La afición al fútbol une a los trabajadores que levantan la ciudad del Mundial a 50 grados

Bea Costa
bea costa VILANOVA / LA VOZ

ASIA

Javier Rodríguez lleva cuatro años en Catar construyendo hoteles de lujo

23 ago 2022 . Actualizado a las 12:08 h.

De no ser por la próxima celebración del Mundial de Fútbol, Catar seguiría siendo para la gran mayoría de los españoles un lugar lejano y ajeno, que suena a desierto, petróleo y jeques. Javier Rodríguez -primero por la derecha en la imagen- tuvo ocasión de descubrirlo ya hace cuatro años, cuando fue destinado a Doha, la capital, para construir un hotel de seis estrellas, porque por estas latitudes el cinco estrellas superior se les queda corto.

El lujo está al orden del día y para levantar estos gigantes —allí todo se construye a lo grande— se necesita mucha mano de obra llegada de todo el mundo. La más cualificada proviene de Europa, Norteamérica y Australia y en este club se incluye nuestro protagonista, que actualmente está trabajando en la construcción del Katara Twin Tours, -en la imagen- un complejo con dos hoteles y un centro comercial cuya carpintería y mobiliario lleva la firma gallega de Martínez Otero.

La celebración del Mundial ha transformado una ciudad ya de por sí espectacular a la que ha llegado, también, la fiebre del fútbol. Este deporte es un idioma universal que tanto hablan los acaudalados cataríes como los humildes obreros llegados de Indonesia o Tailandia, y España tiene forofos entre todos ellos. Javier tuvo ocasión de comprobarlo a propósito de un encuentro de amigos de la selección española en el que se encontró con docenas de indios vistiendo la camiseta roja. «Me quedé sorprendido, no sabía que había tanta afición», cuenta. Con ellos se hizo fotos y demostró su pericia con el balón, que adquirió durante su etapa como jugador en el Cuntis, su tierra natal.

Hoy rememora aquel día desde su casa en Vilanova, adonde ha vuelto a pasar unos días de descanso para volver a coger el avión el próximo lunes destino a Doha, la capital, donde le esperan dos meses de trabajo contrarreloj en el flamante hotel. Con el proyecto terminado, en otoño quizás le toque hacer la maleta rumbo a otro destino que sumar a su mapa vital. Su trabajo le ha llevado a viajar por unos ochenta países de Europa, Asia y América, según sus cálculos. La vivencia en Catar es de las que no se olvidan; trabajar a 50 grados es muy duro y el contraste que ofrece cruzarse con mujeres vestidas con burka y los coches más lujosos del mercado no dejan de ser sorprendente para un europeo. Catar impresiona —su skyline es «inverosímil»— pero, en su opinión, no es el mejor lugar para hacer turismo. «En dos días lo viste todo». Su vida allí transcurre entre el trabajo y el hotel, con escasa vida social, porque alternar, cosa que solo se puede de hacer a la caída del sol, resulta muy caro. El nivel de vida es muy alto, acorde con la riqueza de un país en el que las desigualdades sociales son muy grandes. Hay pobreza, pero no tanta como la que Javier vio en Haití. «Me llamó la atención de que la gente allí no se ríe», recuerda.

Ya se sabe que gallegos hay por todo el mundo y en Catar tampoco podían faltar, aunque Javier no encontró tantos como en otros lugares. En este punto de Oriente Medio su principal aliado es un malagueño que también se gana el sueldo lejos de casa. ¿Lo peor de estar fuera?, le preguntamos. Javier es tajante: «La comida sin duda».