De Abu Dhabi a Forcarei para sentirse en casa

Rocío García Martínez
rocío garcía A ESTRADA / LA VOZ

ASIA

Tras cuarenta años recorriendo el mundo en busca de petróleo ha seguido a su corazón y ha llegado a Millerada

23 ago 2018 . Actualizado a las 08:12 h.

Si no fuera un mal chiste, podría decirse que José Piedras Pico llevaba el destino escrito en sus apellidos. Sus padre, natural de Mourente (Pontevedra), y su madre, de As Pontes, emigraron a Francia cuando él tenía solo seis años. Huyendo de la empobrecida España de la posguerra, se buscaron la vida al otro lado de la frontera y eligieron para José la nacionalidad francesa. Las dos no se podían tener. Dadas las circunstancias, los padres de José entendieron que le convenía más la francesa. Lo único que le quedó de español a José fue el nombre. Llegó a olvidar hasta el idioma. Pero eso no impidió que con 18 años lo reclamasen para hacer la mili en España. Así fue como José Piedras, un hombre de ley, llegó a ser prófugo de la justicia. El embrollo se resolvió con una gracia firmada por el Rey Juan Carlos I que salvó a José de la cárcel y del servicio militar.

La curiosa anécdota es solo una más de las muchas que aderezarán las memorias que José Piedras está escribiendo para dejar constancia de su apasionante periplo familiar por medio mundo siguiendo la estela del oro negro.

José Piedras estudió Mecánica en Francia y pasó por empleos variopintos antes de dar el salto al negocio del petróleo. Fue mecánico de motos, diseñador de piezas para aviones y diseñador de válvulas para las industrias petrolera y nuclear.

Un anuncio en un periódico local de Pau -la localidad francesa en la que residía con su familia- orientó su carrera laboral al mundo de las explotaciones petrolíferas. En esa ciudad tenía su sede una empresa petrolífera francesa que había localizado un gran yacimiento de gas en Lacq y buscaba gente para ofrecerle formación específica y un empleo en el sector. José encajaba en el perfil. Fue enviado a estudiar ingeniería a París y terminó los nueve meses de intensa formación entre los cinco primeros de su promoción. Ese fue su salvoconducto para viajar al extranjero y curtirse en el sector.

El primer destino fue Gabón. Allí empezó de aprendiz, para conocer desde la base todos los entresijos de las explotaciones petrolíferas. Se especializó en la construcción de pozos. «Fue una aventura. Conociendo el final, repetiría, pero tampoco es todo felicidad. Entonces no había móviles ni Internet, el viaje era largo y las cartas tardaban un mes en llegar», recuerda. «Se decía entonces que los cirujanos, aviadores y petroleros eran los que mejor vida tenían. Era un poco verdad, pero en esta vida tampoco te dan nada por nada», asegura.

Estando en Gabón, José aprovechó unas vacaciones en las que volvió a Europa para hacer un viaje en moto por España con un amigo y visitar a su abuela de Mourente. «Buen vino, buena comida, playas, juerga... Nos gustaba el ambiente», recuerda. Entonces fue cuando José conoció a Mariluz Troitiño, natural de Millerada (Forcarei) e hija de una familia de emigrantes en Panamá. Y se reconcilió con España instantáneamente. Aunque eso no impidió que continuase su periplo vital por el mundo, siempre con la empresa que le abrió las puertas. Ya con su mujer, José estuvo cuatro años en el Congo, cuatro en Camerún, cinco en Houston (Estados Unidos), tres en Tailandia, cinco en Escocia y dos y medio en Abu Dhabi como jefe de perforaciones. Todo ello con paréntesis en Francia entre destino y destino. Los tres últimos años fueron en Houston, donde José sacó jugo a su dilatada experiencia en el sector como jefe de desarrollo e investigación.

Cumplidos los 64, José cree que ha llegado la hora de descansar. «Han sido cuarenta años de vida por todo el mundo. El petróleo te exige dedicación las 24 horas del día los siete días de la semana. Cuando tienes una plataforma con doscientas personas a tu cargo vives grandes logros, pero también a veces problemas graves. Es una responsabilidad muy grande», cuenta.

La paz de Millerada

Con la jubilación, José y Mariluz han vuelto a Millerada para disfrutar de las cosas sencillas. La familia está demasiado habituada al cambio como para fijar residencia, pero tampoco tiene fecha de partida. «Nos quedaremos tres, cuatro o cinco meses... Después iremos al sur, en invierno. Y luego a París. Y volveremos aquí», cuenta José. Él y Mariluz están siempre dispuestos a hacer la maleta. «Somos hijos del mundo», dice él. «Yo no tengo raíces. De mis raíces en Mourente y en As Pontes no queda nada. Soy español, pero también francés. Y africano. Pero solo me siento en casa en Millerada. Nuestro corazón está aquí», asegura.