«No saben leer ni escribir, pero recorren kilómetros para vacunar a sus hijos»

Elisa Álvarez González
Elisa Álvarez SANTIAGO / LA VOZ

COOPERANTES

Luisa Roade acaba de volver de Sudán del Sur, donde trabajó con Médicos sin Fronteras (MSF), y afirma que es difícil manejar la frustración por la falta de medios

25 oct 2019 . Actualizado a las 20:32 h.

Uno de los motivos por los que la gallega Luisa Roade estudió Medicina fue llevar a cabo tareas de cooperación. Especialista en medicina interna, acaba de volver de Sudán del Sur con Médicos sin Fronteras (MSF), el país más joven del mundo, que se independizó en el 2011. Allí no hay antivacunas, «quizás porque ven claramente las consecuencias de ciertas enfermedades», dice.

-¿Qué le llevó a MSF?

-Es algo que me había planteado desde hace mucho tiempo, casi desde pequeña. Siempre lo tuve en mente y fue una de las razones para estudiar Medicina.

-Ha estado en Colombia y Sudán del Sur, dos países con situaciones muy diferentes.

-Incluso mi función allá era muy diferente. El primer proyecto estaba centrado sobre todo en la violencia sexual, la salud mental y la interrupción del embarazo, algo muy específico. En Sudán del Sur el objetivo ya era más médico, de medicina interna en general y específicamente de VIH, tuberculosis, y hepatitis.

-¿Qué trabajo desarrollaban?

-Nuestro trabajo se dividía en dos hospitales, uno de ellos dentro de un campo de desplazados internos, con dos de las etnias mayoritarias que tuvieron que moverse cuando estalló la guerra civil; y otro fuera de ese campo, en una zona ocupada por otra de las etnias. Se da asistencia parecida en los dos centros porque son dos grupos que en principio no podían convivir.

-¿Qué carencias encontraba en relación a un hospital español?

-Muchas. Tenemos los medicamentos esenciales pero cuando empiezas a pensar lo que le pondrías a uno u otro enfermo… Después están los medios diagnósticos, por ejemplo, estábamos implementando formación para hacer ecografías con tabletas a pie de cama de los enfermos, pero era la única imagen que podíamos tener allí, no hay radiografías, no hay TAC, no hay nada... Nuestro papel en Sudán del Sur también es la formación y el apoyo al personal nacional.

-Pero al final se hace medicina.

-Al final los enfermos se parecen increíblemente en uno y otro lado. Una de las cosas que más me preocupaba era que la parte de la comunicación médico-paciente, que es muy importante, se pierde y se limita mucho aunque trabajes con traductores. Incluso el lenguaje no verbal es complicadísimo de transmitir y entender. Aún así, hay cosas iguales en uno y otro lugar.

-¿Qué es lo más complicado al trabajar en un país en conflicto?

-A nivel profesional manejar la frustración y saber que hay cosas a las que no puedes llegar porque no tienes los medios. Siempre estás pensando: si yo tuviera lo que tenía en Barcelona haría esto o lo otro.

-¿Hay problemas de seguridad?

-Tenemos unos manuales de seguridad que tenemos que seguir y que se adaptan a cada contexto. Llega un momento en el que lo normalizas todo, y por ejemplo no podíamos caminar prácticamente sin walkie talkie o sin estar acompañados. Al final no te sientes insegura en ninguna parte porque tampoco vas a ninguna parte.

-¿Hay conflictos totalmente ignorados?

-Completamente. Internet y algunas plataformas de información intentan dar voz a muchas cosas que pasan y se quedan en la recámara, pero hay conflictos muy silenciados como este. Sudán del Sur sale de vez en cuando en las noticias y siempre para cosas horribles. No solo están silenciados sino que la información que nos llega está sesgada porque no todo son desgracias.

-En Europa vuelven enfermedades como el sarampión por culpa de los antivacunas, ¿los hay en Sudán del Sur?

-No, de hecho te rompe el corazón. Cuanto estuve allí se organizó una campaña de vacunación del sarampión y hay gente que anda muchos kilómetros para traer a los niños. Gente absolutamente analfabeta desde nuestros estándares de conocimiento, gente que no sabe leer ni escribir pero que recorre kilómetros y kilómetros con lluvias torrenciales para vacunar a sus hijos. Quizás también porque las consecuencias de ciertas enfermedades se ven claramente. En Galicia o Barcelona nadie recuerda a un niño muerto de sarampión, allí las consecuencias son claras y las ventajas también. Por eso duele ver según qué opiniones.