implica transportes, distancias, medios precarios, neveras, incubadoras. Y no puede hacerse cuando se necesita, se hace cuando se dan las condiciones para hacerlo, cuando de puede. Cuando al fin consigues, saber con exactitud qué antibiótico puedes darle al paciente es una gran alegría».
«Está bien ver lo que pasa más allá para ser conscientes de lo que tenemos aquí, pero también para ser críticos»
Ser consciente del abismo existente entre el primer mundo -mullido, abundante, practicable- y las zonas periféricas, ya por guerras, violencia intrínseca, desastres naturales o exclusión, fue lo que reafirmó a Ruth Conde (Teo, 1981) en su actual dinámica vital: desde hace casi diez años combina su trabajo como enfermera pediátrica en un hospital gallego y su labor en MSF. En este desdoblamiento solo ve beneficios: se siente afortunada por asistir a las dos realidades, porque sabiendo lo que sucede en el terreno valora de otra manera los que tiene aquí -«Un buen sistema de salud que cubre nuestras necesidades, que nos da acceso a atención médica de urgencia, que pone a nuestra disposición médicos, enfermeras y medicamentos», concreta- y porque esta labor, añade, le da la oportunidad de aprender a hacer las cosas de una forma distinta y de ser crítica. «A veces está bien echar la vista a lo que pasa más allá, no quedarse solo con lo que se ve aquí; es una forma de ser consciente de lo que uno tiene, pero también de ampliar visión».
Conde partió la semana pasada a Mozambique, donde pasará unos tres meses. Hay nostalgia en su voz cuando recuerda su primera vez en Níger, «la mejor misión» que pudo haber tenido para estrenarse en la ayuda humanitaria: «Estaba justo donde quería estar, en un contexto de emergencia brutal, en este caso una crisis nutricional en pleno pico de malaria con una tasa de mortalidad infantil muy elevada, trabajando como siempre había soñado que trabajaba Médicos Sin Fronteras -detalla-. Lógicamente, hay muchas dificultades, es difícil gestionar el estrés en una situación tan complicada y un reto trabajar con patologías a las que uno nunca se ha enfrentado y de una forma completamente diferente, además, a cómo está acostumbrado a proceder». Admite que fue un desafío adaptarse, «aprender a hacer las cosas de otra manera». Grandío transmite exactamente la misma sensación: «Nunca me he preguntado qué estoy haciendo aquí, ni si me había equivocado. Es tan evidente que vale la pena que siempre se va hacia delante».
Para Ruth Conde, trabajar con MSF fue, y sigue siendo, un proceso de aprendizaje continuo. «Los proyectos son muy diferentes; hoy puedes estar en África Central, en la próxima misión en Oriente Medio y la siguiente en Latinoamérica. Y ese proceso de aprendizaje y adaptación es también uno de los puntos de motivación: conocer personas muy diferentes, con contextos culturales muy distintos… A nivel profesional es espectacular, pasas de trabajar en un hospital con todo lo que necesitas y con pacientes que tienen todo de forma gratuita a verte con lo mínimo y lo indispensable», insiste.